lunes, enero 15, 2018

Vuelta 18

La vuelta empieza a las 9 a.m. con una picadura de araña en el brazo izquierdo, sigue con otro sueño y rascarse dormido.  Después amor de mamá y hermanas, pizza con mil aceitunas y el fondo de una pepsi. El aviso imprevisto que hoy no hay reservas y vení mañana, la noche está libre. Se me hincha y en verdad me duele el brazo. Entonces estoy en la peluquería y al salir, los ojos nuevos de una muchacha que ve en mí, cosas que desea tener en su cama y su vida. Una muestra de fotografía en el centro, un porro en la rambla, la ausencia azul refregada en el pálido celeste del ocaso. Todo esta bien, soy un caballero, sé sonreír y conversar, pero sobre todo sé escuchar y a ella le gusta y se explaya. De ahí me paro y camino muy cerca de su fractura mental y ella se abre y me cuenta cosas. Se toma un G a La Paz pero algo me duele, además del brazo, al fondo de todos mis juegos de pobre estrategia y me quedo pensando en la muerta, sintiendo el jarabe agridulce de sus letras, en el paño y la sombra cruda de mi pecho. Vuelvo a casa, agarro más dinero y vuelvo a salir. Llego hasta la esquina fúnebre y al destrabar la lata de medio de Patricia, el mundo se vuelve un acorde disminuido. El atardecer es de pronto un arsenal de fuegos en aparente desventura, que aniquilado en mis ojos, me dice que nada de esto vale ya el esfuerzo ni la energía. Hay mujeres que cualquier barba les viene bien. En la misma esquina canto 3 canciones muy tristes, se vela un blanco entre las nubes y al toque se vuelve gris apagado y me levanto y me voy después que ella apaga la luz. Mabel está cerrada y dejo mi lata vacía en su reja.

Está hoy más muerta que nunca.
Todo se vuelve noche de una y ahora estoy en la barra del Baker's, con más aceitunas y una ostia de trago de autor, que por la ferrocidad de mi temple y la solidez de mi ánimo, claramente me merezco. Vine de cliente, porque a diferencia de muchos, mi trabajo es mi lugar, es donde yo quise y quiero estar, hoy del otro lado.

Nada me derriba, nada me desmotiva, viajo en una mueca de risa triste, surfeando dolores incalculables con alegría de escritor maldito. Descarto lo que no esta destinado a ser mío y entre caricias de alcohol, me abrazo con mis compañeros y engancho ruta al este, a la isla, para que los acordes de la murga, cautericen mis arterias sangrantes.
El viaje en bus parece largo... Por escribir esto me pasé dos paradas. Bajo y al mear en la estación de servicio me cruzo al señor ministro de economía y finanzas. Pongo murga, canto otra vez. Camino cantando, con el latir de un veneno que me da alergia, atascado en el brazo todavía, llego al club, donde La Gran Muñeca está a un minuto de lanzar au clarín. Canta... Canta y el mundo toma forma de serpentina, revenir de una sonrisa de niño, más solo que nunca, nunca mejor acompañando. Canta la murga y en su cancion final, entiendo todo, solo para que en la retirada, el corazón se me llene de flores y de lágrimas. La bajada... Me vuelvo a casa. Vuelvo cantando por la calle Brandzen un Réquiem tardío para quien dio vuelta su mirada, tantas veces. "Se nota que ya no hay amor y yo me dedico al alcohol"


La vuelta acaba donde empezó, en mi cama, hoy mucho mas temprano.. No sé ya ni que más pasó. Mi brazo sigue muy hinchado y la zona afectada más roja que mi sangre. 

No hay comentarios: