sábado, noviembre 26, 2016

LXXII

   Desperté algo confundido, el día afuera estaba gris y se sentía acaso un poco de viento fresco. Desperté esperando un mensaje de P, que no llegó hasta una o dos horas más tarde. Estaba bien, no era eso lo que me inquietaba de tal manera. Desperté presintiéndolo y mi cuerpo se estremecía con una ansiedad mucho mayor a la que sentía a causa de la falta de solo 7 días para el estreno, mucho mayor a la que me hizo sentir V, en su momento, esto era verdadero pánico, terror total a asumir de forma fehaciente, las consecuencias de mis acciones.
   Me tomé un 2 destino Saint Bois. Desde que abordé el moderno y cómodo coche de la marca Volvo, en la esquina de Comercio y Agustín Sosa; y durante todo el largo viaje hasta la otra punta de la ciudad,  sentía una especie de electricidad en todo el cuerpo, una estática leve pero que dentro del cuerpo se sentía gigantesca. 
   Iba a hablar con él. A verlo. Iba a intentar explicarle algo cuya sustancia significante era apenas discernible para mí, pero que le debía hacía ya un tiempo. El hecho de saber con tanta certidumbre que él no me esperaba ver hoy y que lo iba a hacer, me producía una ansiedad monumental y con ella iba luchando, empecinado en cortar las cabezas de su hidra y viéndolas volver a nacer con fuerza renovada, cuadra a cuadra, esquina tras esquina por Propios, rumbo al destino.
   Cada tanto me venían ganas de llorar, pero solía sucederme hacía ya 11 años, en este tipo de circunstancias. Un resplandor difuso y tibio se metía por la ventanilla del ómnibus y cada tanto una brisa apenas fresquita, contrarrestaba el efecto anterior y todo parecía equilibrado.. 
   Llegando a la Terminal Colón, las formas del barrio se me aparecieron con una intima familiaridad y el olor de siempre, de la infancia, la adolescencia y ahora en la adultez, los árboles regalaban su perfume y el césped y el cemento y la gente le daban matices de renovada permanencia. Era increíble la cantidad de tiempo que perdía el ómnibus al entrar y salir de la terminal, yo venía a contrarreloj para variar. De todos modos  si bien al filo, la hora parecía a mi favor.
   Descendí en la calle Pinta y Lezica. Un pulso de inexplicable confianza me invadió por completo. Estaba entregado totalmente a los poderes que guían al destino. 
    Caminé y los niños de la escuela venían en mi dirección. Entre todos ellos, mis ojos buscaban a uno en particular: mi hijo, Lucio. Distinguí su rubia melena entre un pequeño grupo de otros niños que venían. Todo mi temor provenía desde hacía cerca de unos dos meses, cuando por la noche hablé con él y quedé en ir a buscarlo a la escuela, previa confirmación de su madre, Danae, mi primer y gran amor, junto a quién, 11 años atrás habíamos emprendido la terrorífica pero milagrosa y tan noble tarea de traer una vida al mundo. La confirmación nunca llegó, lo que no era de extrañar ya que durante casi todo aquel año, a causa de mis deficiencias económicas, nuestra relación fue empeorando hasta el punto en el que el diálogo se corta. El problema fue que Lucio quedó esperándome y me lo hizo saber con sus descargos, que transmitió por teléfono a mi padre, por la época en la que me echó de su casa. 
   No aparecí al otro día, ni al otro ni al otro. El miedo y la vergüenza de dejar a mi niño esperando por mí, me produjeron una parálisis tal que por casi dos meses no tuve la valentía de volver a verlo. Ahora había juntado el valor para encarar su primer enojo hacia mí. Nuestra relación siempre fue muy cercana e intensa, sentíamos el uno por el otro una admiración y un amor que lógicamente sería imposible explicar por medio de las palabras. Como su madre y yo nos separamos cuando él solo tenía apenas 3 años de vida, tras 7 largos años de relación, su crianza se efectuó siempre en la modalidad de padres separados. Lucio siempre adoró pasar el tiempo conmigo y por supuesto también yo, no importaba dónde, el niño siempre estaba feliz de venir conmigo, cuando vivíamos con mi primo en casa de mi abuela, luego cuando nos mudamos juntos con L, después en mi vuelta a lo de mi abuela, en mi pasaje por la casa de Colón, Lucio no hacía preguntas, solo tomaba aquella escapada con su padre como un viaje en el camino de la sabiduría que emprendíamos de la mano, a través de historias, relatos, chistes, reflexiones, siempre nuestro tiempo juntos era destinado al enriquecimiento intelectual y cada tanto también físico, ya que gusté siempre de hacerlo caminar largas distancias mientras hablábamos. 
    Lucio fue siempre un niño extremadamente avanzado, comenzó a hablar muy temprano y siempre intenté estimularlo a desarrollar sus capacidades. Con solo dos años, conocía a la perfección los colores y los números y hablaba con impactante claridad y fluidez, a todo el mundo impresionaba con sus tiernas demostraciones de inteligencia y madurez que siempre fueron acompañadas por una conducta prodigiosa que jamás nos costó mayores enojos. En pocas palabras Lucio siempre fue mi mayor orgullo, mi completa debilidad, mi amor más indescriptible y noble, mi vida y mi sangre. No era de extrañar entonces, que durante aquel período sórdido de mi propia existencia, en el que perdí la noción del amor propio, mi hijo fuera quizás el más lastimado de entre las personas que quería y me querían. 
      Tampoco creo que halle usted, lector, mayor sorpresa en el hecho de que decididamente haya dejado por fuera de estos relatos tan sombríos, toda la luz y la pureza de semejante tesoro. Sin embargo, tan cerca del final, este capítulo se imponía con soberana fuerza para ser compartido y revelado. 
     De modo que Lucio venía caminando en mi dirección, pero todavía no me había visto. A apenas 4 metros de toparnos, él levantó su cabeza y la expresión de sus ojos, tan parecidos a los míos, me petrificó por completo. Había en ellos un enojo, un reproche y una dureza que jamás antes vi en él, un atisbo de lucida madurez que me dejó hecho un manojo de nervios, por otro lado, un poder superior guiaba mis actos hacia él en ese momento y permanecí firme, decidido a pedirle perdón y a volver a ganarme su cariño incondicional. Le toqué el hombro, dio vuelta su cara y cambió de dirección levemente mientras continuaba hablando por su celular. El pequeño grupo de sus compañeros permanecía en silencio y noté que presentían la intensidad y relevancia de aquel momento. 
    Pasé mi mano sobre su hombro y cortó el celular sin mirarme, estaba tenso, por primer vez en mi vida lo sentí enojado conmigo, pero con un enojo ya no de niño sino con la madurez propia de quien atraviesa conflictos importantes. Nos apartamos unos metros de los otros gurises. 
   - Vení - le dije guiándolo hacía los bancos de la plaza - vamos a hablar.
   Tomamos asiento los dos y su expresión continuaba tan rígida que mi corazón se resquebrajaba a cada instante.
     - Primero que nada quiero que me digas todo lo que tenes para decirme, si estas enojado y me querés insultar o rezongar, acá estoy y tenemos que hacerlo.
        - Y vos? Vos que haces acá? No sabes que te esperé todo el día la otra vez, hasta las cinco de la tarde, te esperé. Porque no avisaste que no venías. 
      Su rostro con las primeras expresiones adultas me miraba con una mezcla de reproche e incomprensión. Mi corazón temblaba fuera de todo remedio. Estuve dos meses sin hablar con mi padre ni con mi hijo, no era de extrañar que me hallase en el último fondo de mi abismo. Había escuchado por boca de mi amigo Andy que Lucio le decía a su abuela que yo no iba a verlo porque tenía miedo a su reacción por haber incumplido mi palabra de irlo a buscar, poco antes del incidente con mi propio padre. 
     -Tenías razón - comencé - cuando dijiste que no venía por miedo a lo que vos me fueras a decir. Me moría de miedo de que estuvieses enojado conmigo. Quiero serte bien honesto, se que no tenes edad para lidiar con temas de adultos, pero tengo que decirte mi parte. No quiero hacerme la víctima ni nada por el estilo, porque todo lo que pasó fue bajo mi propia responsabilidad, pero tuve un tiempo muy difícil. 
     Le narré con detalle los pormenores de mi último tiempo, la carencia, la incertidumbre ante la ausencia de un lugar propio dónde pasar las noches y todo lo que eso me acarreó. 
     - Ese tipo de cosas en las que uno se mete, las malas decisiones que se toman en la vida, inevitablemente traen catástrofes cuyas consecuencias estamos obligados a afrontar y sucede que a veces una mala decisión o una serie de malas decisiones te arrastran a un punto en el que dejas de quererte como persona. Empezás a pensar que sos una fuente de angustia para quienes te rodean y esa situación te produce un miedo tremendo, que a su vez te lleva a seguir tomando decisiones que no te ayudan a seguir adelante. 
      Lucio me miraba fijamente, el rigor implacable de su primera expresión fue cediendo ante el entendimiento, la empatía y el perdón. El perdón más puro que jamás experimenté. 
      - Quiero que siempre te acuerdes de esto, que en cualquier circunstancia de la vida, cuando estés parado ante el miedo, te acuerdes de lo que hice yo en esa circunstancia, arrugarme, darme por vencido, asumir derrotas antes de jugar al partido y quiero que te acuerdes de cómo te afectó a vos mi proceder y sepas que ese no es el camino. También que veas que más allá de, en un principio, no haber podido superarlo, junté mucho valor y vine, acá estoy, reconociendo que estuve mal, que me equivoqué y pidiéndote perdón por haberte hecho daño. Nunca tengas miedo de reconocer que te equivocaste ni de pedirle tu sincero perdón a aquellos a quienes lastimaste, aunque haya sido sin querer. Y entre vos y yo, te cuento que esto de perdonarse lo vamos a practicar toda la vida, porque me tendrás que volver a perdonar por los errores que voy a cometer así como yo mismo voy a perdonarte siempre, cuando llegue el momento y cuantas veces sea necesario, porque soy tu papá... Y vos mi hijo.
          El resto de la charla, después de ese punto, transcurrió a menor intensidad y mi hijo y yo, nos sinceramos y compartimos pareceres e impresiones de profunda intimidad, hasta que en un momento el clima pareció aflojarse por completo y entre lágrimas, nos dimos un abrazo. El abrazo más indescriptible, hermoso, purificador y sanador que jamás dí en toda mi vida. Pasamos unas dos o tres horas juntos después en la tarde perfumada por los eucaliptos de la primavera. Caminamos y reímos, nos contamos historias, recuerdos, sueños y fantasías, como siempre lo habíamos hecho antes, con grandes sonrisas. Caminamos por Colón sintiendo que nuevamente estábamos tan cerca como siempre estuvimos, desde el minuto mismo en que su madre y yo nos enteramos que él estaba en el mundo con nosotros. 
          Le recordé que en pocos días ibamos a actuar con la murga, a presentarnos en el marco del concurso de Murga Jóven y le pedí que me acompañase ese día, como lo había hecho en la misma instancia el año anterior. Los ojos de Lucio brillaron de amor y alegría. Claro que quería estar, claro que iba a estar.  

