La mirada agria de los relojes
convirtió el todo en la nada.
Se aguó la conversación
entre el vago atardecer
y la noche muerta.
Aquel paraíso se duerme
-otra vez-
en lejanos aparadores imposibles.
Presiento que alguna vez llovió,
aunque soy incapaz de asegurarlo.
Solo tengo por ciertas,
borrosas imágenes de la rambla
en las que el día y la noche
se vuelven la misma materia indefinida.
Cantaron los pájaros de mi balcón
y yo creo que estaba despierto.
La vida se prendía y apagaba,
y la luz era, a veces,
un pez afuera del agua.
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