sábado, noviembre 12, 2016

LXX

  Por eso el viernes siguiente volvimos a repetir la reunión de "enganches" como le decíamos nosotros. La cita se dio en casa del Matí, en la calle Itapebí. El chef Guillermo me pidió medio a último momento si podía quedarme a hacer una hora extra. Respondí de inmediato que sí, aunque en el fondo nunca me agradó esa forma de pedir una hora extra, así a último momento, pero necesitaba el dinero y además complacer al chef en aquella carrera que me había propuesto para ganarme mi propio lugar dentro de la cocina del Quo Pide House, un negocio que crecía en tiempos de lentitud económica, gracias a la calidad y el precio de su propuesta y al profesionalismo con la que esta era llevada a cabo. 
     A las 16, entonces me encontré con mi mamá y con mi hermana Fiorella, de 12 años. Los tres fuimos juntos a tomar un café a la esquina de Colonia y Minas, antes estuvimos conversando unos quince minutos, sentados en un banco de la plaza de los 33. A cada rato me invadía un profundo ardor en el dorso de mi muñeca izquierda. Dos horas antes de cumplir mi turno el Chef me pidió que marchara un papillote de pancha vegana. El Papillote era un plato por capas, cuya composición constaba en una hoja de papel de aluminio de unos 40 centímetros de largo por unos 25, 30 de ancho, sobre la hoja un poco de aceite de girasol bien esparcido, después una porción en forma de chato prisma de arroz blanco, sensiblemente más chica que el trozo de papel pero manteniendo sus proporciones, sobe la base del arroz se colocaban dos puñados de lentejones hervidos previamente, la tercera capa constaba de vegetales asados (calabacín y berenjena), sobre eso la pancha vegana (hamburguesa de garbanzo de receta exclusiva de la casa) cortada en porciones pequeñas; pomodoro y según yo inadvertí, queso para gratinar, como salían el resto de los papillotes comunes. Cuando ingresé el plato armado en la hoja de aluminio, dentro del feroz horno eléctrico, me dí vuelta para a colocar los tuppers con los ingredientes de regreso en sus respectivas heladeras y el chef que pasaba con una bandeja de pides vio de reojo que dentro del horno, recién puesto estaba el papillote vegano, con queso arriba. Vos le pusiste queso al papillote vegano, dijo con apuro y gesto de severa incredulidad. Me lancé sobre el horno, abrí la tapa y el calor al igual que cientos de veces durante el día, se lanzó a mi rostro y mis manos ablandando y sometiendo a mi carne y mi piel, me di cuenta de un segundo error que hasta el momento el chef no había percibido, había puesto el paquete de papel aluminio directamente sobre la parrilla del horno, sin la chapa correspondiente que usamos para calentar casi todos los platos, entre ellos el papillote, porque una vez que el aluminio se calienta, es realmente difícil de maniobrar el plato acabado para ponerlo sin ayuda de una superficie maniobrable, en un plato o meterlo en una bandeja para TakeAway. De modo que en resumen, al querer sacarlo del horno me quemé por aquí y allá, no demasiado pero sí para sentir el dolor de forma molesta, sin embargo traté de tomar papillote con la mano directamente, esta salió disparada por reflejo hacia arriba y este movimiento terminó con el dorso de mi muñeca izquierda chocando contra la parrilla superior del horno, también infernalmente caliente. 
      Me latía. Me había hecho una quemadura de unos 4  centímetros en linea recta que me ardía de forma insistente mientras que después del café, mi mamá y mi hermana me acompañaban a la parada del bus, donde abordé un 180 y me bajé frente al Canal 5 bajo el sol rústico de la primavera, escuchando a la trasnochada, caminé hasta la casa de Mati. La camioneta del director estaba ya estacionada afuera, y la puerta de la casa, estaba abierta, también lo estaba la reja metálica pintada de blanco. Me aproximé, dentro de la casa sonaba bastante alto, el disco Led Zeppelin IV, golpeé la puerta al ritmo del alocado redoblante y enseguida el dueño de casa se aproximó invitándome a pasar. Desde dentro, mi primo salía con un fasote armado en la mano, venía despuntándolo. Nos abrazamos y saludamos, vibraba ya un ambiente especial, un cambio del viento que nos ponía en un mismo barco de guerra rumbo al horizonte, no solo al fugaz y apasionado horizonte de la retirada y del resto del espectáculo sino al horizonte relativo del cierre de aquel hermoso ciclo. Sonreímos de forma cómplice. 
