miércoles, enero 31, 2018

Marisa Virginia (siete)

Y unas horas después ella volvió a responder: "0k". Si el hecho de recibir una sola respuesta era insólito, recibir una tercera desde el otro lado de la vida, y que esta dijiese: "0k", era francamente absurdo. Guardé el secreto para mí, en parte por temor a que me tacharan de loco sin remedio, pero más todavía por vergüenza de que los resultados de una tan profunda, decidida y mística recolección de poder personal, hallan sido tan estrafalarios. El espíritu de la hermosa, de la reina de mi corazón, mi tan amada Marisa Virginia volvía de la muerte a través de su correo electrónico para hablarme y lo que decía era: "0k".
  Llegó la noche de volver al tablado. 11 meses y 7 días desde la horrorosa noche en que no fui capaz de cuidarla más que a mi vida, lo que siempre sentí como mi deber natural, cuidarnos como respirar. Volver me llenaba de temores y las sombras de la nostalgia amenazaban la risa, que, a los ponchazos había confeccionado para volver al tablado de siempre. En un principio pensé que iría a necesitar la compañía de alguien, para que la soledad devastadora que yo suponía me esperaba, no fuese tan letal. Pero cerca de la hora de partir, me asaltó la certeza de saber que era mejor ir solo, de modo que cancelé la compañía con una vulgar excusa y partí rumbo al tablado. Caminé por la calle Brandzen, tomando una lata de cerveza alemana negra, reconstruyendo el mismo camino que hicimos juntos aquella última vez. Yo iba feliz, en lugar del peso de su ausencia, me llenaba la esperanza certera de que no me iba a morir sin volver a tenerla en mis brazos.

  Llegué. El tablado era una flor inmensa. La gente colmaba las gradas y la pista y la platea y el pasto y mi corazón flotaba como en una nube. Estaba sólo. No podía evitar que se me escapase una sonrisa, escuché las murgas, aplaudí las bajadas, reí con los chistes y me emocioné con los homenajes. Entre conjunto y conjunto recorría el tablado, caminaba fumando por la pista, me sentaba a contemplar el milagro del retorno, entre los yuyos de campanitas blancas, mirando a los niños jugar a la pelota detrás del escenario. Me sentía pleno al darme cuenta que el carnaval me sonreía, me regalaba el misterio de su encanto y me dejé llevar en el vuelo mágico de un nuevo carnaval. Pensaba mucho en ella. Recordé, al pasar por donde estuvimos sentados, las ganas de concebir juntos un hermoso niño feliz, que había dejado bien manifestadas aquella noche. Una luna casi llena flotaba en el cielo renegrido. Llegó la hora del último conjunto de aquel domingo de regresos. La Gran Muñeca. Al igual que aquella noche, estaban vacías algunas de las sillas plásticas de la platea y me hice con una para poder disfrutar mejor de la murga de mi predilección. El espectáculo fue bellísimo, cantaron con gran fuerza y la gente respondió con entusiasmo a todas las ocurrencias del coro y de los cupleteros, mientras, las emociones dentro mío se iban liberando con naturialidad y yo podía sentir que el rocoso cúmulo de candados que me habitaba, de a poco iba cediendo al agua fresca de la murga. Cuando llegó la retirada simplemente me quebré y no pude ni quise contener las tímidas lágrimas que de mis ojos brotaban, dejando un surco de brillo en mis mejillas. Me corazón latía enloquecido y mientras la murga bajaba, recorriendo el corredor central del tablado, yo pensaba en ella y sentí con mayor claridad que nunca, la certeza de que iba a abrazarla, que iba a volver de la muerte para sonreír de amor en mis brazos. 

domingo, enero 28, 2018

Marisa Virginia (seis)

Pasó un día desde que envie el largo y provocativo poema a su casilla de correo, la misma a través de la cual concretamos aquel sabado trágico de carnaval. Sin respuesta. Sabía que algo tenía que suceder. Y sucedió. En la madrugada silenciosa de la aduana timbró el milagro de una segunda respuesta, el asunto era, con la característica y tragicómica ironía de Marisa Virginia: il morto che parla.:

"Casi logras provocarme... Cuánta verborragia necrológica la tuya, qué desgaste. Casi logras procovarme, pero quien muere, no mata". Y la noche estalló como una ventana en mi columna vertebral. Mi corazón se desbocó entre los dientes de una inmensa mezcla de sentimientos, cuya explicación no solo no buscaba sino que aborrecía esencialmente. La eufórica alegría de recibir, un año después de su defunción, la respuesta del amor de mi vida, que cruzaba los misterios de la existencia para hablarme, me llenaba de un asombro y una esperanza que rebasaban los límites de mi comprensión y por otro lado, el contenido críptico de su mensaje me hacia sentir frustrado y ridículo. Me negaba a creer que su enojo pudiese prevalecer a su propia muerte, era algo inexplicable, una demencia de amor que se desdecía desde los fundamentos para negar la belleza del fascinante acto de poder intercambiar palabras de una orilla a la otra. Pero ella se mostraba fragilmente distante, necesitadamente arisca, sin alas para volver a sí. Me rechazaba a la vez que me cinchaba, me retenía ahuyentándome con una respuesta que en algún punto me sonó hasta amenazante. Le temía, le temía con ardor y por otro lado la amaba con ferocidad. Incluso llegué a dudar de mi propia cordura, creí que tal vez el trauma de su pérdida hizo demasiados estragos en la carne de mi alma y que todo aquello podría tratarse de una alucinación engendrada del dolor y el desamparo que su partida dejó en mi ser, que tras aquella última noche de carnaval, quedó reducido a recuerdos flotantes y a fotos perdidas, prisioneras de un amor olvidado y sin más testigos que yo mismo. Sin embargo la imagen de su hermoso cuerpo transitando la noche del Parque Rodó era innegablemente real, yo la había visto, ella me respondió dos correos, un año después que perdiera la vida, que se fugara a penas por fuera del alcance de mis brazos, que por una inmadura reacción de borracho camorrero, no pudieron cuidarla de la muerte, no pudieron abrazarla para siempre, como tanto lo hubiese querido, ya que no ambicionaba otra felicidad que la de morir de viejo en sus brazos, al arruyo de su voz cascada, que me susurrase al oído las retiradas del tiempo mágico. Tras un largo lapso de confusión y perplejidad, las dudas sobre la realidad de todo el asunto se sanearon y mi cabeza junto a mi corazón, se alinearon y se determinaron sin discursos a que tarde o temprano la volvería a tener en mis brazos. No importaba ya otra cosa, volvería yo a sentir sobre mis labios, la apasionada verdad de los suyos. Nuestros ojos se iban a fijar y el aire se volvería otra vez madreselva para nosotros y el tiempo iba a ser otra vez mágico y de los dos. No existía otra curso para el río misterioso que nos arrastraba en su corriente ajena y contraria a los dominios de la mundana realidad. Estaba seguro. Aunque también bastante burlado y resentido ya que de haber podido trascender la frontera definitiva, cualquiera se haría de un mensaje más alentador, más fundado en el milagroso amor que posibilitaba la conexión, que en las reminisencias de una discusión de alcohólicos. Largamente medité sobre qué debía responder a su mensaje. Los enunciados manaban a chorros por mis ojos y se perdían sin dejar rastros antes de alcanzar mis manos. Me hallé, tras reponerme de la hiperventilación inicial, sufrida al cerrar el correo, en un estado de suspensión desde el que no podía hilvanar una sola frase con significado. De modo que respondí, en fingida actitud de frialdad, simplemente: 0K.

