miércoles, octubre 18, 2017

Banco de la Matríz

Me rodea un círculo de cantos de gorrión, me arde el pecho y acaso tiemblan mis manos al darme cuenta cabal del lugar donde los pies me patinan. Todo ese encanto, toda esa risa, ennegrece de pronto ante una llovizna o un recuerdo. Los psiquiátricos y los muertos, los temporales y las alas abatidas del campanario. Todo da las dos de la tarde, mi reloj de pulsera se derrite, soy un sacerdote del sacrilegio, un hereje de la verdad de mi propio corazón, y eso está bien, para haber amanecido con vida.

Resta ahora el tiempo salvaje de la reconstrucción, cuando del poniente vengan y atraquen barcos cargados de luz, para que entre los bancos de niebla infinitos, adoloridos peones del fuego, vuelvan a instaurar una sonrisa, en mis labios de mueca combada. La ciudad es ansiedad, es un dolor vivo donde aquello que esta al venir, se insinúa apareciendo inasible e inaccesible debajo de un grupo de mujeres, que en su media hora de deacanso, celebran con gritos, algo que no alcanzo a distinguir. Envolvente, cansino, distraído, retrasado, solitario y con zapatos que lastiman, pasa Montevideo para que yo lo escriba, como un bichito de primavera, que huye a cobijarse en los brazos de un desconocido. 

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