domingo, enero 07, 2018

Varias noches

Vuela una mariposa de papel en el aire apagado de la noche. Se mete sin querer por la ventana y termina ocupando todo lo que es y lo que no es. La noche en su despliegue ha hecho sonar las campanas de la Matríz. Se hizo eco la arcada colonial, el sepulcro y la bandera, mientras la noche sigue reptando, bocadentro a través de un túnel lleno de rosas turquesa. 

Los pasos de su carruaje se alejan, echando polvos en la oscuridad que la luna permite, corriendo la escollera, llenos de alas y de corazones. Entonces la noche es una langosta verde y enorme que va saltando los balcones. 
Una pareja que recién se conoce mira el agua meciéndose en la rambla, ella tiene todo el cielo en sus mejillas y él es todo apariencias y sonrisas. La eternindad para ellos tiene forma de un caballo que casi imperceptible, va cabalgando el horizonte de la noche, mientras la luna, apenada o despierta, baja sus cortinas de incienso y ellos abrazo como si el tiempo fuese solo eso, humo. 

Entonces me acuerdo de otra ventana, donde los hilos de las estatuas se enrollaron en nuestra contra y náufragos nos quedamos, vagando caminos diferentes, sin el arroz gigantezco de nuestras miradas más íntimas. La noche entonces era polvo centenario que como si fuese nieve del calor, caía sobre Palermo y los grandes recitales tenían que esperar por ese amor tan épico de cuyo ardor queda a penas, esta canción de los Beatles. 

Un perro del barrio agita sus garritas negras en el gris vómito de la vereda, olfatea en alto, como quien mira el cielo y sigue su paso sonriente, calle abajo hacia Reconquista. Para él la noche tiene pila de basura y de comida humana que alguien deja por caridad, pero el perro sólo transita la pureza de sus instintos, para él la noche no es otra cosa que toda la vida, su presente carece de lo que yo llamo, de lo que nosotros llamamos noche. No hay noche para él, no esta noche.

Al pedo y dando vueltas, bailan los violines del aire pesado, en el que una brisa pelotuda, finalmente, espanta a penas el juego del calor, y toda la pesadumbre de enero, puteando gira sobre sí y enseguida vuelve a instalarse en el sillón y en la música, como si nada. Al ratito lo mismo, la brisita y plaff! El calor. 

En el Este estoy seguro que la noche también pulsa baldes de sustancia rojiza, como de sangre macerada en alcoholes de playa, pero sensiblemente sintética. Las motos han de pasar iguales a grandes mosquitos, imposibles de espantar. Los Ferrari de la Barra, pasarán sobre el puente y para él, el veterano raro que la maneja, la noche tendrá un sabor de plástica albondiga de cereza. 

La ruta tiene jirafas de cemento que manan luces muy potentes por los ojos y la boca. Para ellas la noche es un enemigo acérrimo, a quien jamás han llegado a ver y de cuya existencia, usualmente, descreen. Uno escucha sus interminables deliberaciones cuando pasa por ahí. Aunque la velocidad y la música del vehiculo parezcan apagarlos, su Congreso de neón puede ser claramente percibido. Tampoco hay noche para ellos. Solo una eterna discusión de postes varados a la buena de Dios, en mitad de la noche. 


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