domingo, mayo 22, 2022

A raíz de una tarde

 ómnibus. Por lo general a eso de las cinco de la tarde me encuentra la plaza Matriz, ahora y  más todavía en el invierno, con su manera  única de anochecer temprano, de ser capturada por las sombras al son inexorable de las viejas campanas. La catedral es un bostezo, los bancos frente a la fuente soportan la lluvia y la madrugada, estoicas en su transitar de eternidades y sucesivas capas de gruesa pintura verde. La otra vez soñé que volvía en el tiempo a principios del siglo XIX y que visitaba la esquína de la casa donde nací, maravillado e incrédulo en medio de un mediano grupo de personas que parecía llevar a cabo alguna especie de asamblea vecinal. Ahora, meses después mi lectura me transporta vigilante hasta aquella misma época, pero ahora en el agreste y salvaje exterior de las murallas del Real de San Felipe. Página a página mi cabeza se pierde con admiración salvaje y repudio republicano ante la vida de los matreros indómitos que poblaban los montes fugitivamente, en su silencio arisco de bayo o de alazán decidido y fiero ante la constante amenaza de peligro que tan bien escondía el sarandí, el tala o la coronilla. Una imagen en particular del libro Ismael de Eduardo Acevedo me sobreviene incomodando la paz de mi tarde. Se trata del degüello de un jinete del cuerpo de Dragones a manos de 4 matreros, que tras un inesperado giro de los acontecimientos, pasaron de ser presas a ser matadores de aquel joven subordinado que encontró la muerte en aquel perdido pastizal de la campaña Oriental. La descripción del autor en este respecto es tan anatómicamente correcta, tan escupitada de vísceras y sangre venosa, que sin previo aviso y tras apenas dos o tres inocentes asociaciones libres, se adueña de mis pensamientos, estremeciéndome y con más ganas de terminar de leer el libro. 

No hay comentarios: