domingo, abril 24, 2022

El aire

 El aire del paso molino parece en pausa, parece una gelatina de piña flotando arriba de baldosas llorosas y de autos picados. Los omnibus después de la tarde van llenos de niños de padres separados, la gente habla todavía fuerte olvidando que mañana es lunes. Las últimas lianas del fin de semana languidecen en el aire húmedo y pesado, un reloj con ojos de loco susurra crípticas poesías en mi odio de sauce y queso muzarela. Trabajé tanto en la semana que casi no tuve energías para descansar, apenas pude atiborrarme con hostoria romana y biografías de Lord Byron u Al Capone. Vi a mi hijo parado sobre un escenario, aclamado por un público tan jóven que casi no me costó aceptar la belleza serena de mis casi 40 años. Vi en las redes, de rebote, una foto de V y con un terror suave y tibio, el paso del tiempo me hizo llegar un telegrma urgente que tenía la firma definitva de la muerte. Comí solo en un bar, vi un gol de Rampla, sigo escribiendo canciones. 

miércoles, abril 13, 2022

Seguir durmiendo

 En mi barrio el otoño tiene tentáculos secretos que comienzan a vestir de ocre las últimas copas. En mi calle la melancolía como siempre se disfraza de cometas tardías, ocasos tempranos y gallos polvorientos que cantan cada noche como espejos descuartizados del alba. Ayer soñé con un muerto grande, hablaba con él en una terraza dorada sobre nuestro actual gobierno, la inflación y aprovechaba esa mágica instancia para confesarle mi admiración. Su rostro pálido y damnificado por el año de muerte, vestía una peluca gris notoria y voluminosa, sin embargo su voz sonaba en mis oídos idéntica a la de su vida, acaso más profunda y triste. Desde ahí se veían las aguas perfumadas por un sol bajo y rojizo. Gente se arremolinaba yendo y viniendo junto a una bruja simpática que a modo de broma convertía a los niños en pequeños roedores color marrón. Yo me desperté de mal humor, resfriado y con ganas de seguir durmiendo.

martes, abril 05, 2022

El verano del ascenso

 Una embarazada grita al dar a luz en la absoluta clandestinidad. La mujer se llamaba Sofía, sin embargo al convertirse al catolicismo ortodoxo adoptó el nombre que la haría Grande, Catalina. El niño era el fruto del amorío ilícito entre el General Orlov y la propia Catalina, ni bien el recién nacido fue arropado en la sectreta manta de la Rusia Zarista, la mujer acomodó el odio que aún pujaba en sus entrañas y se declaró pronta para dar el golpe de Estado contra su esposo, Pedro. Catalina ardía en vergüenza, no podia admitir que su nombre se viese asociado de manera alguna al del actual Zar, que beneraba a Federico de Prusia por sobre todas las cosas. Tras lo que los prusianos llamaron el Milagro de Branderburgo (la asunción de Pedro) Rusia se había visto envuelta en un espiral de autodestrucción irreversible a no ser por la determinante acción de Catalina. Meses de humillación pública a la emperatriz consorte y una errática voluntad bélica contra propios aliados, fueron quienes terminaron de poner sobre la cabeza de Pedro está situación inevitable, caería desde lo más alto y sería ella misma no solo quien lo iba a derrocar sino también quien iba a ascender a lo más alto de aquel poderoso imperio. Así que tras ser limpiada de las trazas de sangre que recorrían sus muslos y recobrar un mínimo el aliento y la compostura se incorporó del lecho, el cuerpo tembloroso por las horas de labor y con los ojos cristalizados no tanto por despecho como por un deseo infinito de poder, se miró al espejo. El año era 1762 y el verano vendría cargado de sangre y de gloria. 

domingo, abril 03, 2022

Caída de Constantinopla

 Una vez más Constantinopla está sitiada, sin embargo esta mañana sopla una brisa que hasta ahora solo había sido temida, sospechada como inevitable pero lejana sobre el horizonte de decenas de anteriores victorias. Silba como una serpiente, la brisa de la caída definitiva. Los refuerzos llegados desde Roma eran más una mísera ofrenda suicida, que un sustancial apoyo militar. Los venecianos, sin embargo, más numerosos y entrenados, con el odio revuelto y virulento de su codicia, darían su vida sin pensarlo antes que dejarse arrebatar los beneficios incalculables de su comercio marítimo. Todos los que pudiesen empuñar una espada dentro de la ciudad lo harían hasta las últimas consecuencias, la mayoría por primera y última vez. A falta de miles los miles de arqueros entrenados que pudiesen contener los embates destructivos, Constantinopla paraba a sus panaderos, artesanos y feriantes ante la pétrea determinación del enemigo, conas valor que noción de combate, la ciudad resistiría tanto como fuese humanamente posible. 

Afuera, cómo una isla de grandeza un mar de horror y al frente de los temibles jenízaros y los innumerables aliados valakos, el sultán Mehmed II ostentaba en lo más alto del cielo su sagrado estandarte blanco y dorado. Tras el brillo convencido de su mirada despiadada se erguía, más inexpugnable que los altos muros que enfrentaba, la certeza de haber calculado hasta el más mínimo detalle, la tranquilidad que la aplastante flota marítima prevalecería en el Bosforo y la excitación sangrienta de saberse poseedor de los cañones más destructivos jamás construidos. Tras tantos y tantos combates, sitios y derrotas caídas en espaldas de su linaje, Mehmed II sería el elegido de Alá para aplastar para siempre a la segunda Roma, trayendo con esto una nueva y duradera época de esplendor, riqueza y predominancia musulmana en todo el mundo conocido. Jehová Dios, su hijo y el Espíritu Santo saldrían finalmente de la imponente ciudad con la nariz sangrando y los ojos llenos de lágrimas, juntando en silenciosas carretas los cadáveres de sus fieles rumbo al Oeste, primero a Castilla y luego, no tanto después a las nuevas tierras más allá del vasto mar.