martes, noviembre 15, 2016

LXXI

       Ese domingo la tuve demasiado presente. Me tocó hacer mucho rato de bacha (lavaplatos) y mientras fregaba un disparate de tuppers grasosos al extremo, tenía que rechazar su perfume que inoportunamente alguien llevó al Quo Pide House, la fragancia se imponía sobre los pestilentes vahos de la pileta y en ese momento los prefería antes que el aroma de su recuerdo como una pica insidiosa en medio de la última instanciade mi duelo. Restaba entonces ante aquel intento de profanación, parada estoica ante la andanada de candelas, la dureza de mi pecho, la heroica voluntad de quererme más, parada como un faro de velas en medio de la vasta oscuridad, haciendo frente ahora, al embate místico de su perfume. Quedaba tan solo la tenacidad de mi renuncia frente al pileton lleno de trastos y a esa señora sin rostro que usaba el mismo Calvin Klein.
    Los domingos, a causa del masivo público que se volcaba a la feria de Tristán Narvaja, el negocio enfrentaba su día fuerte, al igual que la tienda de ropa de mi hermana Carla, una cuadra y media más abajo. El turno de los domingos era de 10 horas, aunque curiosamente me pagaban como si fuesen 8. Gran eficiencia y concentración, además de agilidad y retención, eran requisitos excluyentes para llevar a cabo de buena manera la demanda resultante de toda aquella marea de gente, los turistas, los feriantes, los valientes de siempre y los ocasionales, a todos interesaba probar la propuesta del Quo. Por supuesto todo esto significa una cantidad de platos para lavar más bastante importante que el resto de los días.  
      Pero durante todo el domingo gris, bacteria de un olvidar constante, tuve que batirme a duelo con la multitud de imágenes y sensaciones que se escapan de las garras del pasado y montaban su tinglado de sangre oscura, en el terreno baldío tras mis ojos. Me encontraba ferozmente concentrado en mi labor y le daba cuenta que esto contribuía a aliviar el peso de su derrame, la melancolía furiosa, el renacer del amor propio parecía solo una barrera del orgullo a la sombra de la muda sensación de su cercanía. Pero de ningún modo iba a dar un paso atrás en el asunto y V era ya para mí, lo mismo que un libro ya leído. 
     Salí recién a las 18, tras 10 horas de fatigosa labor, aunque reconfortante para un espíritu largo tiempo embebido en las babas del ocio. Con confort o sin él, me dolían las piernas un disparate y la espalda todavía más. El domingo estaba gris. Fui hasta la plaza de los 33, compré cigarrillos en el quiosco de la esquina de 18 y Magallanes y me senté a fumar uno y a escuchar, una vez más, la canción final y la retirada de la trasnochada del 16. Esta vez no evocaría la magia de su esencia, no tiraría la cuerda luminosa que en aquel, ahora lejano, mes de agosto, la trajo de nuevo a mis brazos, por lo menos en una noche de alcohol en la que creímos que nos amábamos. 
       Ahora el cielo estaba gris, después de un rutilante sábado en el que fuimos a la playa con mi primo y el cabe, pero no a bañarnos sino a tomar sol y jugar a la pelota, de cualquier modo hubieron unos 29 grados y disfrutamos de la simpleza de la amistad y la camaradería. Pero el domingo estaba gris, un viento fresco era apenas sensible entre los bancos rotos, las cagadas de los pájaros y los rostros estáticos de las viejas, el vacío a medio poblar, los ómnibus distantes y las rubias paseando a sus perros. Yo estaba solo, me sentía bien, aunque consciente de la soledad intrínseca que acarreamos desde un extremo al otro de la vida. La sentía de pié junto a mi, mirando mi cuerpo y mis pensamientos con una vacua risa sin expresión. La sentía respirar cerca mío y gravitar en la espera de que mi propia mirada le devolviese una confirmación de su existencia. Eso hice. Miré en los ojos de toda aquella soledad y fumé... La Trasnochada seguía cantando "será eterna con glorias de nada, hoy serás, más que nunca Trasnochada, yo te perdono pase lo que pase, quedarán mis penas dentro de mi traje".
     Una vez que mis pantorrillas se aflojaron y pararon de latir en su agudo dolor, me puse de pié y avancé una cuadra por nuestra principal avenida hasta la parada del 180. Era jornada de vestuario y los compañeros de la murga, se juntaban a las 17 en casa de Sol y de la Maga, de quien una vez pasadas las 12 de la noche, celebraríamos el cumpleaños. 
     Restaban, como decía, 10 días hasta la noche de la presentación y aún no teníamos trajes. Los sombreros estaban casi prontos, pero faltaban los trajes de las puntas del espectáculo, había una idea inicial que yo mismo había propuesto y que para variar no había sido tomada en cuenta para el prototipo de la Maga, de modo que esperé pacientemente a ver cómo se desenvolvían con ese asunto. Cuando llegué a su casa, Mati, Marce, Nico, Horacio, Cabecita y Maru, Sol y la Maga, cortaban flecos en el patio frontal de la casa en la calle Colorado.
     La novia de un amigo de mi primo, también hincha de la murga nuestra, había sufrido hacía cuestión de un año, el fallecimiento de su madre. Cuando esta murió, quedaron en su taller de costurera, unas 5 o 6 bolsas grandes repletas de telas. Al ser Reina (la mamá de Katy) una persona de mucho gusto por el carnaval en general y por la murga en particular, Katy, decidió que sería lo que ella hubiese deseado, donar todo aquel material a una murga para que hiciera su vestuario. Recibimos el regalo con gran emoción y alegría. Utilizar aquellos materiales en la confección de nuestros trajes, tenía además, un alto valor simbólico. 
