jueves, mayo 09, 2019

Sobre la producción de Amor y Odio por el Queso Rallado

Llegué a la casa de Gerbett algún segundo después de las 16:21. Lo encontré tendido e inconsciente sobre una reproducción parcial del Hombre de Vitrubio en la que trabajaba hacía ya casi 12 años, vestía un zapato de cada par (Gerbett, no el Vitrubio, quien es conocido por su proverbial desnudez), y su cabello color motaza, mostraba un peinado impecable. Estaba de espaldas, lo volteé valiéndome de un lampazo para piso y pude ver que estaba despierto, sollozando. Al interrogarlo por su lamentable estado, me contó que ésta misma tardr volvía del súper con una bolsa llena de naranjas y que en la puerta de su casa, un niño de no más de 7 años lo había golpeado hasta hacerlo sangrar. Conforme avanzó la charla, pude darme cuenta que más que la golpiza, Gerbett lamentaba haber manchado su moño favorito con una salpicadura de su propia sangre. Intenté animarlo prometiendo buenas nuevas sobre la producción de nuestra obra teatral. Una luz de esperanza brilló en sus ojos, también color mostaza, pero toda su dicha volvió a desvanecerse cuando comenté (como quitándole importancia) que Kravitz, no solo declinó la invitación, sino que rentó un par de monjes tibetanos para intimidarme en caso de persistir con la idea. Me empeciné entonces en recordarle que Guillermo Lockhart no había dicho textualmente que no a mi oferta para ser el remplazo de Kravitz, y que el teatro Victoria respondió nuestra misiva, con una contraoferta de $u4.000, pero que la iluminación habría de correr por cuenta nuestra. A ese punto, Gerbett parecía haber vuelto al estado de vergüenza en el que lo encontré y se hallaba otra vez tendido sobre el Vitrubio, murmurando "mi moñito, mi moñito".

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