viernes, noviembre 11, 2016

LXIX

   El aire olía a canela, las palomas volaban de izquierda a derecha, todos los medios de prensa solo tenían voces para hablar de la elección presidencial en los Estados Unidos, en la que había ganado Trump. Yo fumaba y mirando la gente pasar de aquí para allá en la plaza de los 33, fumaba y escuchába la radio al salir del trabajo. 
   Debo hacer, antes de proseguir, una aclaración geográfica que pasé por alto en varios capítulos. Quo Pide House no estaba ubicado, como dije antes en Mercedes y Tristán Narvaja, sino en Colonia y Tristán Narvaja. Aclarada esta  confusión, prosigo con la historia, ya en sus últimos capítulos.
   Cuando salía de Colonia y Tristán, había adquirido el hábito de comprar una botella de coca-cola de las más chicas y beberla acompañada por un cigarrillo sentado en la plaza de los 33. Ese miércoles volvíamos a ensayar con la Ternera, sin dudas ahora sí, los esfuerzos se incrementan y la convivencia se intensifica multiplicando de forma exponencial el entusiasmo, los esfuerzos y la fe en el espectáculo que armamos. En el ensayo de la noche anterior, cuando estrenamos en el Recoveco y de manera íntima, el espectáculo completo, del cual se desprendía un dato de complejo tratamiento, nos sobraban 3 minutos y ya habíamos hecho demasiados recortes, no nos quedaba ya mucho para sacar. Mariana propuso sacar 4 cuartetas del cuplé de la consumista, pero ganábamos tan solo 1 minuto, aún nos restaban 2 minutos por retirar del libreto. Mis enganches monológicos habían quedado en su más sintética versión, afortunadamente sin perder su efecto humorístico. De modo que quedaba muy poco de donde sacar minutos. 
      Estábamos en la parte más intensa de la preparación de cara al concurso en las Duranas. Casi todo el sistema Murga Joven, se empeñaba en llamarle Encuentro y no concurso, sin embargo para mí siempre fue un concurso pero no connotando la competencia hacia las otras agrupaciones, a las que admirábamos y respetábamos sin importar demasiado su calidad artística, que en algunos casos, la mayoría de ellos, era bastante alta y en otros menos brillante, no, para mí el concurso se desarrollaba puertas adentro, primero, a nivel grupal ya que el esfuerzo, la dedicación y la pasión con la que se trabajaba para mejorar eran dignas de un verdadero concurso, y segundo, se trataba también de un concurso personal, una pugna por la superación artística a nivel individual, una competencia contra las adversidades, contra la pereza, la soledad y la tristeza y sobre todas las cosas era una competencia despiadada contra el miedo. Personalmente mi búsqueda, más allá de estar centrada en una refinación del proceso artístico, estaba centrada en la idea de cantar en el Teatro de Verano. Era un sueño absolutamente vivo, que me acompañaba día y noche a sol y a sombra, haciendo que a diario estuviera yo en competencia contra la chatura, contra la mediocridad de la cual tanto me había alimentado en otras etapas de mi vida. Cumplir con aquel presentimiento que tuve en el Teatro de Verano, aquella inolvidable noche de Febrero junto a V, era mi mayor competencia, mi más grande anhelo de realización artística en el marco de aquel año tan particular. 
      En parte por eso, fue que surgió la idea de que hacer varias reuniones de trabajo exclusivas para aquellos compañeros que como yo, tenían un papel actoral de bastante exigencia dentro del espectáculo. Ese miércoles, cuando salí del Quo y después que tomé mi cocacola y fumé mi cigarrillo en medio del olor a canela y las palomas y los ecos interminables de la elección de Trump, fui en un céntrico hasta la Ciudad Vieja para tomar un café con mi madre en su casa. Una vez ahí, Cabecita me manda un audio citándome en la esquina de Joanicó y Propios para ir junto a él y mi primo, el director, a la casa del primo de Mariana, que se hallaba de viaje y según ella, nos ofrecía un espacio ideal de tranquilidad para dedicarnos a esa tarea. 