       Estaba yo mortalmente fatigado, sin embargo, mi afán por avanzar en aquel tema, me llevó a renovar mi voto de compromiso por el grupo, agarrar la tijera y dedicarme casi de manera febril, en una primera instancia a cortar flecos junto a mis compañeros. A los 15 minutos me pesaban las bolas de seguir y me senté a fumar. Tomé varios mates más y fui hasta el fondo siguiendo a mi primo y al Mati, que iban de camino a probar la estructura del traje. El diseño constaba de dos maples de huevos, pintados de color blanco que hacían las veces de hombreras, bajo ellos un fino manto de plastillera con agujero para el cuello y desfondado para funcionar como una fina malla. Una vez en el pequeño patio trasero de la casa de las gurisas, Matí y mi primo ideaban una estructura que funcionara como conector entre ambas hombreras y con las cual hacer de las 3, una sola pieza rebatible y de fácil producción. Meta y meta con un alambre, lo torcían y retorcían buscando una forma de generar dicho enlace. Yo los miraba mientras fumaba, abrumado por la complejidad en la realización del modelo diseñado. Ninguno de nosotros tenía experiencia en la elaboración de ropa, salvo la Maga, que estaba al frente de la comisión vestuario pero carecía, por otro lado a igual que el resto de nosotros de la experiencia en vestuarios de murga. 
       Después de un rato me pareció apropiado sugerirles probar con una tira de tela por detrás, que ajustase y otra por delante que hiciera lo mismo. Lo probamos y las hombreras quedaban sujetadas entre sí pero carecían totalmente de estabilidad y su eje se perdía descontroladamente. Mati y mi primo se ofrecieron de voluntarios para ir a hacer las compras necesarias para el asado, ya que después de las 0 horas, iba a ser el cumpleaños de la Maga. Masi y yo nos quedamos a cargo de la tarea de idear la estructura, el esqueleto del traje. Pensamos, discutimos, probamos distintas técnicas pero ninguna nos proveía de la estabilidad necesaria como para que las hombreras mantuvieran su forma ajustadas, propiamente a los hombros. A las cansadas, la imagen del puente de las américas me vino a la cabeza. Las eslingas que le dan estabilidad a la estructura nacen espaciadas en el plano horizontal y todas conectan a un solo punto de solidez en sentido vertical. Pensé que en este caso podría aplicarse el mismo principio y realicé cuatro agujeros ubicados en diferentes partes cóncavas del maple y enhebré con flecos de un metro los agujeros, repitiendo la operación en la hombrera opuesta y además perforé en tres otras partes cóncavas pero de la parte trasera del maple y también enhebré largas tiras de tela por ellos. La idea entonces fue colocar las hombreras en su sitio y atar las tiras por delante, cada una con su respectivo simétrico haciendo un nudo sobre otro para formar una especie de nudo colectivo a la altura del esternón y casi que con su misma función. Al hacerlo directamente sobre el cuerpo del Masi, la estructura quedaba perfectamente sujeta por delante y por detrás, a su medida. De las "cuerdas" que se anudaban entre sí al medio de la espalda, iban atados  un sin fin de largos flecos casi hasta el piso, elegidos por la Maga y por mi primo en distintas paletas de colores para cada par de componentes de la murga. El efecto logrado era de una frondosa capa de flecos voladores por detrás que al bailar tomaba un vuelo, un colorido y una gracia que era realmente impresionante para nuestra falta de experiencia previa en la tarea. Por delante: la pechera, estaba hecha de la siguiente manera, en lo que vendría a ser la clavícula de aquel esqueleto, iban del mismo modo que de atrás pero menor cantidad de flecos que posteriormente Soledad tejió en forma de red de cuyo extremo inferior, de cada esquina, salían otras dos tiras que funcionaban como las tiras de un delantal, para que fuesen atadas por detrás, dándole a la estructura una fijación al cuerpo que aportaba desde la comodidad y lo estético. 
    En determinado momento, estábamos con el Masi tan concentrados en la confección que la hora se nos voló a la mierda, cuando quisimos acordar nos estaban llamando para comer, la barra estaba sentada a la puerta, donde semanas antes zapábamos candombe y cumbia en el cumpleaños de sol, ahora la murga comía asado y bebía cerveza y se reía y vibraba en el aire la proximidad del estreno. La luna, después de las doce era la llamada "super-luna", una luna llena imperceptiblemente más grande que el resto de las lunas llenas. Hermosa, gobernante indiscutida del cielo de aquella noche en la que por fin y demasiado sobre la fecha, teníamos terminada y funcionando la estructura de los trajes para las puntas del espectáculo, ahora faltaban hacer nada más que 16, pero había un modelo. 
   Masi salió a donde estaban los compañeros ya hacía rato descansando, todos estaban ahí ahora, salvo por Nico que se fue un poco más temprano y por Camilo, que directamente no apareció. Todos lo miraban saltar y bailar y quedaban hipnotizados por el vuelo de aquel mar de flecos, que calcaba con mínima demora, los movimientos del murguista, que con la sonrisa de un niño pegaba saltos y giros.
     Cantamos la retirada y varias otras canciones del repertorio, muy suavemente, muy tranquilos, muy en son de comunión. Los apenas lejanos focos del alumbrado público, en su mezcla de azules y naranjas, patrocinaba el encuentro. El fuego, en el medio tanque era el alma ardiente de nuestro sagrado ritual. La carne... el vino casero que trajo el Pela, el cogollo de mi primo, el casillero de cerveza helada que iba y venía, todo era compartir, todo era dar y disfrutar en la complicidad de la noche y la luna llena, de el tiempo mágico, sus hechizos y sus imprevisibles idas y vueltas, todo era la vida misma, discurriendo en la eternidad de la vereda. 