Marisa Virginia (cinco)

  Mi corazón quedó pendiendo de un hilo, no tenía dudas ya que mi procedimiento, con la determinación de mi poder y el deseo sobrehumano de contactarla, iba a surtir el efecto deseado. Sin embargo tenía miedo, muchas de mis estructuras mentales se iban a caer como piel quemada si ella respondía. Y lo hizo, a la mañana siguiente recibí un correo suyo desde los ignotos dominios de la muerte. "Lo decís porque pasé dos noches seguidas por la puerta de tu trabajo? A eso se le llama caminar. No te vi, no quería"
   Quedé absolutamente atónito, sin embargo mi consciencia estaba pronta para recibir el golpe, ya que me había instruido y preparado para dejar de ver a la muerte como una barrera infranqueable. Tomé el milagro de la extraordinaria comunicación con una naturalidad que no fui capaz de prever. De inmediato volví a intentar el contacto con una afiebrada respuesta en la que de forma solapada, por la dureza de un orgullo que creía extinto, pedía perdón por lo ocurrido. Pero ella nada. Cuando llegaba a mi casa, ya roto el amanecer, me tendía en la cama y pensaba largamente en ella, en su cabello, en su tumba llena de flores de otros amores, donde varias veces fui a cantar las canciones de nuestra murga como una ofrenda más para mí que para su cuerpo sin vida, deseaba nuestro abrazo sin fondo, nuestras miradas de fuego, nuestro sexo de mar revuelto y más me animaba a soñar que ella era aún posible. Sin embargo algo me impedía volver a escribir. Y no lo hice durante algunos días, hasta que la noche del 25 de enero, primera del carnaval, coincidente con el cumpleaños de mi jefe, salimos en ruidosa partida con los más íntimos compañeros en una gira infernal que nos llevó por varios lugares. Uno de los contertulios era propietario de un amplio y elegante bar de la zona Parque Rodó que abrió a las 6 de la mañana solo para nosotros, continuamos la borrachera con una variación del Cynar Julep, que el propietario preparó en un gran cacharro para los invitados, que eramos 8, la mezcla era sabrosa y particular, ya que la adicionaba con 1/4 oz de fernet de menta. La bacanal prosigió por varios lugares después de eso y yo terminé en el Bar Las Palmas cerca de las 10 de la mañana, donde mientras tomaba la última de la fiesta, ya sólo, me asaltó la certeza de enviarle hasta su muerte, una sentida poesía donde entreveraba realidad y mentira, amor y odio, paciencia y ansiedad en un cock-tail de provocación que sabía iba a resultar en algún tipo de respuesta de su parte. 

Flotar

(entrada 1300 del blog)

Tengo que volver a agarrar el celular para escribir. No me puedo dormir, incluso despues de 10 horas de intensa actividad laboral en la que no estuve quieto ni un sólo minuto. La mañana tiene como un peso que me aplasta, hoy la vida me ha dado varias cachetadas, una seguidilla de escupitajos me vuelven a demostrar que nada se detiene, que todo lo demás siempre es y que a nadie le importa demasiado. Una nebulosa, un sistema de tormentas solares donde abunda la miseria y la riqueza, mi corazón entre los altísimos corales, mi costado con su herida que no cicatriza nunca, el incendio de lo que no pudo ser, el tránsito esporádico que se meszcla con los pájaros y se mete en mi ventana junto con un silencio de cementerio, donde no hay agua o roca viva. Es carnaval. Una y otra vez el reloj me hace acuerdo que todo es incertidumbre, que no se puede contra eso y que lo único seguro es la muerte, que con su risa como arañas de ceniza, espera paciente del otro lado de todos los latidos. Hoy caminé el amanecer. Ayer usé lentes pero hoy mi dolor era tan grande que ni siquiera me los puse, me dejé devorar los ojos por el amarillo de las 7, me abrí al rayo y este anidó por mis costillas y revolvió el ensopado de mis tripas y comí una empanada triste en un banco triste de la ciudad vieja triste y tomé una Coca-Cola chica y triste mientras repasaba los acontecimientos y escuchaba una vieja columna de Campiglia llena de chistes obsecnos y reí, también triste mientras hubiese deseado tomarme una cerveza, sabiendo que en nada iba a anestesiar la voracidad de mis pensamientos. Así que vine a la cama. Pensé en mi papá. Pasó otro ómnibus lento. Deseé la sangre en la pereza del matador dormido, argumenté que luna, que manzana, que barro y polvo en la inmensidad. Nada sirvió, sigo despierto cargando todos mis sueños destruidos sobre los hombros que, lacerados de culpa, se hunden en mueca indiferente. A cada momento entra más luz al cuarto. Ni siquiera ecos suenan por mi cabeza, ni escenas de películas, ni frases célebres de libros, ni cuartetas de murga. Carezco ahora, inclusive, de deseo sexual, soy una ameba haciendo cabriolas de nadie en un carnaval de sangre y silencios para preguntas por amor. No estoy cansado, solo brutalmente gastado por las cosas hermosas, esquivas y vanidosas que jamás habrán de llegar. Siento pena por el mar celeste, una melancolía insólita por el cielo gris y la luna llena. Sigo volcando el vómito de mis lágrimas sobre el ruidoso claqueteo del teclado del celular. La vida es esto para mí, redactar desde mi torre de mierda, toda la belleza que nunca podré acariciar. Extrañar, anhelar, acaso soñar... Pero despierto, ya que Morfeo me invalida, como pago por la necedad de mis arrebatos, negandome el acceso a su reino de suaves olas de descanso y paz. Late lento mi corazón, a penas viaja la sangre por las tuberías de mi cuerpo y me parece que podría escribirte hasta la muerte. Me siento un poco confundido si me doy cuenta que lo más peligroso en esta vida es no saber lo que uno hace y que en este mundo, uno pocas veces tiene puta idea de lo que hace. Quisiera poder reunirme conmigo, ser la multitud que llevo adentro y después del bramido del motor diesel que arruina al canto del hornero, finalmente dormir. 

Serenata triste

Llorar
Por el perfume de madreselva
En el amanecer de Palermo
Llorar por el hombre que vuelve
Por la mujer que siempre se va
Llorar por todos los demás
Y por uno mismo
Llorar es a veces
Un milagro ansiado y esquivo

Me siento varado
Encallado
Algo molido

Espero lo que creo que no va a venir
Me doy vuelta en mi silencio
Soy acróbata de los infiernos
Dignatario de un amor oscuro

Se va lavando el aire de los pájaros
Pero prevalece ese perfume
Dura esa esencia de lejanía
Nada parece moverse ni un pelo
Y sin embargo...
Caminamos. 


sábado, enero 27, 2018

Marisa Virginia (cuatro)

Fue así como se desató una inclemente y prolongada tormenta dentro de mi ser. El cielo, de hierro sobre mi cabeza no hacía otra cosa que susurrar su nombre. Las plazas de Montevideo se volvieron bestias abominables, infundiendo un terrible cataclismo de pánico. Todas las calles tenían dientes y era tan solo humo y ceniza lo que en el aire daba vueltas y tropezaba marcando la misma hora, del mismo sábado, de la misma noche de carnaval donde la perdí. Cada tarde venía acompañada por una presión en el centro del esternón, señal inconfundible de su presencia. Los meses se fueron muy a prisa en la desdicha de ese duelo, doliendo cada vez como si fuese la primera vez, la última vez.
Pasaron dos estaciones y en lugar de reponerme, cada día me sentía peor, no había momento en que mi desgarrado amor no haya elejido recordarla. Empecé a perder la compostura, un extraño reflujo de voluntad me iba oscureciendo, sentía el impulso irrefrenable de contactar con ella, con su espíritu. Comencé a sumergirme de forma obsesiva en la lectura de cierto tipo de libros, de muy difícil acceso, sobre temas relacionados con la reminiscencia del alma tras dejar su forma física. Dos meses se fueron de dedicar la totalidad de mi tiempo libre a la investigación y prácticas que en esta literatura me fueron reveladas, comencé a acumular un cierto poder, que era a su vez un desapego. No me motivaba ya el dolor sino que me impulsaba la certeza de estar transitando un camino que conduciría a nuestras almas a través de la vida y la muerte, concediéndonos una mirada más. El mundo místico fue de a poco descorriendo su velo para mi apenada alma de viudo joven. Fui creyendo posible la desquiciada idea de poder contactarme con lo que de ella quedaba en el universo. Todo un año de preparación espiritual me llevó a las puertas de un nuevo verano, el primero después de su partida. Trabajaba yo en cierto estableciemiento nocturno y ajeno me encontraba esa noche a los apasionados menesteres de este amor ultraterreno, llevaba mis manos ocupadas con tres pintas de cerveza cuando la volví a ver. Pasó, como si nada por la vereda de enfrente, caminando como lo hacía estando viva, son mirar para dónde yo estaba. La imagen, desgarradora en su realismo, quebró los cristales de mi mente y casi logra ahogar mi cordura en la estela de su paso de reina de arrabal. Esa misma noche, dl poder que había acumulado, me indicó que era momento de tomar la iniciativa e intentar el contacto. De modo que le escribí a su correo, casi en tono provocativo, como lo hice tantas veces. "Por qué apareciste si no me querías ver? "

jueves, enero 25, 2018

Marisa Virginia (tres)

El sábado fue hermoso, el atardecer de cálidos dorados venía a refrescar la agobiante ola de calor que llevaba ya varias semanas instalada en la ciudad. Le escribí entonces, invitándola a casa, ofreciéndole cocinar algo para nosotros y tomar un vino en presencia de un fuego que pensé en encender apropiadamente. Declinó, sin embargo decía que tal vez gustase de ir juntos al tablado esa misma noche, accedí. No hay ni habrá día a lo largo de mi existencia, en que no me arrepienta de haber cedido a esa estúpida propuesta, que finalmente y mucho más lejos que nuestra humana capacidad de premonición, desembocó en au alejamiento definitivo del plano de la vida orgánica.

  Si solo hubiese insistido, si solo hubiese ido por ella y con palabras cuidadas la hubiese traído a la seguridad de mi hogar, seguiría con vida, esta noche de vísperas de carnaval, estaría abrazada a mí y yo a ella, y el perfume de su pelo estaría en su cabeza y no como ahora, que está en las flores, los vehículos, el aire ligeramente arbolado de la calle San José y en todo aquello que no es ella. Yo hubiese deseado, hubiese decidido, creí qué, pensé qué... Pero nada de eso sirvió cuando se hizo destino el presente.
  Nos encontramos en el centro, ella compraba un helado de limón en un comercio. La distinguí de lejos, llevaba una musculosa blanca y su cabello... Era algo de tanta belleza que aún no la había yo saludado y ya me sentía completamente feliz de compartir aunque sea algunas horas con ella. Partimos hacia el tablado y en menos de lo que la conciencia tarda en contemporizar, ya estábamos ebrios, de alcohol, de medianoche, de carnaval y de ese loco amor inexplicable que me trajo a mí hasta acá y a ella... Bueno, lejos.
  Una tras otra las murgas fueron dejando su fragancia en la noche inmensa del Velódromo y a cada hora que pasaba nosotros estábamos más abrazados y el deseo de consumirnos en un fuego de pasión, se hacía más y más impostergable. Cerraba el pizarrón la murga de nuestro amor, la que a través de sus canciones nos definía, la con sus acordes y poesía, delineaba los contornoa difusos de nuestro amor. Estábamos cansados y muy borrachos pero decidimos prevalecer e irnos de último, después de enrojecer de alegría nuestras palmas, al batirlas largamente durante la última bajada. Cerca de las 2 de la madrugada el camión de la murga arribó y le pedí que me acompañara tras el escenario, accedió. Ahí fuimos, saludé al director y se la presenté diciéndole que ella y yo eramos para quienes él componía sus más bellas canciones de amor y le pedí que nos dedicase el espectáculo. El director se mostró complacido y saludándonos, nos dijo que así sería. Ambos fuimos a los baños químicos y enseguida dimos vuelta el escenario y notamos que, dada la alta hora, las sillas preferenciales de la platea se encontraban vacías y como una travesura de niños, nos sentamos bien al medio, en la tercera fila. La vista del escenario era simplemente ideal y nuestro amor se había vuelto una vela, derramando su luz naranja en la noche última. Nada sabíamos entonces, nada sospechábamos entonces. Solo que la murga subió, destilando pura madrugada, dando vueltas de círculo y saltos de Arlequín, pisando la tabla en un despliegue de colores y harapos. Nuestro corazón era en ese instante uno solo. El director cumplió su promesa y nos dedicó por el altoparlante la actuación a seguir. Se lanzó el clarín con su fuego y todo aquello fue un acto de amor tan bello... y nosotros éramos tan bellos, nos sentíamos casi una misma materia, tomados de la mano y recostados uno al otro, a pesar del pesado calor de las 2 de la mañana. Durante la canción final tuvo lugar el clímax sentimental de aquella noche y sí... Lamentablemente la bajada fue símbolo de la muerte más bella que pueden tener dos amantes imposibles, aplaudiendo la fugacidad de su vida en la noche del carnaval. Acto seguido ella susurró en mi oído: "vamos a dormir".
Nos fuimos caminando y entre incontables risas y canciones, nos ibamos frenando a besarnos y abrazarnos de tanto en tanto. Paramos en la puerta de la última pizzería, ella necesitaba usar el baño. Yo aguardé recostado en el murito, la tele ponía VTV, entrevista en vivo con Eduardo Da Luz a los pies del escenario del Teatro de Verano. Pocos minutos después sale ella con una botella verde de cerveza en la mano, que adicionada a las otras dos iguales y a las otras 2 de vino tinto que nos dejó la noche, hacían que el estado de nuestros seres fuese el más primitivo y errático.
  Comenzamos a discutir casi por aburrimiento y a cada cuadra por Rivera, la cosa se iba tornando más densa e invasiva, incluso el tono de los vanos reproches y las escenas de micro-celos de ambos, iba en necio ascenso. Cuestionamientos y acusaciones por habernos fallado antes y heridas mostradas con demasiada crueldad. Nos detuvimos en la última esquina a pelear como dos tontos que olvidan que la vida se puede acabar en cualquier momento. Sus ojoa llenos de dolor y rabia buscaban lacerar mis entrañas y lo hacían con dolorosa puntería. Yo comencé a alzar demasiado la voz y en un punto hasta arrojé por los aires la botella verde vacía, que se hizo añicos, como nuestro futuro, en la misma esquina donde ella habia comprado su helado, solo 8 horas antes. Este gesto de rudiementaria agresividad la hizo quebrar para el lado opuesto de mi corazón y me dio la espalda yéndose. Salí detrás de ella dándome cuenta que me había excedido y con intenso arrepentimiento intente pedirle perdón, pero ella fue insensible, se empacó, se culpó, me culpó, decidiendo terminar la velada y el tiempo mágico de nuestra reconciliación. La seguí varias cuadras, rogándole que pasara por alto tanta tontería, pero hasta yo sabía cuán vana era mi súplica. A cuatro cuadras de su casa me detuve y con la más triste de las resignaciones me desvié para venir a mi casa. Lloré durante todo el camino, gritando entre gemidos y ahogos, sentía literalmente que se me desgarraba el corazón, que el dolor me derrumbaba hasta dejarme hecho una sopa de lágrimas y arrepentimiento. Llegué a mi casa y más cansado de lo que estuve nunca jamás, me dejé caer en la cama y entre sollozos, me dormí.

Pocas horas después me tuve que ir a trabajar y lo hice con un dolor de amnesia en el cuerpo, con el corazón de humo, volcado por las costillas. A medio día recibí ese mensaje que cambiaría todo para siempre: "Virginia murió, no hay velorio, no aparezcas", su hermano, quien jamás me había querido, a causa de mi bohemio estilo de vida y las varias discuciones entre ella y yo, tuvo la deferencia de darme la noticia más triste.


Mi alma colapsó y comencé a sentirme volátil y el temblor se apoderó de mi cuerpo por completo. Mi jefe, en la cocina noto la palidez de mi piel y mi estado de desencajada agonía. Me licenció y yo me dejé caer a metros de la puerta, en un llanto de gritos y ahogos que quebró el mediodía de la feria. Mi amigo fue por mí y me llevó a casa para que, en su compañía, se me alivianase el espanto del shock. 

miércoles, enero 24, 2018

Marisa Virginia (dos)


