viernes, septiembre 08, 2017

Historia de Valentín Fonseca (parte 6)


Fue tan impresionante su presencia, tan real e imponente, que mi miedo por el acusoso ser se vio apagado en contraste con el pánico que me causó su risa reventando en la azotea de mi edificio. Quise quebrarme, perderme, desaparecer, cualquier cosa que me alejara de la repugnante escena. Corrí, pero en lugar de salir andando, lo que conseguí con mi primitivo intento de escape fue cambiar la locación del sueño. En un segundo estaba en la plaza Matriz. Era de noche. Mire al rededor con las pulsaciones por las nubes, no vi a nadie. La plaza estaba vacía. Suspiré aliviado y me propuse tomar asiento, aun sin la más remota sospecha que me hallaba dentro de un sueño. 
  Entonces escuché otra vez la degenerada risa de sepulcro abierto y padecí un profundo escalofrío y giré aobre mí buscando de dónde provenía para poder huir con todas mis fuerzas en la dirección opuesta. No lo veía. Pero volvió a reir y el sonido se hizo como gelatina por todo el ámbito vacío de la plaza.
   - No tenga miedo, doctor. No hay forma de escaparse. Ellos nos encontraron, no son malos, de hecho lo único que quieren es aprender de nosotros y pagan por su servicio mucho más que nuestros pacientes habituales. 
   La voz rebotaba en todas partes sin provenir puntualmente de ninguna. Mi horror iba en franco ascenso y me sentía al borde del colapso. Finalmente y tras una busqueda angustiosa, lo vi, sentado en uno de los bancos, vrstia su traje beige , una camisa blanca impecable y una corbata oscura, prendida con un prendedor que yo mismo le regalé para uno de sus últimos snivetsarios de casado. Parecía nuevamente mi amigo de siempre y percibí en sus ojos un brillo de humanidad y de aprecio.
  - Después de todo lo que ha visto, las enfermedades, el sufrimiento, la falsa esperanza, del oscuro corporativismo que es inerente a nuestra profesión... Venirse a asustar por semejante milagro.
  - Nada de esto es real - dije con un temblor recorriendome el cuerpo entero.
  - Oh sí, ahí es donde usted se equivoca, mi querido amigo. Esto es muy real, tan real que solo pensarlo lo hace estremecer, pero le repito: no tenga miedo. Estos maravillosos amigos vinieron desde lugares demasiado remotos, solo para conocernos y usted esta agarrando el sartén del lado equivocado, si me permite, mire, solo permitase mirarlos con detenimiento - y con un gesto amplio de su mano me indicó el centro de la plaza. El panorama era inverosímil, pero nada me hubiese podido parecer más real: una docena de seres de agua ululaban rítmicamente alrededor de la antigua fuente. Me estaban mirando. Pude sentir en la médula de mis huesos todo el peso de su poderosa curiosidad, mi pavor cesó. 
   - Así está mejor - respondió mi amigo o lo que fuese que hablaba con la voz y se veía como mi colega. - Créame, si elije quedarse con nosotros no habrá más muerte ni tristeza ni ninguno de los horrores cotidianos que ennegrecen nuestra fugaz existencia. Digalo, digales que se quiere quedar acá con nosotros y todo sufrimiento habrá cesado definitivamente para usted, estos amigos se encargarán de cubirir todas sus necesidades y le ungiran con el conocimiento secreto de todas las eras. No tenga miedo. Es la conciencia eterna su regalo a cambio de nuestro simple consentimiento. Qué dice?
   Me hallaba absorto en la contemplación de aquel insólito grupo de seres conscientes, que ahora venían levitando bajito, acercándose tímida y curiosamente a mí. En un instante creí comprender todo y me deje llevar por una inusitada calma. La oferta no solo me parecía justa sino absolutamente seductora. Como médico, casi toda mi vida giraba entorno a la muerte y por supuesto era la cosa a la que más le temía en el mundo: mi propia muerte. De modo que evadirla y a la vez acceder a una fuente ilimitada de conocimiento, me parecía una oferta que solo un tonto podría rechazar de plano sin siquiera meditarlo.

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