sábado, noviembre 12, 2016

LXX

  Por eso el viernes siguiente volvimos a repetir la reunión de "enganches" como le decíamos nosotros. La cita se dio en casa del Matí, en la calle Itapebí. El chef Guillermo me pidió medio a último momento si podía quedarme a hacer una hora extra. Respondí de inmediato que sí, aunque en el fondo nunca me agradó esa forma de pedir una hora extra, así a último momento, pero necesitaba el dinero y además complacer al chef en aquella carrera que me había propuesto para ganarme mi propio lugar dentro de la cocina del Quo Pide House, un negocio que crecía en tiempos de lentitud económica, gracias a la calidad y el precio de su propuesta y al profesionalismo con la que esta era llevada a cabo. 
     A las 16, entonces me encontré con mi mamá y con mi hermana Fiorella, de 12 años. Los tres fuimos juntos a tomar un café a la esquina de Colonia y Minas, antes estuvimos conversando unos quince minutos, sentados en un banco de la plaza de los 33. A cada rato me invadía un profundo ardor en el dorso de mi muñeca izquierda. Dos horas antes de cumplir mi turno el Chef me pidió que marchara un papillote de pancha vegana. El Papillote era un plato por capas, cuya composición constaba en una hoja de papel de aluminio de unos 40 centímetros de largo por unos 25, 30 de ancho, sobre la hoja un poco de aceite de girasol bien esparcido, después una porción en forma de chato prisma de arroz blanco, sensiblemente más chica que el trozo de papel pero manteniendo sus proporciones, sobe la base del arroz se colocaban dos puñados de lentejones hervidos previamente, la tercera capa constaba de vegetales asados (calabacín y berenjena), sobre eso la pancha vegana (hamburguesa de garbanzo de receta exclusiva de la casa) cortada en porciones pequeñas; pomodoro y según yo inadvertí, queso para gratinar, como salían el resto de los papillotes comunes. Cuando ingresé el plato armado en la hoja de aluminio, dentro del feroz horno eléctrico, me dí vuelta para a colocar los tuppers con los ingredientes de regreso en sus respectivas heladeras y el chef que pasaba con una bandeja de pides vio de reojo que dentro del horno, recién puesto estaba el papillote vegano, con queso arriba. Vos le pusiste queso al papillote vegano, dijo con apuro y gesto de severa incredulidad. Me lancé sobre el horno, abrí la tapa y el calor al igual que cientos de veces durante el día, se lanzó a mi rostro y mis manos ablandando y sometiendo a mi carne y mi piel, me di cuenta de un segundo error que hasta el momento el chef no había percibido, había puesto el paquete de papel aluminio directamente sobre la parrilla del horno, sin la chapa correspondiente que usamos para calentar casi todos los platos, entre ellos el papillote, porque una vez que el aluminio se calienta, es realmente difícil de maniobrar el plato acabado para ponerlo sin ayuda de una superficie maniobrable, en un plato o meterlo en una bandeja para TakeAway. De modo que en resumen, al querer sacarlo del horno me quemé por aquí y allá, no demasiado pero sí para sentir el dolor de forma molesta, sin embargo traté de tomar papillote con la mano directamente, esta salió disparada por reflejo hacia arriba y este movimiento terminó con el dorso de mi muñeca izquierda chocando contra la parrilla superior del horno, también infernalmente caliente. 
      Me latía. Me había hecho una quemadura de unos 4  centímetros en linea recta que me ardía de forma insistente mientras que después del café, mi mamá y mi hermana me acompañaban a la parada del bus, donde abordé un 180 y me bajé frente al Canal 5 bajo el sol rústico de la primavera, escuchando a la trasnochada, caminé hasta la casa de Mati. La camioneta del director estaba ya estacionada afuera, y la puerta de la casa, estaba abierta, también lo estaba la reja metálica pintada de blanco. Me aproximé, dentro de la casa sonaba bastante alto, el disco Led Zeppelin IV, golpeé la puerta al ritmo del alocado redoblante y enseguida el dueño de casa se aproximó invitándome a pasar. Desde dentro, mi primo salía con un fasote armado en la mano, venía despuntándolo. Nos abrazamos y saludamos, vibraba ya un ambiente especial, un cambio del viento que nos ponía en un mismo barco de guerra rumbo al horizonte, no solo al fugaz y apasionado horizonte de la retirada y del resto del espectáculo sino al horizonte relativo del cierre de aquel hermoso ciclo. Sonreímos de forma cómplice. 
      Al poquito rato llegó Marcelo, Cabeza y Mariana. Conversamos un poco acerca de los perfiles más delineados de nuestros personajes, algún que otro detalle escénico, Marcelo aportó su conocimiento en las artes teatrales para que tanto Mati como Maru (quienes tenían un poco menos de soltura a la hora de interpretar un personaje por completo distintos de ellos mismos) recibieron con apertura y de los que se valieron para que, después de un par de pasadas en serie de los diálogos y las rutinas de los enganches, consiguieron efectuar una mejora bien sensible y notoria. 
      Cabecita nos sorprendió a todos con su mejora en la interpretación, había logrado conectar con la magia de la encarnación y su momento en el cuplé de los valores, estaba ahora envuelto en el halo de una sana nostalgia, completamente satirizada pero con un trasfondo innegablemente dulce y de tierna melancolía. Hasta el acento tano de su propio abuelo había logrado adaptar en función del enriquecimiento de su personaje, el resultado era más que apreciable.
     A mi me preocupaba que Maru y Mati no fueran capaces de romper el molde de su propia identidad y de entregarse a las manos de una entidad inventada que debería invadir su musculatura y sus ojos para dar su propio mensaje, que era el mensaje de la murga en sí. Ellos se parecían en un principio, antes de estas reuniones de enganches, demasiado a sí mismos y esa justamente no era la idea. En dos sesiones Maru y en una sola Matí, habían logrado crear o al menos esbozar el universo de su personaje y esto le otorgaba vida y credibilidad no solo a los cuplés sino a todo el proyecto. 
    Partimos para el ensayo en medio de una concentración de lo más intensa y llegamos al Recoveco y estaba Maicol y faltaban aún un par de compañeros y calentamos las gargantas con la retirada de la muñeca del 96 y después con la del 58 y despues con una estrella fugaz y después ya estaban todos, la murga a pleno se lanzó por una primer pasada. 
   La concentración grupal que reinó permitió que la puesta en escena saliera pareja con el canto. Los enganches salieron muchísimo mejor que en el ensayo anterior y el colectivo se mantuvo organizado, eficiente y disciplinado. Salvo la batería que tenía la costumbre de hablar y practicar piques y arreglos mientras el resto intentaba decidir ordenadamente algún particular. 
    Finalizada la primera pasada y bastante sudorosos, hicimos un pequeño recreo en el que no se debatió mucho ni se habló demasiado sobre el espectáculo. Después volvimos a la sala grande del Recoveco y la Ternera se dispuso a dar una segunda pasada del repertorio completo. Antes de comenzar, Soledad propuso cronometrar el tiempo para probar la eficacia que tuvo el sacar una breve canción del cuplé de la consumista y acelerar por tres el ritmo del personaje del autosustentable que interpretaba Mati. Horacio, en un gesto de necio pesimismo observaba que con solo esos recortes no alcanzaba para descender de la barrera de los 30 minutos. Maru caminó hasta el frente del friso y tomó su celular. Antes que lo pongas le dije y mirándo al director pedí la palabra. Capté la atención de la murga y les dije, gurises está vez va con reloj, tengan eso en mente y desde lo grupal busquemos la erificiencia y la prolijidad, no se estimen mucho y tengan presente que ya estamos bien cerca de la noche del estreno. Volví a mi lugar. Salió la clarinada con potencia y alegría. Salió la presenta, la ensalada y uno a uno los cuplés tomaban una textura más pulida y consistente. Salieron los enganches,  con cuya duración tenía ya bastante bastante familiaridad y salieron los cuplés de manera ordenada y evidentemente ensayada y bien aprendida. Las mejoras de Maru y Mati en esta segunda pasada fueron decisivas. Cuando Sol entonó en su guitarra la reducida versión de su hermosa canción final y el Masi se aproximó para cantar la primer estrofa de la retirada, la murga alcanzó su mayor punto de emoción controlada y de concentrada pasión hasta el momento. Salió más que de lo profundo de los huesos y el vibrar de las canciones retumbó en los espejos de la sala y en las caras contenidas de los 3 o 4 amigos que ese día nos acompañaban. El acorde final y el sudor era general y abundante, el director que golpea tres veces la tierra con el pie y comienza la bajada. Salimos del friso contándola y cuando pasamos en fila frente al cronómetro, Maru lo tomo y de nuevo sus ojos se llenaron con el brillo de la satisfacción y la felicidad, lo levanta en alto para que todos lo veamos. 29:54 vi yo. 

