lunes, octubre 31, 2016

LXIV

    Entonces le salí al juego con fuerzas renovadas, la primer decisión trascendente que tomé con total determinación fue dejar de lado todas las cosas que estaban restando, deteniendo o retrasando mi progreso emocional, lo primero en salir de mi inventario de gasto energético fue la relación con V, lamento si usted lector se queda con las ganas de seguir leyendo sobre eso, pero por mi propio bienestar y en una muestra inequívoca de un pequeño avance hacia la meta de amarme y cuidarme a mi mismo, serán estas las últimas palabras que de ella escriba en este libro. Después dejé las cosas menos adictivas, pero, que sin embargo sentía que definitivamente me estaban deteniendo: el alcohol y la marihuana, hierba que consumía de forma habitual desde los 13 años y cuyo efecto, sabor y aroma en verdad adoraba. Fue la primera vez en la vida que me propuse abandonar y con los días descubrí que era mucho más llevadero de lo que creía, mís amigos seguían consumiendo al rededor mío y estaba bien, un simple no y la vida seguía sin mayor contratiempo. 
   Tenía que cambiar todo para cambiar algo. El trabajo me estaba ocupando la mente de manera aceptable y ayudaba mucho a gastar mis energías en algo por fuera de mi autodestrucción. La lucidez que experimenté a raíz de esto fue muy interesante y me sentía bien, concentrado, enérgico y dispuesto a cambiar la pisada a toda costa. Tomé acción. 
   El ensayo del martes se dio con abundante lluvia y llegué, creo que por primera vez, pasada la hora de la convocatoria. Hicimos una pasada del espectáculo casi entero y la reacción física y emocional de mi ser fue totalmente inesperada, mucho más intensa, purgatoria y removedora de lo que había sido nunca. Los dos enganches que me tocaba hacer salieron muchísimo más limpios y efectivos, amén de las múltiples felicitaciones y del total apoyo recibido, esta vez me sentía más confiado y me arrojé sobre el texto con gran suceso. Sin embargo la retirada fue el momento en el que más sentí la diferencia. Parecía que la última vez que la cantamos, el viernes anterior en el Piropo, había sucedido siglos atrás y la emoción que arrastraba nuestro repertorio, fue entonces sencillamente superior. 
  Cuando terminó la pasada yo estaba empapado en sudor. La entrega fue total y sin reservas. Mis compañeros también dejaron la vida misma y cantaron de corazón, de tripas y todos bailamos como poseídos por la entidad carnavalesca última. Éramos una murga, con todas las letras.
    El jueves fue mi cumpleaños número 32, hubo un viento impresionante y yo me desperté en la casa de Gabriel, muy temprano en la mañana. Me desperté con los pies destapados y con bastante frío, tuve el impulso de taparmelos y seguir durmiendo pero era imposible, un largo y laborioso día me aguardaba entre el rugido enloquecedor y los centenares de ramas que tapizaban la ciudad entre el gris salvaje y las altas olas que mordían la bahía con furia impersonal. Preparamos el desayuno con mi hermano pero yo me tuve que limitar a tomar café solamente ya que a las 8:00 debía concurrir a una clínica en la Unión dónde me harían el carnet de salud y el examen de VIH. Ambos requisitos excluyentes para aplicar al trabajo que mi padrino me había facilitado. El ejército. Si bien tanto Hemingway como Orwell sirvieron, yo no me hallaba del todo feliz por hacer el ingreso en la fuerza, pero consideraba menester comenzar con una rutina fuerte cuanto antes y esa fue la primer puerta que se me abrió, de modo que me dispuse a atravesarla con el estómago hecho nudos y la firme determinación de cambiar definitivamente la pisada de mi vida. 
    El desafío era en verdad importante para mí ya que toda la vida me consideré en la las antípodas de cualquier tipo de régimen autoritario, pero ahí estaba a las puertas casi del centro de reclutamiento. 
