viernes, enero 05, 2018

Escapada de enero con "Muchoñeri"

Cae el sol en el kilómetro 110, la música que emana de este claro entre las acacias, lleva tiras de luces de colores y un aire cargado con sal, que me seduce con cada bocanada. Se abrirá el telón, ahora nomás y sonarán los acordes de ese rock que denso de color y purpurina, alegrará a medias a las cortes de oros viejos y pretensiones bohemias, que en su remanso de marfil y arena blanquísima, armarán su festín de susurros y juegos de niños, rodeados de botellas ignotas y camionetas con tracción en las cuatro ruedas.

Después de bañarme en el océano de brutal transparencia junto a mi "muchoñeri", y de cohabitar en la líquida esmeralda con un inmenso cardúmen de peces, el atardecer con sus trinos y sus grillos, como decía, abrirá el telón ahora nomás. Suena ahí ya su bajo noble, color madera. No hace falta que se diga que los contertulios viven en un mundo dominado por las apariencias y que la película que se venden entre ellos, carece de trasfondo creíble. De todos modos tienen mucho estilo y disfrutan despreocupadamente del más bello atardecer de lo que va del año. 

Francamente el Johnny negro con el que acompaño mi cigarro, tirado solo en la duna de la última claridad, a 25 metros de la fiesta, es capaz de bancar algunas otras tristezas que también barajo. Parece que la banda está probando la jugada, la escucho apenas sopladita, aca atrás, junto con el reflejo de las tiras con pequeñas luces de colores. Entre nubes llega la noche, amigable, como un gigante bueno con olores de hojas quemadas y veranos. Y en las voces de las dos últimas chetazas que suben con su perro de la playa en penumbras, descubró casi sin asombro, la misma búsqueda errática que insinúa el vagabundo de la aduana, con sus miles de pantalones superpuestos, harapo tras harapo, en la misma noche naciente que ellas, que leyeron el secreto y casi casi, agarran antena. La misma búsqueda, aunque cueste asumirlo por completo, que yo mismo intuyo en los prostíbulos del amanecer, cuando la cerveza finalmente me desborda.

Ahora puedo decir que se deja mezclar con cerveza Corona, aunque no aea la mejor, como mediaparte, de verdad, ahora digo que funciona, cuando la banda cierra su bis y engancha con ruta 66 en su final pum parriba. Rulo y el bajo con su elegante presencia posterior... Y no son aún las diez de la noche.

Todavía no son ni las 23, falta un minuto todavía y la banda ha desvariado en un chorrete inagotable de clásicos del rock y el soul. Una pirotécnia de escandalo se apoderado del aire de la medianoche, trayendo un montón de polillas y el susurro del océano a un costado. Parece que la bata dio su golpe final, aunque podría surgir otro bis, pero el rulo último pone el cierre a la banda que de rock ha catapultado a la noche y finalmente, entrega lo que al parecer sería la última: La Sal No Sala.

Más tarde en La Barra, los amigos de Master House vuelven a hospedarnos fugazmente, mientras "muchoñeri" hace su gracia al ritmo de sus candombe fusión, la noche letárgica se abanica en la brisa proveniente del océano. Aquí y allá suenan comprimidos, los bombos sintéticos de la música de ahora. Enjambres de luces hablan ahora de automóviles de lujo, y de un caudal infinito de mujeres rubias de todas las edades, todas igual de teñidas y, por supuesto, con el mismo corte de short. La uniformidad los apacigua, se tejen como fibras entre ellos, ventilando nubes de perfumes y acentos para nada agradables a mi oido. Entonces me río, cazo mis cigarros y caminando voy a sentarme a una roca en medio de una vasta playa en los dominios de la noche. La temperatura del aire es deliciosa y mis pies descalzos sobre la arena acompasan la respiración de sal transparente y acude entonces, un perfume de arena que es como la piel de todos los olvidos. Más hojas amarillas quemadas en las primeras fogatas de la medianoche. Las melodías festivas de inmensa pelotudez ,se recortan atrás, en los chalets frente al romper de las olas, que echan chorritos de luz amarilla sobre la orilla del agua, profunda conversadora que embellecida por la luna, exhalta sin límites, su definitiva condición de espejo astral.


Por eso no es difícil llegar a las 8 a.m. y entre las nubes que amenazan llovizna, dormir sin soñar, caminar sin esperar, ver la belleza desde una cárcel de huesos y amar, silenciosa y casi desinteresadamente. 

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