miércoles, marzo 02, 2022

El último Huey Tlatoani

 Pensaba hoy en los últimos momentos de Tenochtitlán. En aquellas calzadas heridas por el hierro de su último amanecer, en las famélicas miradas de la última madre, en la fragilidad última de su lago, en ese momento de silencio doloroso tras el cual, las huestes de Cortéz se reagrupaban como una sentencia inapelable. Tenochtitlán expugnada contra todo pronóstico por fuerzas tan iguales como increíblemente inesperadas. Todavía las cabezas de los caballos en picas sangrientas ostentaban una esperanza que entonces terminaba de desvanecerse. De pronto y a propósito quise evitar imaginar el sentir de Cuauhtémoc cuando comprendió que finalmente Huitzilopochtli, Quetzalcoatl y Tlaloc serían desde ese día, fantasmas desterrados y silenciosos del más temido los imperios. Quise, a propósito, evitar imaginar la humillación que sintió el último Huey Tlatoani al entender que los siempre subyugados tlaxcaltecas se habían aliado con los barbados de la cruz y los caballos, y que aquella alianza pondría fin al legado de gloria incalculable que ahora, con los pies quemados, comenzaba a ser únicamente una leyenda de perdedores inmensos. No quise adentrarme en la poderosa lección de humildad que recibió el último señor mexica al darse cuenta que moriría por el mismo dolor que su imperio había propagado hasta los confines del horizonte. No quise mesurar el orgullo y la vanidad del vencedor, ni su codicioso regocijo, ni la profundidad de su nombre en las tablas imborrables de la historia. 

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