      Llegamos finalmente buen rato antes del inicio del atardecer y aparcamos el automóvil. El Cabeza era uno de los mejores cebadores de mate que yo conocía y su propio mate tenía un sabor incomparable, en este caso era mi primo quien lo cebaba mientras el Cabe manejaba. Nos detuvimos entonces frente a la casa y tomamos otro par a la espera de que Mariana viera su celular y bajara a abrirnos. Sonó el celular del Cabe, bajamos del Xsara, por la ventana, en el balcón de un primer piso, salió la figura de Mariana, el sol del poniente transparentaba sus dorados cabellos y una bella sonrisa iluminó su rostro al vernos. Los ojos del Cabeza, a su vez reflejaron el brillo y se veían radicalmente enormes y llenos de un nuevo y poderoso amor por Mariana. Tuvo que sufrir nuestras bromas al respecto, por cierto que sí. Subimos. El apartamento era pequeño pero muy acogedor, había en la sala donde nos íbamos a reunir, un piano rosso blanco, apenas desafinado, dos sillones, una computadora, una hermosa Epiphone LesPaul conectada a un cubito chico y una pedalera azul, un tablero de ajedrez, una computadora portatil, una tortuga que al principio creimos que era un pisapapeles y el balcón, por donde el sol, cada vez más rojizo, lanzaba sus últimos poderes del día. 
    Trabajamos de manera ardua y sería con el propósito de encontrar el alma y la zona de cada uno de los Estereotipos (ese era el nombre del espectáculo). Sistematizamos la manera de definir los personajes y perfeccionados sus dinámicas, posturas, textos, ritmos, remates y sobre todo, hicimos hincapié en la faceta ritual del género murga, en el desplazamiento que experimenta la cognición durante la magia que implica el encarnar un personaje, de ser un arlequín cantor de esquina, medio bohemio, medio negociante, exhibidor de un espejo que apunta hacia el pueblo mismo y que refleja en el prisma de su farsa, sus preocupaciones cotidianas, sus sueños y alegrías, sus más hondas nostalgias. Debíamos ser plenamente conscientes del elemento espiritual que daba alma a la función, haciéndo mágica la realidad. Debíamos aprovechar esa energía casi sobrenatural que la faceta ritual nos regalaba y lograr colectivamente el milagro alquímico de las emociones, que es para mí al menos, la piedra angular de la murga.
     Toda la experiencia de reunión fue netamente positiva a fines de enriquecer las partes actuadas del espectáculo y antes de partir a comisión vestuario, en casa de Maga y Sol, Maru tenía que regar las plantas que estaban en la azotea y nos pidió redondear la reunión allí, mientras ella atendía aquel pequeño asunto. Eso hicimos. Al subir, nos percatamos que estábamos situados en uno de los puntos más altos de la ciudad ya que si bien la azotea tendría la altura de un tercer piso, la vista de Montevideo era espléndida y completa. Brillaban cerca de la mole arbolada del cerro el más intenso color arrebol que se pueda uno imaginar. Densas nubes oscuras flotaban a cientos de metros del horizonte generando como una faja crepuscular que nos maravilló por completo. 
   Mi primo rascó los acordes de la bajada de la Gran Muñeca del 96 y cantamos como en un trance de pasión y total amor a los carnavales. Nuestra propia canción de caras pintadas se avecinaba por el almanaque a un ritmo desaforado. Una cantidad tremenda de confianza y genuina felicidad unía el pequeño grupo de cupleteros que en los últimos minutos de luz de aquel día, dieron un paso hacia la libertad de sus sueños. 
    Después de eso, como media hora, llegamos a casa de Maga y Sol, donde el despliegue ocasionado por la tarea intensiva dela creación del vestuario había tomado la casa de punta a punta, las telas, los sombreros, los pinceles, las bolsas, los cartones y arpillera estaban apilados en grotescas montañas por toda la casa, los gurises trabajaban de un modo impresionante, estaban a pleno y su productividad y cooperación, de verdad era algo conmovedor. Pero todavía nos sobraban 3 minutos y ya no había casi nada de donde cortar. 

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