viernes, agosto 24, 2018

Debería ser

Las cuatro de la tarde como un dardo, se clavan en mitad del cielo, escupiendo gris y viento sobre el Prado. Se trata de ir acumulando finales, tolerando fugas y esquivando los venenos de todas las estaciones. Mi cuerpo, migas de pan. Su sombra, paredón donde el silencio forma horribles grumosidades. Se me corta. Se me escapa ante una indiferencia largamente cultivada. Dar, al final, vuelta la cara a las hermosas horas de consuelo, enterrar en museos de escarcha, la justicia amable de su rostro. La luz resbaladiza, el lecho inundado de sudor, los gruñidos y zarpazos que finalmente se han vuelto fotos en cajones sin posible apertura. Se trata de seguir caminando, evitando en plazas y canciones, una recaída de pasión improbable. 

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