sábado, noviembre 19, 2011

otro yo

Un escupitajo en el ojo del destino, sangre que sin hallar coagulación me impide transitar por la senda de la cicatrización. Obvio que me merezco esto, eso no es sorpresa, por supuesto que he sembrado (y sé lo mezquinamente inversionista de mi mentalidad) más dolor, angustia, rabia e impotencia de la que ahora, con picante sabor de chile, corre abriendo tajos por mis venas. Me abandono a vomitar estas palabras sobre el lienzo paciente y desapegado de este rincón de soledades de donde ahora parece, no debería haber salido nunca. Este fanjo que alberga mi obsesiva y delirante tristeza es el nido de palomas, donde tantas veces, acaricié la aurora... tantas veces, cínicos amagues de un día pleno, que irremediablemente se hunden en la noche más profunda, otra vez, desesperado, herido y más que nunca solo, solo como un bicho de luz en medio del universo, solo como lo que soy, un poeta horrorizado y temeroso que una vez más avanza hacia su concha de autocastigos. A desangrarme por los dedos, en setecientos versos que no hallarán desembocadura ni en el cielo ni en la tierra ni siquiera en purgatorio alguno de este vasto y pálido desierto. No. Ahora estoy presa de una cólera maquiavelica que me cierra los pulmones, pidiendo cigarrillos, sin poder derramar lágrima alguna, sin protestar ni chistar, a lo sumo reírme a carcajadas de mi enorme importancia personal. Y es a usted a quien dirijo esta puteada, usted, que lee desde la penumbra clandestina, querido hermano, yo mismo. Es a lo sumo una ventana rota, una catedral plagada de palomas mensajeras zombies, que no tienen destinatario ni remitente, que vuelan en círculos, condenadas bajo el techo de las expectativas, con las alas cortadas de raíz, vuelan en círculos, haciendo arcadas por los pasos de esta noche, heridas en el alma por la honda sensación de violación e incomprensión, atadas de manos, con los ojos vendados, vuelan en círculos, entre las interminables columnas de este templo satanista que es mi pecho. Este quilombo de avispas mal heridas, esta bacanal de desencantos y reproches y dolencias y carencias y desmadres y asaltos intempestivos del mismísimo demonio que camina, duerme y late detrás de mis ojos. Vuelco el vino picado que llena mis arterias, lucho a brazo partido para darme por vencido y siento que no puedo, que estoy también condenado a volar en círculos, a ladrar entre los perros infinitos de la madrugada, sin hallar sosiego para mi corazón de niño, sin hallar juguete con que entretener este infinito río de perlas que se me cae del alma, que se me pudre en las ramas, que se atomiza en este fanjo inexpresivo formando tristes arcoirís de imposible destino. Cuántas palabras más seré capaz de vomitar sin perder el aliento, sin perder la forma de nauseabunda humanidad que me sale por los poros, que me recuerda y profetiza lo peor... vana esperanza. Qué más queda?

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