Pero falleció, murió lejos de mis brazos en la noche de un carnaval que no pudo ser nuestro, murió mientras queríamos solucionar las situaciones que nos distanciaban, murió poco después de pelearnos por viejas tonterías, cosas que ahora, cuando ya hace casi un año de su desaparición física, me parecen tan , tan vacías de amor y llenas de incomprensión y fruta marchita, que no puedo sino sentrime el hombre más tonto de la tierra.
  Sin embargo, ese año trajo consigo la primavera, después del invierno del rencuentro. Esa estación estuvo signada por un nuevo alejamiento. Nos dijimos e hicimos cosas que lastimaron nuestros corazones por fuera de toda medida conocida y ella me deseó suerte para mi vida sin ella y yo me juré no volver a escribirle. Noviembre llegó silencioso, lleno de ausencias flotantes y de calles que caminábamos de la mano de una enajenación que tenía nombre y apellido.
  Cuando volvió el verano, salía yo de trabajar, creo que fue un domingo, y el dolor de la necesidad de su abrazo me asaltó, reduciendo mi voluntad y engrandeciendo mi corazón. Eran las seis de la tarde de un día algo nublado y yo andaba por 18 de Julio y Minas, con mis lentes aviadores, acogotado por la angustia de la distancia y le envié un correo poniéndola al tanto de la situación. "Me duele tanto que tengo que usar lentes", le dije y ella lo entendió. A la semana, Marisa Virginia estaba viniendo en un taxi nocturno a donde yo vivía. La esperaba descalzo, acalorado, con la bomba de mi sangre llena de enloquecidas polillas girando, anticipadamente, en torno a su luz. La esperaba con cerveza fría y un amor hermoso y abundante. Llegó con su short de jean, como la primera vez. Yo descalzo y sin remera. Esa noche no pudo haber tenido más romance, más deleite de la carne y del alma, no pudo ser más emotiva y como todas nuestras noches, salvo la última, más imperfectamente perfecta. El siguiente sabado volvió, había renacido el calor salvaje que nos vinculaba y a la mañana, cuando yo debía partir hacia el trabajo y Marisa a su casa a descansar (solo 2 horas habíamos dormido), marchamos juntos, abrazados, tomamos jugo de naranja con bizcochos y nos trepamos, con las rodillas temblorosas, a un ómnibus que nos servía a ambos. Durante el viaje ella fue dormida sobre mi pecho, sedada por mis latidos para ella, arrullada con suavidad por el motor grave y por los pozos constantes. Nos dejamos en un beso que no se quería terminar y gocé durante esos días de una felicidad indescriptible.

En febrero empezó el carnaval, nuestro tercer y último carnaval. Ambos estuvimos en el tablado esa noche, aunque en ningún momento ni nos vimos ni nos cruzamos. A medianoche la ansiedad y el fastidio me convencieron de partir a casa y me fui, aprovechando un aventón en auto. Me había quedado sin batería durante las murgas y al llegar, cargar y revisar el telefono, eran varios sus correos demandando nuestro encuentro. Hablamos por teléfono y demoró mucho en llegar, pero llego. Llegó en un taxi, medio borracha, a la puerta del apartamento en la calle Colón donde yo la esperaba, con la sonrisa más grande del mundo. Hicimos el amor demasiadas veces, cada vez era más intensa, más mágica y más salvaje que la vez anterior y a la mañana ambos faltamos a trabajar y nos abrazamos demasiado. Las sábanas anaranjadas atestiguaron nuestras más dulces expresiones de afecto y durante el día yo cociné para los casi sin dinero. Fuimos felices de nuevo entonces y pensamos que tal vez... Pero sus días sobre esta tierra estaban contados, porque dos semanas después volvimos a vernos y fue sí, la última vez. 

lunes, enero 22, 2018

Marisa Virgina (uno)

  Es ahora que los sonidos de la noche en la Aduana, agitan mis más incoherentes temores. Grita a lo lejos una gaviota y para mí es el recibo de su ausencia, algo como un impuso eléctrico de estática me recorre, erizando a penas el vello de mis piernas. Casi puedo escuchar los gritos y sentir el calor, todo pegado a la piel. Habíamos estado enamorados. Fue en un enero seco y tórrido, pero antes de eso tuvimos un primer y último diciembre, con una noche de lluvia extraordinaria, que fue la que nos conocimos. Todas las noches desde entonces, mi piel reclama su perfume de fruta nacarada, sus ojos montunos, la suave delicadeza de su quijada, el mar negro de su pelo. 
  El idilio se dio ese verano, de carnaval y besos interminables, tontas peleas por whatsapp y ella que era viajante. Recuerdo que todo en aquella época sabía a madreselva y a brillantina, recuerdo caminar junto a ella, distancias incalculables y reirnos y cantar y abrazarnos junto a un vino que no se terminaba nunca y fotos que ahora se perdieron, recuerdo amarla y que ella me amara, sin embargo siempre estabamos distantes, como si desde nuestros púlpitos paganos, separados por lo más sacro de una angosta nave, nos tocasemos a penas y por breves momentos de luminosidad, la punta de los dedos. Después todo fue confuso... Y antes también. 
  Me prometió que jamás me iba a prometer nada y yo lo tomé como simple política de su empresa, pero ella cumplió, hasta la noche en que murió, en el siguiente carnaval, siempre mantuvo su palabra y jamás recibí una sola promesa de sus labios. Yo por el contrario le hubiese prometido el cielo y las estrellas, la playa y las películas, con las campanas de la vieja catedral dando las 3 de la mañana como trasfondo a nuestro sexo de buitres, de furiosas mariposas que empapadas de llanto, batieran sus alas con sincronía de galaxia y se debatieran en cada mordida en la carne, entre la vida y la muerte eterna.
 Todavía recuerdo cuánto me había hecho enojar, cuánto lamento ahora, darme cuenta que la última vez que la vi estábamos peleados. Recuerdo su último reproche y la fatídica cadencia con la que dio vuelta su cara y se fue, sola, mientras yo me quedaba parado en la esquina, llorando de rabia, aún sin saber que esa era la última vez que la vería con vida, con toda aquella vida que podía espantar a las palomas con solo pestañear intensamente, que susurraba como una tigresa y cuyas garras mitológicas eran capaces de despedazar a cualquier hombre. 
  El primer carnaval juntos fue una flor desnuda, despeinada por el alcohol y los cigarrillos que entre las olas de la murga, se volvían abrazos o miradas causantes de vida, vida hasta el desconocimiento, la naturaleza de un amor de treintañeros solteros, casi carentes de amor por si mismos. 
  Nos agarraba siempre el amanecer, precedido por el séquito de las aves callejeras, que entre los arboles y los focos de luz, anunciaban el milagro de un nuevo día.  En el sillón la luz se volvía ámbar y la computadura emitía la música que más nos gustaba. Nos fascinaba mirarnos. Un día llegó el otoño y al rato nos amamos en el sillón de mi casa y comimos uvas de mi parra y miramos Dr. House, y nos perdimos unos meses, en ese tiempo también la extrañé con ferocidad y afiebredo escribía sin cesar, poemas de amor y cartas de miseria que ella leía en silencio desde su cárcel de negación y enojo. El invierno, no obstante volvió a regalarnos el hermoso milagro de compartir el frío y el vino y el tiempo, de nuevo en su sillón y el reflejo anaranjado de su estufa nos coloreaba la piel y el deseo que nos volvía selva y temporal, mar y sudestada.  
  Una noche de amor, vimos juntos una película en su cama y comimos las sobras de lo que ella había cocinado para un cumpleaños o un almuerzo familiar. La sábana era blanca y linda, el acolchado verde, sus ojos dos estrellas de fuego cautivas bajo un café lleno de relfejos color cuarzo. Nunca hubo entre dos pares de pupilas, la conexión que hubo entre las nuestras, nunca el sexo tuvo tantos sabores ni tanta luz ni tanto líquido misticismo como el que espontáneamente se generaba al instante posterior a que nuestras frentes chocaban a penas y las ventanas de la nariz batían al son del acelerado pulso. 

domingo, enero 21, 2018

Canción pa buena

 Gritan los pibes en la calle
Como un temblor su furia es
Sordo lamento de una esquina
Se apaga el sol, amanecer.

Si me agarras pa andar
Si me usas para dormir
Si te creiste que soy callado
Es que no viste bien 

Perros despiertan la vereda
Y asustan al palomar
Una señora en bicicleta
Que arrancará a laburar

En el quilombo, la vida sigue
Ronco cantar del arrabal
Y las palmeras, tan retraídas
Anunciarán la verdad

Si me agarras pa andar
Si te me envalentonás
Si te comiste la pastilla
Es que no viste bien.

No pienses tanto
No sos doctor
Rey de tus siervos
Es todo lo que sos

El bondi nunca termina
Fiebre de la capital
Si me cerras la cocina
Esto va a terminar mal

Que sólo!
Que sólo estas papá
La soledad te domina
Y un día te va a matar. 

