miércoles, mayo 06, 2015

La plácida tortura del café


Armo este café con la ingenua esperanza de encontrar en su fondo, el ojo de luz que necesito en esta tarde aciaga de mayo, la ranura desnuda donde danzan las respuestas a estas flechas venenosas que cargo ahora sobre el lomo como penachos floridos. El primer sorbo y ya mis expectativas caen, desplomándose en el tibio fuego de la primer estufa del año. Errante entre las letras desganadas que escupe mi pulso incierto, soy un extraño frente al espejo partido de mis adoradas rutinas, soy un extraño vagando en el pueblo fantasma de mi pecho. Hallo el torso desnudo de la desolación, erótica venus radioactiva, marfil exuberante de hondos dolores rabiosos, el silencio entre los ecos de tantas preguntas que me hago, vano interrogatorio a mi mudo testigo verborrágico, es esta tarde el juez y el jurado de todas mis recientes acciones. Cómo saber cuando me miento, cómo descifrar el laberinto dantesco que me he deparado con saña, cuando nadaba en un bravo mar de tedio, perdido de mí mismo, me vengo a encontrar esta tarde, desnudo ante la blanca luz del monitor, atravesado por los últimos rayos pálidos, esquivo, antipático, austero en la melancolía de haber destruido ese sueño hermoso, que vos compraste, al que hubiésemos avanzado a toda costa. Decapité al cisne de aquella ensoñación perfecta con la afilada daga de mi grotesca humanidad, de mi salvaje imperfección de perro de la calle, ahora puteo por lo bajo, satisfecho por la hórrida obra de mi destructiva apatía. Vuelco y me revuelco en el tornado asesino de mis decisiones, rehén del inconsciente, pésimo, aterrado, convencido, entregado, amable y permisivo en el infierno de esta libertad que añoraba y necesitaba como el aire, perturbado y asombrado por el nefasto poder de mi metralla. Padeciendo todos los dolores que engendré menos el mío propio. Soy un solitario rey ahora, en el trono roído por ratones, sin más oro que la hora que me consume, ni más corona que la perpleja comezón de mi cabeza. Se va enfriando el café mientras un prístino haz dorado que revienta se desvanece lento sobre el Fresno del ocaso. Y yo mastico arrepentimiento y convicción, escupiendo ostras vacías de perlas metafísicas, escéptico al destino, orgulloso del abandono, aterido y desgarrado por la felicidad del deber cumplido, soy el que soy, era quien  era, seré quien pueda y abatiré a la sombra de la desesperanza que me acecha en cada esquina con la mirada perfecta de quien se sabe muerto, apuntaré la ballesta de mi indolente omnipotencia hacia los horizontes de alguna victoria y me cojeré alguna invisible quimera fantasma, en la helada prepotencia de este mes de mayo. 

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