viernes, noviembre 11, 2016

LXIX

   El aire olía a canela, las palomas volaban de izquierda a derecha, todos los medios de prensa solo tenían voces para hablar de la elección presidencial en los Estados Unidos, en la que había ganado Trump. Yo fumaba y mirando la gente pasar de aquí para allá en la plaza de los 33, fumaba y escuchába la radio al salir del trabajo. 
   Debo hacer, antes de proseguir, una aclaración geográfica que pasé por alto en varios capítulos. Quo Pide House no estaba ubicado, como dije antes en Mercedes y Tristán Narvaja, sino en Colonia y Tristán Narvaja. Aclarada esta  confusión, prosigo con la historia, ya en sus últimos capítulos.
   Cuando salía de Colonia y Tristán, había adquirido el hábito de comprar una botella de coca-cola de las más chicas y beberla acompañada por un cigarrillo sentado en la plaza de los 33. Ese miércoles volvíamos a ensayar con la Ternera, sin dudas ahora sí, los esfuerzos se incrementan y la convivencia se intensifica multiplicando de forma exponencial el entusiasmo, los esfuerzos y la fe en el espectáculo que armamos. En el ensayo de la noche anterior, cuando estrenamos en el Recoveco y de manera íntima, el espectáculo completo, del cual se desprendía un dato de complejo tratamiento, nos sobraban 3 minutos y ya habíamos hecho demasiados recortes, no nos quedaba ya mucho para sacar. Mariana propuso sacar 4 cuartetas del cuplé de la consumista, pero ganábamos tan solo 1 minuto, aún nos restaban 2 minutos por retirar del libreto. Mis enganches monológicos habían quedado en su más sintética versión, afortunadamente sin perder su efecto humorístico. De modo que quedaba muy poco de donde sacar minutos. 
      Estábamos en la parte más intensa de la preparación de cara al concurso en las Duranas. Casi todo el sistema Murga Joven, se empeñaba en llamarle Encuentro y no concurso, sin embargo para mí siempre fue un concurso pero no connotando la competencia hacia las otras agrupaciones, a las que admirábamos y respetábamos sin importar demasiado su calidad artística, que en algunos casos, la mayoría de ellos, era bastante alta y en otros menos brillante, no, para mí el concurso se desarrollaba puertas adentro, primero, a nivel grupal ya que el esfuerzo, la dedicación y la pasión con la que se trabajaba para mejorar eran dignas de un verdadero concurso, y segundo, se trataba también de un concurso personal, una pugna por la superación artística a nivel individual, una competencia contra las adversidades, contra la pereza, la soledad y la tristeza y sobre todas las cosas era una competencia despiadada contra el miedo. Personalmente mi búsqueda, más allá de estar centrada en una refinación del proceso artístico, estaba centrada en la idea de cantar en el Teatro de Verano. Era un sueño absolutamente vivo, que me acompañaba día y noche a sol y a sombra, haciendo que a diario estuviera yo en competencia contra la chatura, contra la mediocridad de la cual tanto me había alimentado en otras etapas de mi vida. Cumplir con aquel presentimiento que tuve en el Teatro de Verano, aquella inolvidable noche de Febrero junto a V, era mi mayor competencia, mi más grande anhelo de realización artística en el marco de aquel año tan particular. 
      En parte por eso, fue que surgió la idea de que hacer varias reuniones de trabajo exclusivas para aquellos compañeros que como yo, tenían un papel actoral de bastante exigencia dentro del espectáculo. Ese miércoles, cuando salí del Quo y después que tomé mi cocacola y fumé mi cigarrillo en medio del olor a canela y las palomas y los ecos interminables de la elección de Trump, fui en un céntrico hasta la Ciudad Vieja para tomar un café con mi madre en su casa. Una vez ahí, Cabecita me manda un audio citándome en la esquina de Joanicó y Propios para ir junto a él y mi primo, el director, a la casa del primo de Mariana, que se hallaba de viaje y según ella, nos ofrecía un espacio ideal de tranquilidad para dedicarnos a esa tarea. 
      Llegamos finalmente buen rato antes del inicio del atardecer y aparcamos el automóvil. El Cabeza era uno de los mejores cebadores de mate que yo conocía y su propio mate tenía un sabor incomparable, en este caso era mi primo quien lo cebaba mientras el Cabe manejaba. Nos detuvimos entonces frente a la casa y tomamos otro par a la espera de que Mariana viera su celular y bajara a abrirnos. Sonó el celular del Cabe, bajamos del Xsara, por la ventana, en el balcón de un primer piso, salió la figura de Mariana, el sol del poniente transparentaba sus dorados cabellos y una bella sonrisa iluminó su rostro al vernos. Los ojos del Cabeza, a su vez reflejaron el brillo y se veían radicalmente enormes y llenos de un nuevo y poderoso amor por Mariana. Tuvo que sufrir nuestras bromas al respecto, por cierto que sí. Subimos. El apartamento era pequeño pero muy acogedor, había en la sala donde nos íbamos a reunir, un piano rosso blanco, apenas desafinado, dos sillones, una computadora, una hermosa Epiphone LesPaul conectada a un cubito chico y una pedalera azul, un tablero de ajedrez, una computadora portatil, una tortuga que al principio creimos que era un pisapapeles y el balcón, por donde el sol, cada vez más rojizo, lanzaba sus últimos poderes del día. 
    Trabajamos de manera ardua y sería con el propósito de encontrar el alma y la zona de cada uno de los Estereotipos (ese era el nombre del espectáculo). Sistematizamos la manera de definir los personajes y perfeccionados sus dinámicas, posturas, textos, ritmos, remates y sobre todo, hicimos hincapié en la faceta ritual del género murga, en el desplazamiento que experimenta la cognición durante la magia que implica el encarnar un personaje, de ser un arlequín cantor de esquina, medio bohemio, medio negociante, exhibidor de un espejo que apunta hacia el pueblo mismo y que refleja en el prisma de su farsa, sus preocupaciones cotidianas, sus sueños y alegrías, sus más hondas nostalgias. Debíamos ser plenamente conscientes del elemento espiritual que daba alma a la función, haciéndo mágica la realidad. Debíamos aprovechar esa energía casi sobrenatural que la faceta ritual nos regalaba y lograr colectivamente el milagro alquímico de las emociones, que es para mí al menos, la piedra angular de la murga.
     Toda la experiencia de reunión fue netamente positiva a fines de enriquecer las partes actuadas del espectáculo y antes de partir a comisión vestuario, en casa de Maga y Sol, Maru tenía que regar las plantas que estaban en la azotea y nos pidió redondear la reunión allí, mientras ella atendía aquel pequeño asunto. Eso hicimos. Al subir, nos percatamos que estábamos situados en uno de los puntos más altos de la ciudad ya que si bien la azotea tendría la altura de un tercer piso, la vista de Montevideo era espléndida y completa. Brillaban cerca de la mole arbolada del cerro el más intenso color arrebol que se pueda uno imaginar. Densas nubes oscuras flotaban a cientos de metros del horizonte generando como una faja crepuscular que nos maravilló por completo. 
   Mi primo rascó los acordes de la bajada de la Gran Muñeca del 96 y cantamos como en un trance de pasión y total amor a los carnavales. Nuestra propia canción de caras pintadas se avecinaba por el almanaque a un ritmo desaforado. Una cantidad tremenda de confianza y genuina felicidad unía el pequeño grupo de cupleteros que en los últimos minutos de luz de aquel día, dieron un paso hacia la libertad de sus sueños. 
    Después de eso, como media hora, llegamos a casa de Maga y Sol, donde el despliegue ocasionado por la tarea intensiva dela creación del vestuario había tomado la casa de punta a punta, las telas, los sombreros, los pinceles, las bolsas, los cartones y arpillera estaban apilados en grotescas montañas por toda la casa, los gurises trabajaban de un modo impresionante, estaban a pleno y su productividad y cooperación, de verdad era algo conmovedor. Pero todavía nos sobraban 3 minutos y ya no había casi nada de donde cortar. 