Baja a la tierra
Que hay mucha gente
Dejáte de joder
Baja a la tierra
Que pasan cosas
Y vos no viste bien.

sábado, enero 20, 2018

Unas verdades

Y mi cigarro se hace música con el amanecer. No hay manera de no terminar fraternizando con gastronómicos caídos de la nada, o de Telma, o del Tartamudo o de Emigrante, hablar y brindar y brindarse atento y con una sonrisa, en cualquier mesa de afuera en el bar las palmas. Hablar del ser humano, de liderazgo y jefatura, de la atención a los clientes, de la grupalidad, la merca o el VIH, y tras tomar la última del dia... O de la "noche", estrechar la mano con olor a comida y alcohol, apretar fuerte, darse media vuelta y antes de irse, saludar al negro de la Falta, que otra vez me invita al ensayo y como un ritual de heridas dulces, recordar la boca de la muerta tarareando retiradas de este siglo, en la vacua fragilidad de su living de piques y de copas sin recuerdos.

Montevideo se destapa para recibir al día de verano, la historia es el amor general, escaparle a la mezquindad y al furioso egoísmo, irse a la mierda de lo que uno creería que "debe ser". Hay tantos huecos que llenar con la luz del desinterés, tantas heridas que uno cura con humilde cariño por el que tiene al lado. Qué es el servicio sino posponer con gusto nuestras necesidades para atender las del otro, qué es el verdadero amor sino una afirmación de cuidado y cariño por el que tenés delante de los ojos y de las manos. Pobre el que se esconde, pobre el que "tiene que soportar", pobre el que ansía para sí las flores de un árbol que no se dejará existir jamás, pobre miseria la del que niega con pusilánime coraje lo que le parte los huesos de tanto sentir. Entro en la aduana, el aire fresco que entra por la ventanilla del CA1, es todo lo que preciso para ser feliz, para ser, más allá de todo, yo mismo. 

viernes, enero 19, 2018

Canción para el Pose

El caprichito
Vuela un poquito
Y la pasión
Vuela un montón

Soltaste antena
Querido mío
Por una nena
Sin corazón.

Ríe y muerde el cemento en la calle
Con tu curda mesiánica y bizca
Saltaste con que vos no tenes hijos
Y que pagas 
lo que pagas. 

Máquina
Maquinita de crucificar pibes
Viejo felíz
Máscara con el pelo blanco

Bailando en Lola
Bailando el mambo criminal
Con tus zapatos
Que terminaste de lustrar.

Yo con mis canas
Todos me quieren descansar
Yo asusto ranas
Para poderme despertar. 

Rey de la noche
Rey de la noche allá...
El hombre pose
Que todos vengan a mirar

Asutadizo sin prisa
Lobo del amanecer
Que bien te queda esa risa
Si tenes tanto que perder

Máquina
Maquinita de pose
Maquina
Bailando en Lola 
Otra vez
Y otra vez
Y otra vez
Y otra vez
Y otra vez...



jueves, enero 18, 2018

Manifiesto

Recién a mis 33 años puedo decir que me vino un verdadero viento de rebeldía, un gesto de asco que me genera la rabia del que da vuelta el tablero, y la determinación del que ve a la muerte llevarse los recuerdos en una tarde cualquiera. Porque el viento, siempre en contra, me trae un perfume que es el menos indicado, porque el amanecer firma sus documentos con la inflexibilidad del perro. Me urge aclamar una dominación sobre la adversidad y plantar la bandera de mi destino, por sobre los montes negros de las circunstancias. Todo va a cambiar, todo tomará el cariz de mi voluntad. El cielo piedra, aguacero metal, fondo de botella. La luna pedernal cogote, piernas de princesa. La calle, dinero y momentos como un prisma donde mi luz pueda descomponerse a gusto. Existe solo un camino, siento en el alma la certeza feroz de recorrerlo fuerte. No habrá palabra ni excusado que con la furia de mil mujeres hermosas, sea capaz de desdecir mi golpe sobre la mesa del presente. Centro mis dedos, abro lo que resta de mi corazón para escribir el vómito que largan mis tripas,  los pedazos de canción y los abrazos descartables, que por anónima decisión, me han traído a esta isla de mí mismo. Soy solo el fuego y el agua que moldea mi futuro, el decreto y la oración que me pondrá a salvo de lo que ralle. 

martes, enero 16, 2018

Su corona

De qué me serviría esa otra mano temblorosa, que dibuja y vuela en la penumbra mientras se muerde las uñas mirando un punto fijo. Me parece que quisiera yo acariciar su cabello finito y llovido, que quisiera estar al otro lado de ese whatsapp de intrigas y contestarle con devoción, que sí, que la quiero. Pero no sería, después de todo, sino una inútil mascarada.

Pobre del que esté ahora en sus garras, pobre su ilusión sencilla de acompañarte o de pedirte que te quedes.  Cruzo una plaza amarilla en la noche de 18 de julio, pero ya no la busco en ella, ni en ninguna otra plaza de 18 o del mundo. Nada me aliviaría desnudar a otra princesa, si el dolor de morder los palmos de su carne no hace otra cosa que alejarme de mí mismo, venciéndome hasta el desconocimiento, llenar el vacío con las hojas secas de un perfume que se va perdiendo, bailando en el viento, para agotarse tras un ardor de silencio, bajo el yugo triste de las esquirlas de nuestra historieta, que finalmente no es más que un libro roto. Se despluma la noche en el cristal de la vereda, la luna se esconde bajo la tierra y canta para si, el estribillo del mismo misterio de siempre. La bajada sin retorno que dio a luz a la oscuridad de esta madrugada.  Que nadie alce su cuchillo contra el fragor de mar que tiene mi pena, porque mi montaña es sagrada y ninguna regla puede medir lo que está por fuera de su propia materia. Estoy flotando sobre la rigidez, nadando a penas sobre la roca madre, las canciones que canto esta noche son solamente para mí. La tarde tuvo el perfume de la muerta y el bajo cinturón del ocaso, los jazmines marchitos de mi amor por ella. Un barco se iba a prisa entre la escollera, desnudando en la Bahía, un sordo rumor de olvido. El cerro con su nobiliario y todo, era solo un fondo a contraluz para las golondrinas espantadas, volantes trágicas tras un disparo sin suerte. Arrojé entonces su perfume al agua, que en ese momento de mi soledad, era como un espejo de plata celeste y larga. Dejé la mochila de mis sueños, con todos mis poemas dentro, junto al soplido de la brisa norte, la dejé dormida en otros brazos, en un rincón del rompeolas centenario y tarareando la misma cancion, le di la espalda a lo que hubiese sido, a los cantares diáfanos y las aguas de las playas que jamás conoceremos. Entonces saco cuentas que en nada me enriquece desquitar todo mi desengaño en las carcajadas de otra espalda, en el hirviente latir de otro pecho y los dibujos entreverados de una lengua que no será jamás la que yo dibuje con mis dedos en la arena.



Resta ahora luchar de amor en la inmensidad de mi sangre, ser la propia salida al laberinto del tiempo imposible. Vagaré otra vez por los carnavales, solo, lleno de luces remotas y de palabras como gorriones, poblando mi propia noche, con las luces de otro sueño que no requiera sus abrazos para que brille el sol, porque en mí se ha muerto demasiado lejos de la orilla, en el momento en que del living su luz apagaba como un adiós infinito, al sur del atardecer. 

lunes, enero 15, 2018

Vuelta 18

La vuelta empieza a las 9 a.m. con una picadura de araña en el brazo izquierdo, sigue con otro sueño y rascarse dormido.  Después amor de mamá y hermanas, pizza con mil aceitunas y el fondo de una pepsi. El aviso imprevisto que hoy no hay reservas y vení mañana, la noche está libre. Se me hincha y en verdad me duele el brazo. Entonces estoy en la peluquería y al salir, los ojos nuevos de una muchacha que ve en mí, cosas que desea tener en su cama y su vida. Una muestra de fotografía en el centro, un porro en la rambla, la ausencia azul refregada en el pálido celeste del ocaso. Todo esta bien, soy un caballero, sé sonreír y conversar, pero sobre todo sé escuchar y a ella le gusta y se explaya. De ahí me paro y camino muy cerca de su fractura mental y ella se abre y me cuenta cosas. Se toma un G a La Paz pero algo me duele, además del brazo, al fondo de todos mis juegos de pobre estrategia y me quedo pensando en la muerta, sintiendo el jarabe agridulce de sus letras, en el paño y la sombra cruda de mi pecho. Vuelvo a casa, agarro más dinero y vuelvo a salir. Llego hasta la esquina fúnebre y al destrabar la lata de medio de Patricia, el mundo se vuelve un acorde disminuido. El atardecer es de pronto un arsenal de fuegos en aparente desventura, que aniquilado en mis ojos, me dice que nada de esto vale ya el esfuerzo ni la energía. Hay mujeres que cualquier barba les viene bien. En la misma esquina canto 3 canciones muy tristes, se vela un blanco entre las nubes y al toque se vuelve gris apagado y me levanto y me voy después que ella apaga la luz. Mabel está cerrada y dejo mi lata vacía en su reja.

