sábado, enero 27, 2018

Marisa Virginia (cuatro)

Fue así como se desató una inclemente y prolongada tormenta dentro de mi ser. El cielo, de hierro sobre mi cabeza no hacía otra cosa que susurrar su nombre. Las plazas de Montevideo se volvieron bestias abominables, infundiendo un terrible cataclismo de pánico. Todas las calles tenían dientes y era tan solo humo y ceniza lo que en el aire daba vueltas y tropezaba marcando la misma hora, del mismo sábado, de la misma noche de carnaval donde la perdí. Cada tarde venía acompañada por una presión en el centro del esternón, señal inconfundible de su presencia. Los meses se fueron muy a prisa en la desdicha de ese duelo, doliendo cada vez como si fuese la primera vez, la última vez.
Pasaron dos estaciones y en lugar de reponerme, cada día me sentía peor, no había momento en que mi desgarrado amor no haya elejido recordarla. Empecé a perder la compostura, un extraño reflujo de voluntad me iba oscureciendo, sentía el impulso irrefrenable de contactar con ella, con su espíritu. Comencé a sumergirme de forma obsesiva en la lectura de cierto tipo de libros, de muy difícil acceso, sobre temas relacionados con la reminiscencia del alma tras dejar su forma física. Dos meses se fueron de dedicar la totalidad de mi tiempo libre a la investigación y prácticas que en esta literatura me fueron reveladas, comencé a acumular un cierto poder, que era a su vez un desapego. No me motivaba ya el dolor sino que me impulsaba la certeza de estar transitando un camino que conduciría a nuestras almas a través de la vida y la muerte, concediéndonos una mirada más. El mundo místico fue de a poco descorriendo su velo para mi apenada alma de viudo joven. Fui creyendo posible la desquiciada idea de poder contactarme con lo que de ella quedaba en el universo. Todo un año de preparación espiritual me llevó a las puertas de un nuevo verano, el primero después de su partida. Trabajaba yo en cierto estableciemiento nocturno y ajeno me encontraba esa noche a los apasionados menesteres de este amor ultraterreno, llevaba mis manos ocupadas con tres pintas de cerveza cuando la volví a ver. Pasó, como si nada por la vereda de enfrente, caminando como lo hacía estando viva, son mirar para dónde yo estaba. La imagen, desgarradora en su realismo, quebró los cristales de mi mente y casi logra ahogar mi cordura en la estela de su paso de reina de arrabal. Esa misma noche, dl poder que había acumulado, me indicó que era momento de tomar la iniciativa e intentar el contacto. De modo que le escribí a su correo, casi en tono provocativo, como lo hice tantas veces. "Por qué apareciste si no me querías ver? "

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