lunes, octubre 16, 2017

Casi ganar

Desenlutar. Conjurar esa sombra y esa lápida, abrir para la inmensidad del cielo, las derribadas puertas del alma. Dejarse curar aquella llovizna y aquel camino con árboles y luz naranja. Vivir, parece tratarse, sin remedio, de ir adelantando obstáculos o zafando panteras o acomodando rulemanes rotos, siempre viene alguna jugada insólita que logrará poner a prueba nuestro temple, una y otra vez hasta que el sol se apague.
Una oruga recorre la madrugada, tarareando recuerdos táctiles, saboreando memorias de aceites de la más deliciosa pasión, entre estrellas perdidas y nubes de tormenta. Se traza una línea, que a nadie importa, donde de un lado unos y del otro lado nadie sabe, dicen que es la muerte o algo parecido, yo ya me refugio en mis miedos para poder soportar la tempestad y el olvido.

Después sale el sol, al distraerse juega un rato entre los pastos, ahí pasará un hornero y más tarde otra vez la noche. Entonces tornar y sonreir despacio, hasta que cante otro pájaro ansioso, cuando ya parece que definitivamente nunca volveremos a abrazarnos, porque amenaza el sol desde algún rincón para siempre y la noche sigue hasta desembocar en esta otra aurora, que no es más que un larguísimo reguero de ausencias, mientras entono, con resignación, los versos finales de este tango para orquesta de golondrinas y sábanas vacías, lo voy desenvolviendo, último y susurrado por el bulevar... Suena el bandoneón del amanecer. Mis amigos ya se han ido a sus casas.


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