Está hoy más muerta que nunca.
Todo se vuelve noche de una y ahora estoy en la barra del Baker's, con más aceitunas y una ostia de trago de autor, que por la ferrocidad de mi temple y la solidez de mi ánimo, claramente me merezco. Vine de cliente, porque a diferencia de muchos, mi trabajo es mi lugar, es donde yo quise y quiero estar, hoy del otro lado.

Nada me derriba, nada me desmotiva, viajo en una mueca de risa triste, surfeando dolores incalculables con alegría de escritor maldito. Descarto lo que no esta destinado a ser mío y entre caricias de alcohol, me abrazo con mis compañeros y engancho ruta al este, a la isla, para que los acordes de la murga, cautericen mis arterias sangrantes.
El viaje en bus parece largo... Por escribir esto me pasé dos paradas. Bajo y al mear en la estación de servicio me cruzo al señor ministro de economía y finanzas. Pongo murga, canto otra vez. Camino cantando, con el latir de un veneno que me da alergia, atascado en el brazo todavía, llego al club, donde La Gran Muñeca está a un minuto de lanzar au clarín. Canta... Canta y el mundo toma forma de serpentina, revenir de una sonrisa de niño, más solo que nunca, nunca mejor acompañando. Canta la murga y en su cancion final, entiendo todo, solo para que en la retirada, el corazón se me llene de flores y de lágrimas. La bajada... Me vuelvo a casa. Vuelvo cantando por la calle Brandzen un Réquiem tardío para quien dio vuelta su mirada, tantas veces. "Se nota que ya no hay amor y yo me dedico al alcohol"


La vuelta acaba donde empezó, en mi cama, hoy mucho mas temprano.. No sé ya ni que más pasó. Mi brazo sigue muy hinchado y la zona afectada más roja que mi sangre. 

domingo, enero 14, 2018

Aquella

Una esquela de la muerta
A mitad de lluvia en domingo
Hace que cualquiera crea en milagros
Aun sabiendo dolor
Aun sabiendo espera
Aun fumando tembloroso
En la cavidad del silencio

Cómo se apaga el deseo de abrazar
Cómo se corrigen las veletas del corazón
Cuando el viento de 20 palabras
Se lleva la calma a la mierda

Por qué?

Saldría a la ventana
Para gritar su nombre
Pero entreverado me callo
Y silbo aquella bajada


Vamos a volver

Objeto de deseo
La firmeza del alba
Con apenas lluvia

Singular concentración
Isla en el desierto
Pabellón y manga

Niños que cantan
Estrofas de un amor futuro
Eso que no voy a olvidar

Flota la chapita en la birra
El mundo se formúla
"Alquimia la murga"

Pasan los bus a Ciudad Vieja
Aun andan mujeres con botellas
Y ojos para todos lados

Guitarra de enero
Melancolía y realidad
Que son acaso cenizas

Vasos y vasos y vasos
El verano cunde como arroz
Y yo nunca paro de correr

Brisa de tentación
Atrapada en narices de borrachos
Que gesticulan y se ríen

Hoy vi un cuerpo muerto
Y anoche vi a la muerta
Caminando con su amiga

Infinitos cruces y carreras
Algunos están en horno
Y otros están más en el horno

Ahí vuelve el galán
En busca de la princesa
Quemada y regalada

Imposible explicar la sensación
De encontrar en la salida
Pibes que cantan la misma retirada

Nido último en la barra
Y yo ahora digo que no
Pero en realidad quiero decir:

Me voy, pero vamos a volver.





sábado, enero 13, 2018

Decir que sí

La negación. Enemiga íntima de la sabiduría de la vida misma. Confusa cobardía de atreverse a decir o a sentir el "no es". Claudicar en la búsqueda más primitiva, detrminar un rumbo inexistente. Ensuciar la mente y con un grito mudo, no vivir, no estar, no ser. 

No es un hallazgo trascendente en ningún modo decir que los sentimientos son una fuerza que se escurre fuera del vaso de la comprensión racional-social, que nuestros maestros nos legaron, y nosotros abrazamos sin cuestionamientos, una honda conflictividad en la relación entre la pasión de nuestra sensibilidad y la postura conductiva que los modelos sociales demandan de nosotros. Entendido esto, se desprende casi de manera automática la necesidad, un tanto penosa, de acudir a la negación como una forma rústica y a mi entender mezquina y triste de lidiar con las necesidades que nuestro ser natural nos implanta en forma de sentimientos. Esas corrientes de fuego inexplicable donde de tan poca monta parecen nuestros recursos intelectuales. 

El cielo es inconmensurable, la verdad es como una caja de zapatos vacia, el único tiempo que existe en la vida es el ahora, el amor, el miedo, la necesidad sexual y afectiva, conceptos que se prestan con inmediatez a la aparición de la nefasta figura de la negación, siamesa de la culpa, cómplice de la alta traición a uno mismo. Tan fácil... Y cuánto veneramos lo fácil, aquello que no requiere de nosotros un esfuerzo o un sacrificio significativo. A los ojos de todas las demandas de funcionalidad sistemática de nuestra cultura desnaturalizada, la negación lisa y llana se convierte en una herramienta vital para "seguir adelante". Es menester tomar conciencia que las negaciones nos robotizan, nos esclavizan, nos vacían de aquello que por sola intención e intensidad corporal es realmente legitimo. Las negaciones y aún más las compulsivas nos convierten en seres perversos, plásticos e irreales. Nos mentimos, nos mentimos pa buena y lo que es peor, nos creemos a muerte que lo que nuestro cuerpo nos grita dentro de cada una denuestras células, es merecedor de un hachazo, y que con una determinación vulgar, fundamentada e la inapacidad de hacerse cargo, la verdad química y eléctrica que nos vuelve vida, deja de existir. 

El amor es decir que sí. 

viernes, enero 12, 2018

Ruido del horizonte

Trae el cigarro el perfume
Trae la librería su antiguo cantar
Anoche la cárcel
La afirmación de la locura
El salto al vacío

La catedral del cuerpo
Avisa al cielo nublado
Que el tiempo es ahora
Y nunca más

Se llena de pasos la calle
El verano como una brisa
Anida en los balcones
Y en los hombros de las princesas
Para silbar al ocaso
Melodías de otra vida

Trae el cigarro el perfume
La intuición inexplicable
El ruido del horizonte.

miércoles, enero 10, 2018

guazubirá

Piel de susurro
A pasos del amanecer
Y el cantar de las primeras aves
Se funde junto a una moto
Muy lejana.

La noche está llena de agujeros
El camino de tierra 
La luna menguante
Y éste cantar desabrido
Para las primeras luces

Sueño de carpas y bidones
Quedarán en la arena
Junto a las huellas del viento
Y los suspiros a medias
Que en señal de rebeldía
Se convertirán en risas
O gemidos. 

Voy a echar a las intrusas
De mi corazón
Para ser la palmera
Que atestigua la brisa de enero.
Voy a ponerle una lila
A la tumba de su silencio
Y a dormir.

Festival de silencios

Voy a celebrar un festival de silencios, con 500 palabras que por ahora nadie pronunciará en voz alta. Por los pasillos, por los andenes, por las ventanas y los balcones que callarán la vida entera, por el murmullo ininteligible que habita las sombras.  Por esta noche reptil, por aquella noche fantasma, por este deseo y por aquel abrazo. Voy a llenarme de silencios para poder escuchar. Voy a cantar lo que siempre callo, que es este silencio que ahora escribo. 

