miércoles, marzo 24, 2010

La guerrilla

Mi casa ha sido invadida por los ratones de la tristeza. Corren por la mesa, impunes, malévolos, escurridizos. Tendiéndome a mi, trampas de la nostalgia, donde caigo dia por medio. El tiempo es el hogar supremo, en el nos convertimos en lo que somos y en lo que nunca seremos. Hay un aliento extraño en mi casa, si, debo reconocerlo. Un soplido de nube lejana, un aire de lenta promesa que le encanta demorar y demorarse en las ramas desnudas, en el silbido del otoño que entra como perico por su casa, haciendo gala de nuestra insignificancia. Y yo lo huelo, que voy a hacer sino. Me dejo embriagar por una perspectiva desfigurada de un tiempo futuro. Todo se arremolina en quedadas palabras en el viento y los ratones. Perversos pequeñajos, buenos para nada, intimidando a mis soledades, erizando mi pulcritud de hombre de las cavernas. Un día voy a recordar esto como un mal sueño. Como la pesadilla de vampiros que tuve esta misma tarde, de la que desperté con un llamado de mi jefe diciendo que habíamos perdido un edificio por mi culpa... No es de extrañarse entonces que me haya levantado con mi peor humor y que el mundo me haya parecido una ratonera de tristezas cuando me vi al espejo la cara hinchada por la suculenta siesta del otoño. Me parece que voy a preparar el mate y re armar la trampa para los ratones.

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