miércoles, noviembre 09, 2016

LXVIII

     Es que en aquel otro momento era casi imposible no sentirse absolutamente tomado por una insólita alegría. Un sentido de tan honda metamorfosis, una sensación de desabrigada plenitud, un desasosiego tan exquisito y refinado por el rumbo de los acontecimientos que era imposible no sentirse vivo de verdad. Envuelto en el primitivo misterio de la existencia, a merced de los poderes que determinan las circunstancias, anclado en las corrientes de aire más inesperadas, volando y sonriente sobre la ruleta de la sangre. Se aproxima el final, se sienten las cosquillas de la eternidad rascando los huesos. 
   Corro otra vez en la línea última de la realidad, soy ángel de arrabal, oscuro candil en la brevedad mi propia existencia, conjugado en armonía con todo lo demás y con todos los demás. Viendo en la mirada ensimismada de los hombres y las mujeres, lo mismo que late con vibrante pulsar detrás de mis propias pupilas, ese pabilo dependiente, ese fusil de arrogante veneno que es a su vez probable antídoto de todo lo que su demencia ocasiona. 
   Teníamos ya los dos pies posados dentro de Noviembre y esa mañana hacía justo un año desde el debut de la Ternera en las Duranas. Un año atrás, la murga era niña, desconcertada, desempastada y desafinada. Sin embargo, más allá se la muy pobre actuación, lo que el escenario nos había mostrado, resultó medular y fundacional para la murga de este año. Aprendimos el valor y la importancia del trabajo en grupo, de la creación colectiva, la negociación y las bases de la política interpersonal. Todos fundamentos a los que echábamos mano a diario y sobre los cuales construimos este nuevo espectáculo, más compacto, más redondo y efectivo, cuya musicalidad nos conmovía a todos por igual, haciéndonos cantar con ganas, con fuerza, desde el Alma. "Que no cantamos que no, que no cantamos que no muy afinados ni muy afiatados, pero cantamos que sí, dando la vida en cada tablado" decía la Falta y Resto y para nosotros era esto casi un axioma de gustoso cumplimiento en cada ensayo, en cada festival, en cada peña.
   Como es lógico, apenas entramos en la recta final de noviembre, muchos compañeros aflojaron la pata y la murga sufrió un sensible bajón en la intensidad de su progreso sostenido, esto, más allá que resultaba esperable, producía una importante aprensión en el núcleo mismo del grupo que, por un lado decaía sus ánimos y se perdía un poco en apasionadas invectivas contra los que aflojaban, pero por el otro lado, nos elevaba, generando una efervescencia duplicada en los otros compañeros que, más que nada en el mundo, deseábamos pasar la primera fase del concurso y tener la posibilidad de interpretar el espectáculo en el Teatro de Verano, Ramón Collazo, catedral de la religión carnavalesca. 
    El Chef Guillermo, me había propuesto el día anterior, después de cumplir mi último día de prueba en el Quo Pide House, dejarme efectivo en el horario de 14 a 22, posterior al servicio de almuerzo y hasta el cierre, me decía que era muy tranquilo porque el servicio de cena era muy leve y no se movía tanto como al mediodía. No obstante me él necesitaba tenerme algunos días más a medio horario para poder entrenarme en todos los pormenores del menú alternativo de la casa, las preparaciones y sobre todo el armado de los platos. Su idea era que me quedara solo con su socio a cargo de la casa durante el turno vespertino, de modo que precisaba empaparme mucho más con el tema. Eso iba a hacer, me restaba la parte engorrosa, tener la charla con mi padrino, quien había estado moviendo sus contactos con insistente frenesí para que me aceptaran de las fuerzas armadas. La propuesta del Chef me igualaba el número del cuartel y adicionaba las propinas divididas entre los 5 operarios del Quo, más el almuerzo sabroso y sanísimo que yo mismo podía prepararme. La opción que iba a tomar era clara, sin embargo, tenía que trasladarle a mi padrino el resultado de tal decisión y esa parte, a decir verdad, me rompía un poco las pelotas. 
    No podía ni quería evitar sentirme plenamente confiado y feliz por el giro que tomaron los acontecimientos, por la transformación radical de las circunstancias y menos a la luz de los numerosos apremios que padecí para llegar a este nuevo punto de partida desde el cual, las flechas de mi voluntad se disparaban hacia el cielo bestial de Noviembre con una fortaleza y una pasión por la vida, completamente renovadas. La ansiedad seguía siendo un factor por demás sensible en toda la epopeya, pero el panorama era infinitamente más prometedor de lo que había sido durante todo aquel año de incertidumbres y pobreza económica. Tenía además, de nuevo, la billetera cargada aunque había aprendido un modo de vida frugal y austero que me hacía creer que era capaz de hacer rendir más el dinero y de manejarme con mayor madurez en todos los ámbitos de mi vida. Estaba en camino a ser de nuevo, el señor de mi destino y lo estaba disfrutando un montón. 
   Tal vez una de las peores partes era la ruptura con aquella mujer que había dado un giro incalculable a mi vida y de quien ahora no sabía ni quería saber ya más nada. A diario el recuerdo de sus ojos pretendía violar la sacristía de mi alma, pero aunque a duras penas,  lograba rechazarla y hacerla volver al hoyo de profunda ignominia al que la había confinado con profundo dolor en el alma. Sin embargo, el universo me estaba diciendo que finalmente fue una buena decisión y aunque por momentos me sorprendiera extrañando el fuego de su sexo , la intimidad innombrable de su sillón o la luz de su portátil, comprendí que ella tenía razón y que siempre la tuvo cuando afirmaba que nunca íbamos a estar juntos, ella odiaba de mi las cosas que odiaba con solapada inconsciencia de ella y no se amaba a sí misma tampoco, por lo tanto haber esperado que me que me amara a mí, no fue más que una confusión del corazón guiada con terquedad por mi propia falta de amor propio.
    Pero ahora yo había cambiado la pisada finalmente y habiendo estado al borde del suicidio, me daba cuenta, tras un tortuoso periplo que pude detenerme y rescatarme de aquellos abismos, gracias a un insólito esfuerzo mental, espiritual y del corazón y sin dudas además, gracias a la infinita ayuda de mis círculo íntimo. Pude darme una nueva oportunidad en este maravilloso desierto y ahora bailaba con el ritmo de la vida y lo disfrutaba. Este acto de genuina valentía me dio lo que necesitaba, la admiración, la confianza y el amor por mi mismo que me había negado tantas y tantas veces antes. Creía en mí y me estaba reconquistando, aprendiendo a amarme de nuevo, a aceptarme, mimarme y consolarme con mi propia compañía pero también a exigirme más allá de lo antes hecho, a ser despiadado conmigo mismo, ser astuto, simpático y paciente. Sentía que bajo estas premisas y en este nuevo marco emocional, nada era imposible sino todo lo contrario, el mundo volvía a estar a los pies de mi voluntad y yo mismo era un crucero formidable, recien botado a los brazos incalculables del océano de la existencia. 
    Fue por esos días también que comencé a hablar con P. No es la P de quién brevemente, en los inicios de este libro, narré un par de episodios. P era una joven muy agradable, de 23 años y un corazón también en periodo de reconstrucción con quien conectamos por Facebook al estar buscando yo maquilladora para la murga. Ella me respondió que no, que había dejado las artes maquillatorias para abocarse de lleno a su propio negocio. Estos detalles serán descritos en su momento o tal vez no. No obstante, ese mismo día continuamos hablando por messenger y en la tarde otro poco y luego al otro día un poco más y a la noche. En cuestión de casi dos semanas de bellas y profundas charlas que alguna vez se prolongaron más allá de la media noche, comenzamos a hablar de vernos en persona. La onda entre nosotros era totalmente explícita y aquel martes, después del Quo, pero antes del ensayo, ella lanzó el gato arriba de la mesa sin miramientos. Me preguntó qué planes tenía yo para el sábado siguiente. Respondí que por el momento ninguno y que estaba abierto a lo que ella fuera a sugerir. Me dijo que ese sábado iría a descansar a una pequeña casa que tenía en uno de los departamentos más turísticos de nuestro país y me ofreció que la acompañara, si así lo deseaba. Su invitación me produjo un sentimiento de alegría tan hondo, por supuesto superpuesto a lo que antes describía en este capítulo que me ganó la emoción y acepté la propuesta, agradeciendo con énfasis el bello gesto de su parte. Me dijo algo muy oportuno: jajja parece que nunca te hubiesen invitado a pasear. Sí, me han invitado, pero no tú, le contesté evadiendo la verdadera razón que me arrancaba una amplia sonrisa de los labios. El motivo subyacente de mi alegría ante aquella simple invitación era que V también tenía una casa en un departamento cercano a este, a la cual nunca quiso que vayamos juntos por miedo, por lejanía emocional, por principios filosóficos, por lo que fuera, jamás había deslizado la idea de ir juntos y eso hasta hace un tiempo atrás me producía una angustia y una nostalgia muy intensas. Ahora P, de buenas a primeras me proponía ir a comer un asado a su casita de verano, pasar el día cerca de la playa y conversar hasta que se nos acabe la letra bajo el sol de la primavera, sana y plenamente sin rodeos ni viajes ni histeria ni nada de eso a lo que yo tristemente me había acostumbrado en mi anterior viaje amoroso. En un principio la idea era volver a la noche, pero hábilmente dejó abierta la puerta de pernoctar allí y volver a primera hora del domingo, eso sí, me dijo, en el caso de que nos queramos quedar, vas a tener que dormir en el piso porque hay una cama sola. Al aceptar y sellar el trato, P me dijo, decíme dónde vas a estar que yo te paso a buscar en el auto y ya arrancamos, yo antes paso por la tienda, hago las compras, así no perdemos tiempo en eso y podemos dedicarlo a descansar. 
    Así que felizmente inserto en ese panorama, afortunadamente cómodo y feliz, compartiendo casa con mi amigo el Pela, tenía un lugar donde escribir, un cuarto con Wifi, un amigo con quien hablar... un trabajo que me encantaba y en el cual, sopresivamente me desenvolvía con prestancia y eficiencia totales, tenía la murga en su punto más alto de rendimiento y de c y como punto cúlmine, una joven deportista de muy bellos labios y conmovedores ojos que se amaba a sí misma, según me confesó en una de nuestras primeras charlas íntimas, que estaba totalmente por fuera del mundo de la droga y el alcohol y que evidentemente estaba fascinada conmigo, al igual que yo con ella y que para completar el cuadro, me invitaba, este mismo sábado a tomarnos un respiro juntos del peso de la rutina a su casa afuera. Verdaderamente no me hubiese resultado posible, unos meses atrás, predecir  ninguno de estos tan agradables y satisfactorios reveses de la historia.  