La mañana traerá mandarinas, después de la noche fuego y grillo, luna y papel, arena de amigos que son como pájaros, pintados por siempre en su vuelo, en pizarrones de cielos estáticos. Voy a escuchar la sentencia de las estrellas que se ladean lentamente en el paño bombé, a descubrir el horizonte con su claridad misteriosa. Voy a emborracharme con el vino de la madrugada, a celebrar todos los silencios con vanidad y vergüenza, con alegría y furia, con nostalgia del futuro y sueños de amores arruinados.

En una plaza de la noche, las maderas de los tambores marcan claves que desafían al silencio que yo desde el ómnibus, voy descubriendo y describiendo con vulgar léxico de poeta, con la atolondrada demencia de apasionado bohemio que busca un entendimiento que de antemano sabe imposible. Mis manos huelen a cebolla y cerveza, aún después de haberme bañado, mi perfume es el recuerdo y mi mirada tiene estrellas de mar y nubes de tormenta. Ya Portones, la calle Bolonia, donde tuve un amor que nunca encontró el amanecer. Y su silencio es también este silencio serpentina que en doradas guirnaldas puebla este festín de rosas y de tréboles. Aunque en la otra ventana ella me esté escribiendo mentiras desde La Paloma, pesarán mucho más los kilómetros de silencio que nos separan. Entonces llego al aeropuerto, símbolo completo de mi amante nula, de mi gran cicatriz. Este silencio es para ella, cobarde, mentirosa, maliciosa, para vos, para que encuentres lo fácil, que es lo que tanto disfrutas. 

Voy. Nada me detiene, tengo en mi corazón el secreto de la alquimia emocional y los fogonazos que de su uso se disparan, queman al tiempo y hacen de la magia una sustancia azulada y tangible, que muchas veces se confunde con mis ojos y mis palabras. La playa no me espera, pero pronto me va a encontrar, amándola y llamándola con otro reguero de microsilencios por la interbalnearia y Fito canta una canción pedorra en el ómnibus y una guitarra de cotillón afirma que van a ser las 10 y que el silencio sigue dominando al bullicio y a las arcadas de la noche cósmica. 

Cuando corte el sol del este, me voy a untar el aloe vera del amanecer en los párpados y entre canciones, quebrará el destino su grumo de piedras. Voy a ser caballero de soledades, sacerdote secreto de carnaval, hijo de la noche, duque de arrabal... Como siempre. Soy. No busco nada, todo me encuentra, incluso éste último silencio, falta poco para llegar. 

lunes, enero 08, 2018

Enero de mierda y la murga no nos nombra

Esta trasnochada 
Que ama y odia
Tu crudo encanto.

La luna se derrite en el pasado
Los que nacimos con tu Cruz al sur
Y el veneno de la madrugada
Puede dejar todo el tiro
En un tablado

Los erráticos
Apurados
Precipitados
Por Montevideo
Y final del carnaval.

Un febrero que se fue
Antes de llegar
Porque esta vez
La hicimos pa buena
Y nuestra murga 
No nos nombra

Espero estés satisfecha.

Y yo guapeo esta melodía
Con el veneno del licor maldito

Me voy...
Antes que amanezca.

domingo, enero 07, 2018

Varias noches

Vuela una mariposa de papel en el aire apagado de la noche. Se mete sin querer por la ventana y termina ocupando todo lo que es y lo que no es. La noche en su despliegue ha hecho sonar las campanas de la Matríz. Se hizo eco la arcada colonial, el sepulcro y la bandera, mientras la noche sigue reptando, bocadentro a través de un túnel lleno de rosas turquesa. 

Los pasos de su carruaje se alejan, echando polvos en la oscuridad que la luna permite, corriendo la escollera, llenos de alas y de corazones. Entonces la noche es una langosta verde y enorme que va saltando los balcones. 
Una pareja que recién se conoce mira el agua meciéndose en la rambla, ella tiene todo el cielo en sus mejillas y él es todo apariencias y sonrisas. La eternindad para ellos tiene forma de un caballo que casi imperceptible, va cabalgando el horizonte de la noche, mientras la luna, apenada o despierta, baja sus cortinas de incienso y ellos abrazo como si el tiempo fuese solo eso, humo. 

Entonces me acuerdo de otra ventana, donde los hilos de las estatuas se enrollaron en nuestra contra y náufragos nos quedamos, vagando caminos diferentes, sin el arroz gigantezco de nuestras miradas más íntimas. La noche entonces era polvo centenario que como si fuese nieve del calor, caía sobre Palermo y los grandes recitales tenían que esperar por ese amor tan épico de cuyo ardor queda a penas, esta canción de los Beatles. 

Un perro del barrio agita sus garritas negras en el gris vómito de la vereda, olfatea en alto, como quien mira el cielo y sigue su paso sonriente, calle abajo hacia Reconquista. Para él la noche tiene pila de basura y de comida humana que alguien deja por caridad, pero el perro sólo transita la pureza de sus instintos, para él la noche no es otra cosa que toda la vida, su presente carece de lo que yo llamo, de lo que nosotros llamamos noche. No hay noche para él, no esta noche.

Al pedo y dando vueltas, bailan los violines del aire pesado, en el que una brisa pelotuda, finalmente, espanta a penas el juego del calor, y toda la pesadumbre de enero, puteando gira sobre sí y enseguida vuelve a instalarse en el sillón y en la música, como si nada. Al ratito lo mismo, la brisita y plaff! El calor. 

En el Este estoy seguro que la noche también pulsa baldes de sustancia rojiza, como de sangre macerada en alcoholes de playa, pero sensiblemente sintética. Las motos han de pasar iguales a grandes mosquitos, imposibles de espantar. Los Ferrari de la Barra, pasarán sobre el puente y para él, el veterano raro que la maneja, la noche tendrá un sabor de plástica albondiga de cereza. 

La ruta tiene jirafas de cemento que manan luces muy potentes por los ojos y la boca. Para ellas la noche es un enemigo acérrimo, a quien jamás han llegado a ver y de cuya existencia, usualmente, descreen. Uno escucha sus interminables deliberaciones cuando pasa por ahí. Aunque la velocidad y la música del vehiculo parezcan apagarlos, su Congreso de neón puede ser claramente percibido. Tampoco hay noche para ellos. Solo una eterna discusión de postes varados a la buena de Dios, en mitad de la noche. 


Veranos

Los perfumes de la ciudad
Se meten por la ventanilla
Carne asada y flores blancas
Asfalto, cerveza y estrellas

Vuelvo a la Isla
Embebido mi aire en suspiros
Melancolía de una mano
Y una canción

Se puede navegar 
Se puede arrancar palabras
Donde solo hay higos secos
Puede sonar aquella alarma
Entre los plátanos y paraísos

Cantará la murga
Y con sus acordes
Limpiará el cielo de lágrimas
E instalará risas
Donde los corazones
Son casi de polvo.

El cementerio
La feria
Una cantera que se recorta
Sobre el espejo del río

Todo el verano
Hecho un jazmín maduro
Una receta para suspiros
Y fotos viejas
Que jamás saldrán del celular.

Vuelvo a la Isla
La murga me espera. 

Esquela para BG

Encontrarte ayer en la puerta del ensayo de La Trasnochada tuvo para mí, un raro sabor de menta, un soplo de calor que solo sirvió para acrecentar aún más al frío burlón de la medianoche de enero. Sabrás, por lo que hablamos, que Reyes tuvo un significado de ausencia, que tuvo un gesto de resistencia que finalmente, fue vacío y desmotivante. Entonces verte ayer casi cambia todo, aún sin cambiar nada. 

No es necesario que te diga que me gustas. Ya lo sabés. Que me vine a casa ardido de un deseo que era casi un llanto, que aunque sin querer, me hubiese gustado tanto acariciarte, abrazarte y entre susurros de alcohol encontrar tu verdad de estatua griega en las transparencias de tus carreteras curvas, el secreto de tu dolor patinado por tus ojos bellísimos. Por un momento llegué a creer que amándote iría a encontrar una parcela pequeña del cielo donde el dolor del olvido sea un poco más tolerable. Pero tampoco nos correspondemos, ni nos deseamos más que escenarios nocturnos, llenos dre niebla y de secretos. Por eso consideré que era necesario decirte estas cosas, que prácticamente son nada.

viernes, enero 05, 2018

Baltasar #3

Desenrollar la luna
Esternón, diente y calambre
Alguien corre
Queriendo abrir
Puertas de gelatina

La madrugada tiene un llanto
Un remordimiento se amanecer
Que se rasca la espalda
Sobre el silencio y los mosquitos

Milonga en su mandarina biónica
Y espejos cantando la posta
Dados vuelta por vértigo de copas

La baba de reyes salpica el viento
Vuelan las chapitas
El humo en mi cuarto es de plata
De mirra y de cigarro
Con el déficit en los labios
Que cargo como una pulsera
Dibujo pentagramas en poemas
Y cierro lo que callo
Mientras me rasco el posterior. 


