sábado, octubre 13, 2018

Breve carta a un escritor

Hablaría de los lugares de pobreza donde fundaste las catedrales paganas de tu obra; del arroyo de aguas diáfanas, del polvo incandescente que dañó los retratos de tus abuelos; del mar abrasador donde tus suspiros buceaban entre bestias marinas. Hablaría de la mala hora en que aquella mujer te daba vuelta la cara, en su propia maratón de dolores incomprensibles y pudores de mujer brava; del perfume de gardenias que hizo espirales en el calor demoníaco de la siesta. A bordo de un barco, la fiesta de cumbias que daba brillo de esperanza a tus ojos caribe. Llegar a una ciudad cenicienta, donde los hombres soportaban el fuego de las 11, en sus trajes negros, donde los tranvías echaban su vómito de chispas sobre tus sueños siempre heridos. Hablaría entonces de cruzar el océano, de abrir las alas con el lío de haber nacido escritor, siempre clavado en las costillas, como un puñal de bendición que en el fondo trasuntaba maleficios para tu propio corazón de ternura imposible. De esa guardilla donde eras invencible ante las garras reclamantes de la necesidad y de la urgencia, donde ametrallabas el destino de millones con una vieja máquina de escribir. Ciudades que van girando sin más nombre que decepción, que anhelo siempre insatisfecho. Volver a América con la mujer que antes te lastimaba y ahora resguarda del sable de la realidad, a tu niño terror de poeta. Gastarse la fama en política, ver morir a tu amigo, acribillado por una ráfaga de balas terroríficas, todas tus pesadillas, todos los reportajes de amores contrariados, los hombres caídos, aquellos que sudan frío esperando también su propia muerte. Todos los fantasmas que deambulan ajenos al humano cansancio, por arenas de gallos fósiles, lanzas, gallinazos ennegreciendo un cielo improbable. Podría hablar de la semilla, el germen del amor que incoculaste, poniendo, fugazmente, de moda la felicidad. Podría hablar de Proust, de Faulkner, de Hemingway. Podría hablar... Pero prefiero escribirte. 

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