domingo, noviembre 06, 2016

LXVII

Pasa una araña por la lejanía 
Pasa con silencio y mañosa 
Trapecista de eternidades
Cantando las notas más púrpuras 
De su red abismo subterráneo 
Repertorio de sus agonías
Florecido en otros pentagramas
Ahora celestes
Ahora nuevamente verdes
Los bastones del cielo
Crean curiosas ilusiones
Donde se pierde el corazón 
Regatas hacia el parque
Velocidad del silencio
Para aceitar engranajes 
Por el tiempo que dure el infierno 
Por la luna que cunde 
En la brevedad 
De todos los cielos.
Allá viene la ahogada
De nuevo 
Con su racimo de horcas 
Su languidez de lirio submarino 
Viene buscando espejos negros
En los que jamás pueda ver el sol.
Pasa junto al dominó de puertas
Y ninguna mira
Por más malos sueños
Que haya tenido con ellas 
Pasa y no las mira
No las puede mirar.
Con su ronca voz de madrugada
Llama como pájaro nocturno 
Mientras jode el ruido de una alarma
Silba la arena y la sombra
Bajo su pisada inexorable 
El prisma de su locura 
Descompone la luz 
De las heridas y de la risa
Deshace toda la luz
En su fauce casi temblorosa 
Avanza río indefinido 
Sigue sin que yo se lo pida
Viaja hacia la constante 
Transformación 
Dejando a mi voz
Hundirse en paredones
Sin remedio. 
Rebotar a piñas
Por las aristas que tiene
Aquello que es de por sí aleatorio 
Ese relato del que nadie es muestra
Ese alquímico momento
De transmutación 
En infinito reflejo
Cíclico 
Ciclónico
Pasea ahora el momento
 de cuerda floja
Por el que pasan
 tus equilibristas descabellados.
Se espera una gran caída
Un golpe de huesos, 
De ciegos, de sordomudos 
Un seco tronar de mandíbula 
Y saltar hacia la muerte
Como un grupo de personas 
Que se suben con orden
A un ómnibus de línea.
Trepan las vías
Descorchan adoquines 
Para atender el ir y volver 
De esa vida que es todas las vidas
Ese maratón espontáneo
Esa carrera de bueyes 
La misma vida
 que va de una punta a la otra 
Es péndulo de poesías 
En el cañaveral 
Pero también hay dientes rotos
Hay armadura mordida 
Y canillas pateadas 
Escucho los motores
Clavar su embrujo
En la plástica noche de la ruta.
Juego en el barro
 y con las lágrimas
 de mi sangre esgrimista 
Tengo las garras de un oso
Bajo la polvareda atormentada que uso como si fuera piel 
Vengo siempre al teatro 
A lucir esta gargantilla de penas
Mientras que en un momento 
Casi sin darme cuenta
Me encuentro bailando otra vez con rumbo al amanecer de los sueños
Afinando el mantra de mi
Propia
Salvación 
Me acaricio la cabeza 
Ante el altar inmediato
Y vuelo a apuntarle a la nuca 
Ojos que se pierden por cadenas. Raíces de cuevas milenarias se apuestan en nidos de ametralladora para escupir su baba fulminante sobre esa cosa fatídica que tiene la carne humana. Tal vez sea solo el sello pasajero de su estadía y nada más allá del único hecho de estar presente, de ser.
 La Ternera cantó envuelta en estas mismas deliberaciones, ese viernes se debatió entre el hambre y las garras del miedo innombrable, cantó al borde de una hilera de cuchillos para pan y una cordillera de montañas. Varios dieron clara muestra de...  De no ir, o de irse a mitad del ensayo para ver a la Abuela Coca. Justo esa banda... Mortificado en alusión constante a lo que estaba ya fallecido, jugaba a gambetear con una fea casaca en un juego sin leyes, sin reglas ni sugerencias o en este caso, evidentemente subrayando las letras que no me admito.
 Mi razón de campo de sangre Es planetario de estupor Por la claridad y las horas vacias
Nuevo suponer
En la técnica del adiós
A dónde se mueren los abrazos?
A dónde vuelve a renacer el amor?
 Detrás de qué arrecife de corales moribundos la química re engancha los ojales de un espíritu bohemio?
   En el Piropo estábamos todos raros, bajo la excelencia de la noche de noviembre, ahora rescatada como debe ser, de las tempestades y a salvo de la bestialidad de la sudestada, la noche fue rara, era el cumpleaños del Mati pero él no estaba, estaba en su Colonia a merced de la inexpresiva redundancia del chupe y del Queso y de la farra del interior.
 Y faltaban varios, pero los que estábamos, saludabamos a Picofino y al Matrero que esa noche tenía una camisa toda pintada con manchas como de trabajo. Bajo su boina, las canas cortas lucían casi elegantes sobre el verde del paño y su gastado pulsar de cantina y la remota grasitud de los tacos. Picofino era campeón internacional de pool, título adquirido tras ganar una serie de partidos en un torneo, que según decía, fue disputado en el palacio Salvo.
  La noche agradable y las viscosas babas del cielo en pre-madrugada, sagrada multitud en su pequeña congregación de feligreses que parecen quietos, pero que en cada parpadeo de cada estrella, estaban colmados de convulsa ansiedad, con el más hondo de los ganchos de su estómago, enclavado en la noche próxima de las Duranas. 
    La esquina se entrevera en charlas sobre escenografía y sobre otros detalles mínimos. Pero faltaba ambiente copero, faltaba el olor a gol y la efervescencia que debería causar la proximidad de la fecha de concurso, simplemente no estaba ahí.      Dos semanas y media para ser preciso, las aves batían las alas en la frondosa tarde del sábado, en la que hamburguesas mediante, trabajamos con mi primo y el Cabeza en dar vuelta la tierra del fondo, adicionarle turba negra y trasplantar sus almacigos de marihuana. Removimos además la vieja esterilla de caña que hacía las veces de medianera con sus molestos vecinos y las reemplazamos por malla sombra bien estirada y unos parantes hechos con tabla de 15.
 Era prácticamente absurda la cantidad y variedad de aves que volaban y llenaban de canto lo más frágil de la tarde. 
   Después el brillo del sol descendiente en el pecho de una torcaza que vuela hacía el oeste. El sonido de la chupada en el corazón del mate con jengibre, solución armónica paliativa contra el rugido del motor de un avión que casi choca con la luna creciente. 
   Capaz que las energías de la luna menguante iban a influir mejor en el espectáculo que la dureza de la super luna pronosticada para para mitad de noviembre. Decíamos con mi primo, exhaustos por tanto sol, asada y pala. 
   Curtida incertidumbre la de los tambores en la primer penumbra del sábado. 
   A la mañana siguiente, el chef Guillermo me había convocado para las 8 de la mañana. Iba a estar 7:50, por supuesto. La idea era que mientras el Cabe, mi primo y Manu se iban al cumpleaños de la hija de Reina, Katy, yo me iba a quedar abocado a la preparación de alimentos para vender al día siguiente en el ensayo con micrófonos que organizó la Ternera en el Recoveco. El domingo era el día fuerte en el Quo Pide House, lo que me impedía asistir al evento. 
   Salí entonces, ese domingo bien temprano. Llevaba 10 minutos de atraso si pretendía llegar ocho menos cuarto. Finalmente el 112 irrumpió en la mañana calurosa mientras yo conversaba de forma casual con un amable anciano que iba de paso y se detuvo solo por el gusto de charlar con alguien en medio de aquella hora anunciante del esquivo tiempo estival que después de tanto laberinto, tantos gritos de agonía disfrazado de último silencio, después de tanta sopa de lágrimas salía el sol y tras tantos temporales que pretendieron llevarse de prepotencia a la fragilidad de ni corazón, después de V y de aquel último asesinato, de su esperanza en mi abrazo,  salía el sol.  