      Al poquito rato llegó Marcelo, Cabeza y Mariana. Conversamos un poco acerca de los perfiles más delineados de nuestros personajes, algún que otro detalle escénico, Marcelo aportó su conocimiento en las artes teatrales para que tanto Mati como Maru (quienes tenían un poco menos de soltura a la hora de interpretar un personaje por completo distintos de ellos mismos) recibieron con apertura y de los que se valieron para que, después de un par de pasadas en serie de los diálogos y las rutinas de los enganches, consiguieron efectuar una mejora bien sensible y notoria. 
      Cabecita nos sorprendió a todos con su mejora en la interpretación, había logrado conectar con la magia de la encarnación y su momento en el cuplé de los valores, estaba ahora envuelto en el halo de una sana nostalgia, completamente satirizada pero con un trasfondo innegablemente dulce y de tierna melancolía. Hasta el acento tano de su propio abuelo había logrado adaptar en función del enriquecimiento de su personaje, el resultado era más que apreciable.
     A mi me preocupaba que Maru y Mati no fueran capaces de romper el molde de su propia identidad y de entregarse a las manos de una entidad inventada que debería invadir su musculatura y sus ojos para dar su propio mensaje, que era el mensaje de la murga en sí. Ellos se parecían en un principio, antes de estas reuniones de enganches, demasiado a sí mismos y esa justamente no era la idea. En dos sesiones Maru y en una sola Matí, habían logrado crear o al menos esbozar el universo de su personaje y esto le otorgaba vida y credibilidad no solo a los cuplés sino a todo el proyecto. 
    Partimos para el ensayo en medio de una concentración de lo más intensa y llegamos al Recoveco y estaba Maicol y faltaban aún un par de compañeros y calentamos las gargantas con la retirada de la muñeca del 96 y después con la del 58 y despues con una estrella fugaz y después ya estaban todos, la murga a pleno se lanzó por una primer pasada. 
   La concentración grupal que reinó permitió que la puesta en escena saliera pareja con el canto. Los enganches salieron muchísimo mejor que en el ensayo anterior y el colectivo se mantuvo organizado, eficiente y disciplinado. Salvo la batería que tenía la costumbre de hablar y practicar piques y arreglos mientras el resto intentaba decidir ordenadamente algún particular. 
    Finalizada la primera pasada y bastante sudorosos, hicimos un pequeño recreo en el que no se debatió mucho ni se habló demasiado sobre el espectáculo. Después volvimos a la sala grande del Recoveco y la Ternera se dispuso a dar una segunda pasada del repertorio completo. Antes de comenzar, Soledad propuso cronometrar el tiempo para probar la eficacia que tuvo el sacar una breve canción del cuplé de la consumista y acelerar por tres el ritmo del personaje del autosustentable que interpretaba Mati. Horacio, en un gesto de necio pesimismo observaba que con solo esos recortes no alcanzaba para descender de la barrera de los 30 minutos. Maru caminó hasta el frente del friso y tomó su celular. Antes que lo pongas le dije y mirándo al director pedí la palabra. Capté la atención de la murga y les dije, gurises está vez va con reloj, tengan eso en mente y desde lo grupal busquemos la erificiencia y la prolijidad, no se estimen mucho y tengan presente que ya estamos bien cerca de la noche del estreno. Volví a mi lugar. Salió la clarinada con potencia y alegría. Salió la presenta, la ensalada y uno a uno los cuplés tomaban una textura más pulida y consistente. Salieron los enganches,  con cuya duración tenía ya bastante bastante familiaridad y salieron los cuplés de manera ordenada y evidentemente ensayada y bien aprendida. Las mejoras de Maru y Mati en esta segunda pasada fueron decisivas. Cuando Sol entonó en su guitarra la reducida versión de su hermosa canción final y el Masi se aproximó para cantar la primer estrofa de la retirada, la murga alcanzó su mayor punto de emoción controlada y de concentrada pasión hasta el momento. Salió más que de lo profundo de los huesos y el vibrar de las canciones retumbó en los espejos de la sala y en las caras contenidas de los 3 o 4 amigos que ese día nos acompañaban. El acorde final y el sudor era general y abundante, el director que golpea tres veces la tierra con el pie y comienza la bajada. Salimos del friso contándola y cuando pasamos en fila frente al cronómetro, Maru lo tomo y de nuevo sus ojos se llenaron con el brillo de la satisfacción y la felicidad, lo levanta en alto para que todos lo veamos. 29:54 vi yo. 

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