    Para el sábado ya había pasado u a semana entera del colapso nervioso y me sentía increíblemente repuesto, pronto para saltar hacia delante y con montones de planes a futuro. Desperté en la casa de mi primo cerca de las 9:30 de la mañana y el día luminoso y de gran color primaveral se mostraba casi calcado al de la semana anterior cuando alcancé em fondo de los fondos, de todas maneras la diferencia de mi persona entre in sábado y otro era abismal. Como venía con unos pesos en el bolsillo cuando Manu se fue a clases de salsa yo abordé el mismo bus que ella y ella se bajó en el centro y yo en el destino. Me di un suculentoo almuerzo en McDonald's y después escribí un rato largo sentado en un banco de la plaza Matriz que no era el mío.
    Para las 4 de la tarde ya estaba en otro punto de la ciudad, Colorado y Cufré. Era el cumpleaños de Sol. El Cabeza estaba con su enamorada, Mati, la Maga, el Negro, Juan y yo cerrabamos la comitiva de la Ternera. Habría otras 30 personas en la fiesta que se realizó en la vereda y en el patio frontal de la casa de las gurisas. Llegué en el cenit de mi lucidez, varios de los convidados ostentaban ya un prodigioso estado de ebriedad.
    En la vereda lo que yo necesitaba, 4 tambores, otros 3 cuerpos de percusión menor, un ampli con un bajo enchufado y reduciendo sobre uno de los sillones que la Maga había dispuso frente al muro de su casa: la bella guitarra electroacústica negra del Mati conectada a otro equipo con una rústica distorsión overdrive. Me hice con el instrumento y cada uno en sus posiciones hicimos una zapada de candombe que alucinó a los presentes que bailaban maravillados al son del toque del cordón. La música se prolongó por unos 25 tal vez 30 minutos. Luego el flaco pelado muy virtuoso con el bajo lanzó una tabla de cumbia y los percusionistss se lanzaron en grupo a seguirlo y atrás de ellos, yo con la guitarra en un destape de antología que está vez sí, duró cerca de unos 50 minutos. Durante ese lapso los invitados eran verdaderos esclavos del ritmo. Alguien subió el volumen de mi guitarra y el del bajo y los tambores redoblaron la fuerza y más gente se arrimó y gente salía por las ventanas y el Cabecita, sentado frente a mi me miraba con un cariño y una inocente admiración que me llenaron de amor el alma. Instalado fuerte en la zona, en ningún momento me detuve y me sentí totalmente surcado por la ola de la extensa improvisación. 
    Después, fuimos con el Cabe y con Juan a buscar bizcochos a una panadería em la calle Itapebí, en el camino juan nos contaba como venía llevando su proceso de rehabilitación y limpieza de su organismo por el cual debió abandonar la murga. Al volver, a punto del ocaso, la fiesta seguía con ánimos renovados y a la media hora se armó otra cantarola preciosa, esta vez dentro del patio mismo de la casa de las gurisas. Salieron salsas y candombes que todos bailaban y cantaba, era raro estar en semejante fiesta y no tomar una sola copa de vino ni una jarra de cerveza helada, tampoco fumar porro. Me sentía espléndido pero noté muy a mi pesar que de haber querido encarar a una de las tantas amigas bellas de Sol y la Maga, no hubiese conseguido encontrar en toda aquella sobriedad una sola línea de acercamiento. No importó, me bastaba con socializar con mis amigos, tomar mate y cantar un par con la barra.
     A las 21, Sol tomó la guitarra y cantó unos cuantos temas, yo la acompañé cantando sentado a su lado con buen ánimo. En determinado momento comenzó a arpegiear los acordes de una canción que yo conocía muy bien y empezó a cantar: "como fue que pasó.... " en ese momento sentí como una puñalada del universo se metía fría y despiadada entre mis costillas. Me paré tan rápido como pude y tomé mis pertenencias del hall y con un amplio y abarcativo saludo me fui de ahí a toda prisa. Caminando por la calle Colorado mi corazón se sentía como una naranja en un exprimidor, no pude retener un par de sollozos y gemidos que me perforaban por dentro y apuré el paso hacia la noche del sábado. Faltaba más tiempo para comenzar a sanar, pero allí iba, aún determinado y decidido aunque malherido y sensible hasta por demás.

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