lunes, diciembre 25, 2017

Torta y durazno

Torta y durazno. Los espesos dorados del atardecer se vuelcan en los techos y el celeste parece casi verde. Duraznos en derretimiento, torta y durazno. Alguien viene por las calles de la Aduana cantando y haciendo picar una pelota, que con elegancia navideña se va con su doppler rumo a la otra rambla. Acá un murmullo eléctrico y el vaivén de los peces... Tu nombre da vueltas por el techo arriba mío y yo quisiera fumar, pero recién fumé, entonces no quiero. Tengo una Blonde en el freezer, huyendo del caldo de sal que es el aire a esta hora, solo hay una brisa casi inmóvil que sostiene los edificios bajos, los que dan al Río de la Plata. Montevideo guarda, en estas pocas cuadras, su secreto corazón amurallado, su bote de madera, sus dedos de sables y los cañones más decrépitos. Habita permanente el moho de cada medalla, en el corazón de cada reina de carnaval, la ciudad y la sangre, las hogueras y los látigos, todo eso es la tarde en la que escribo, más aún, es también todo lo que no es. 


Entonces las grutas despiertan de su ceguera por un instante, grandes babosas cubren los duraznos y la torta y sé, que afortunadamente, en 12 minutos la catedral va a dar las 7, o debería darla, a menos que tengan libre el 25 se diciembre, en ese caso no sonarán las campanas de la Matríz. 


Alguien tiene una rica blonde al otro lado de la blanca puerta del freezer. Alguien medita un instante sobre su vida y siente como una caída adentro de la panza. Entonces el crujido de chapa de los contenedores cantan con unos armónicos inesperados. Detrás el nylon siendo estrujado hacia el olvido de la basura y por los siglos de los siglos permanecera ocupando las mismas ausencias que a veces llevamos en nuestros pasos, pero aún así el horizonte pesa los quilos y de algún modo te hace ir girando en espiral a 100.00 km/2; al rededor de una bola de fuego; a través de la inmensidad de lo desconocido. 

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