Escapada de enero con "Muchoñeri"

Cae el sol en el kilómetro 110, la música que emana de este claro entre las acacias, lleva tiras de luces de colores y un aire cargado con sal, que me seduce con cada bocanada. Se abrirá el telón, ahora nomás y sonarán los acordes de ese rock que denso de color y purpurina, alegrará a medias a las cortes de oros viejos y pretensiones bohemias, que en su remanso de marfil y arena blanquísima, armarán su festín de susurros y juegos de niños, rodeados de botellas ignotas y camionetas con tracción en las cuatro ruedas.

Después de bañarme en el océano de brutal transparencia junto a mi "muchoñeri", y de cohabitar en la líquida esmeralda con un inmenso cardúmen de peces, el atardecer con sus trinos y sus grillos, como decía, abrirá el telón ahora nomás. Suena ahí ya su bajo noble, color madera. No hace falta que se diga que los contertulios viven en un mundo dominado por las apariencias y que la película que se venden entre ellos, carece de trasfondo creíble. De todos modos tienen mucho estilo y disfrutan despreocupadamente del más bello atardecer de lo que va del año. 

Francamente el Johnny negro con el que acompaño mi cigarro, tirado solo en la duna de la última claridad, a 25 metros de la fiesta, es capaz de bancar algunas otras tristezas que también barajo. Parece que la banda está probando la jugada, la escucho apenas sopladita, aca atrás, junto con el reflejo de las tiras con pequeñas luces de colores. Entre nubes llega la noche, amigable, como un gigante bueno con olores de hojas quemadas y veranos. Y en las voces de las dos últimas chetazas que suben con su perro de la playa en penumbras, descubró casi sin asombro, la misma búsqueda errática que insinúa el vagabundo de la aduana, con sus miles de pantalones superpuestos, harapo tras harapo, en la misma noche naciente que ellas, que leyeron el secreto y casi casi, agarran antena. La misma búsqueda, aunque cueste asumirlo por completo, que yo mismo intuyo en los prostíbulos del amanecer, cuando la cerveza finalmente me desborda.

Ahora puedo decir que se deja mezclar con cerveza Corona, aunque no aea la mejor, como mediaparte, de verdad, ahora digo que funciona, cuando la banda cierra su bis y engancha con ruta 66 en su final pum parriba. Rulo y el bajo con su elegante presencia posterior... Y no son aún las diez de la noche.

Todavía no son ni las 23, falta un minuto todavía y la banda ha desvariado en un chorrete inagotable de clásicos del rock y el soul. Una pirotécnia de escandalo se apoderado del aire de la medianoche, trayendo un montón de polillas y el susurro del océano a un costado. Parece que la bata dio su golpe final, aunque podría surgir otro bis, pero el rulo último pone el cierre a la banda que de rock ha catapultado a la noche y finalmente, entrega lo que al parecer sería la última: La Sal No Sala.

Más tarde en La Barra, los amigos de Master House vuelven a hospedarnos fugazmente, mientras "muchoñeri" hace su gracia al ritmo de sus candombe fusión, la noche letárgica se abanica en la brisa proveniente del océano. Aquí y allá suenan comprimidos, los bombos sintéticos de la música de ahora. Enjambres de luces hablan ahora de automóviles de lujo, y de un caudal infinito de mujeres rubias de todas las edades, todas igual de teñidas y, por supuesto, con el mismo corte de short. La uniformidad los apacigua, se tejen como fibras entre ellos, ventilando nubes de perfumes y acentos para nada agradables a mi oido. Entonces me río, cazo mis cigarros y caminando voy a sentarme a una roca en medio de una vasta playa en los dominios de la noche. La temperatura del aire es deliciosa y mis pies descalzos sobre la arena acompasan la respiración de sal transparente y acude entonces, un perfume de arena que es como la piel de todos los olvidos. Más hojas amarillas quemadas en las primeras fogatas de la medianoche. Las melodías festivas de inmensa pelotudez ,se recortan atrás, en los chalets frente al romper de las olas, que echan chorritos de luz amarilla sobre la orilla del agua, profunda conversadora que embellecida por la luna, exhalta sin límites, su definitiva condición de espejo astral.


Por eso no es difícil llegar a las 8 a.m. y entre las nubes que amenazan llovizna, dormir sin soñar, caminar sin esperar, ver la belleza desde una cárcel de huesos y amar, silenciosa y casi desinteresadamente. 

miércoles, enero 03, 2018

Una mujer sin sombrero

 Bailando un son sobre el cordón de la vereda, como una copia ausente de si misma, una mujer sin sombrero huye en praderas donde florece el olvido, cantando silencios de negra, huye hacia un fundido sin flores, hacia una vida sin arroz. Toda la ciudad la mira pasar con cierta pena, aunque ella baile mejor un candombe, pasa y toda la calle la quiere acariciar, pero ella bebe para no dejarse tocar. Sin sombrero. Desparrama regalando su risa gigante de cataratas y los paises que dan vuelta por su boca, dejaron tras sus ojos, una verdad de hierbabuena y cicuta, como un elixir de llantos secos y amores imposibles con olvidos interminables, que se vela a veces, entre las transparencias de su falda, tan corta...

 Amanece y ella es una con su ventana. Aferrada para siempre a una negación de cedro, que se apacigua de consuelos en la hogera de algunos amores vacíos. 

 Tal vez una tarde cuando la luz, al descomponerse entre los árboles del verano, sea la correcta y los dorados  últimos, manchen al gris de alguna nube,  ella sienta una presión en su pecho, un dejo de vino milenario y unos ojos que la.miran y la tocan... Acá.
 Un canto en la mañana de su cocina, un corte de ardor en el cuello de su presa, a quien de tanto desear, no pudo hacer  sino otra cosa que matar para siempre de su agenda y de todas sus amigas y hermanos. Taparlo con sonrisas cortesanas, con decaídos miniñaques de silencios, miradas que corren hasta el horizonte y en las hojas de su balcón, los mismos ojos de nuevo, el mismo apretón en el centro del pecho y no hay nadie para contarlo.

 El espejo la cuida del destrozo, viaja acurrucada en el fondo de un ómnibus de ausencia. No conoce... Decidio quitarse el caluroso sombrero del amor y correr a la playa vacía de algún almuerzo de negocios. Y a su casa, con el atardecer, volverá cantando:

 "Amor se llama el juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño"

lunes, enero 01, 2018

Se escapa la sombra

Recordar la vuelta
La isla con su viento
Su frío de mostrador
Y las luces casi irreales

Las paredes dicen nombres
Crepúsculo de una epopeya
Que bajo la luna y su séquito
Se vuelve hielo evaporándose

Solo hojas trituradas al viento
Como aquellos viejos poemas
Donde el resplandor de la belleza
Existía en la carne y las miradas

Son barridas, solpadas
Por dedos impersonales
Mientras las canciones
Van cambiando lentamente
La sustancia significante.

Los árboles son ya marionetas
Corazones de palo a penas
En la brisa casi fresca y marina
De la segunda noche de enero.

No sonarán los teléfonos
Porque yo no lo deseo
No cantarán las campanas
Porque no hay tal cosa,
           "tiempo"

No responderá mi carta
Porque ella ya no existe.

Se arrastra el cielo pelado
Frotándose sobre las piedras

        La rambla y su murmullo
Se volverá de seda y diamante
Cuando en un futuro no distante
Se levante el sol del verano.

Arderá el pavimento 
Donde esperaré siempre
Una rosa con abrazo
Que ligue mi pasado con mi alma

Firmaremos hasta entonces
Pergaminos y escapes
Capitulación dolorosa del amor
Ante ejercitos de un general de olvido
Que con la voz silenciosa
Borrará como el agua
Las huellas de los caminantes
De playas que nunca vivieron.