viernes, noviembre 04, 2016

LXVI

    Tuve que desistir a mi plan de salir por la ventana a tomar el acolchado que colgaba en una de las cuerdas para la ropa. La noche era fría para ser principio de noviembre y había sido el día de los muertos. 
    Me quedé a dormir en casa de mi amigo el Pela quien en un gesto de desinteresada nobleza me ofreció el cuarto del fondo, que estaba separado de la casa algunos metros. Pulcramente cuidado, ese espacio era usado por mi amigo para secar sus abundantes cosechas de marihuana y pasar Reiki.
   El cuarto tenía una energía especial que resultaba muy agradable, pero hacía frío y a los 2 segundos de entrar, dejando tras de mi las distintas puertas trancadas, me percaté que había olvidado dentro de la casa, la manta que iba utilizar para lo que se utilizan la gran mayoría de las mantas.      El perro del Pela era un ladilla y si yo abría la puerta, el perro intentaría entrar a la habitación a toda costa y la secuencia ocasionaría un ruido que no era apropiado para esa hora de la madrugada. 
   Pensé escapar por la ventana y llegar al acolchado que podía ver tendido a 6 metros de mis manos, pero apenas me arrimé a la ventana abierta, el perro se aproximó muy sorprendido al ver que la aquel también era un medio de acceso al cuarto e inmediatamente trató de buscar la forma de saltar hacia adentro, se lo impedí de la forma más silenciosa que encontré y tuve que cerrar la ventana y pasar la cortina para evitar la mirada ávida y temeraria del Ernesto, que en dos patas sobre la silla bajo la ventana, se veía capaz de saltar hacia el vidrio y atravesarlo.
     Al otro día, jueves, iba a probarme unas horas en un sitio de comidas ubicado en Tristan y Mercedes. Cocina rápida y saludable, nada de fritos y muchos vegetales. Esa misma mañana había ido a tener una conversación con uno de los dueños, el chef Guillermo. A las 11:00 de la mañana siguiente tenía que presentarme con pantalones y remera negra probablemente según yo pensaba, para hacer bacha.
  De modo que tenía frío y tras una infructuosa búsqueda en la habitación lo mejor que encontré fue una fina frazada de lana que por lo menos era algo, sin embargo el tiempo por esos días fue anormal para la época del año, muchísimo viento y grandes lluvias se asociaron con aires fríos impropios de noviembre y esa noche, según declaraba la radio, la sensación térmica era de 9 grados. Una vez que me acosté y puse sobre mí la frazadita fina, me sentí muy bien y aproveché para poder escribir esto mismo, que usted lee y en pocos minutos me sentí mmucho más templado y solo entonces pude dormir. 
    Me presenté en el Quo Pide House con 15 minutos de antelación con respecto a la hora pactada. El Pela me prestó un pantalón negro que junto a una camiseta del mismo color conformaban el uniforme. 
   Desde un primer momento, el chef Guillermo hizo un voto de confianza en mí, delegando tareas que claramente excedían lo pertinente para un operario nuevo, sin formación culinaria y en su primer día en el rubro.
 Limpiar y cortar en tiritas el morrón asado, fraccionar garbanzos en bolsas de 1070 gramos para la elaboración de sus célebres hamburguesas de garbanzo, lavar y secar lechuga, hacer licuados de frutilla, exprimido de naranja, armar las focaccias, cortar en cubos berenjenas y calabacines, pesar harina integral , manteca, azúcar y canela para el delicioso crumble de manzana y luego armar la base de la masa. Además, por supuesto, lavar una cantidad importante de vajilla y vasos más alguna tarea de limpieza ligera.
   Las horas se iban de manera veloz en medio de la concentración inusitada que requería el trabajo, la hora del almuerzo era una locura, los tres empleados, el chef y su socio el cajero, sudabamos a mares y corríamos atendiendo las comandas superpuestas que no paraban de salir. En todo momento me mantuve jugando al límite de mis capacidades, dejando todo en cada pelota. Me sentó bien darme cuenta que poseía y podía convocar una capacidad de concentración muy particular y efectiva que me hacía sentir impecable, en el sentido que a esa palabra le da el linaje de don Juan Matus y que está asombrosa capacidad se permanecía adormecida y sin uso dentro de mi ser y despertarla, más aún en aquellas circunstancias, fue algo memorable. 
    Una importante ventaja que ofrecía el Quo Pide House, era la ausencia de freidora, todo se realizaba al horno o en su defecto en los potentes quemadores de la bella cocina industrial, de este modo los aromas de la cocina eran muy agradables y agradecía poder zafarle al denso aroma de la gritaba.Todo a la voz de "voy atrás", "voy arriba", "voy caliente" y así. En realidad era fascinante y más allá de la concentración, me sentía muy a gusto, cómodo y confiado, con una eficiencia y rapidez que me valió el expreso agradecimiento de ambos jefes. 
   Ese viernes al salir del trabajo, en medio del día de embriagadora primavera, me fui por 18 de Julio, compré cigarrillos, una coca chica y me senté brevemente a contribuir con la escritura de estos textos en la plaza de los 33. Y seguí escribiendo en la plaza Matriz, más tarde ese mismo día. Cuando evocaba esa sensación de suma concentración y eficiencia miré el cielo celeste pálido tan distinto del otro cielo, salvaje y gris volador rapaz. Entonces las palomas volaron de izquierda a derecha y sonreí hondamente y una sensación de plenitud se apoderó de todos mis sentidos. Escuchaba la retirada del 15 de la Trasnochada. El follaje de los viejos árboles era recién nacido en la plenitud de su primavera y se ofrecía ante mi vista, verde sueño, verde sangre renacida y esa pequeña brisa que te la lleve algún día y donde quedara y donde vivirá mi pobre canción. Dieron entonces las 7 de la tarde en el cenit de mi canto ferviente y renovado a la vida.