lunes, octubre 03, 2016

LIV

 Con Octubre volvía la Ternera a los festivales, esta vez los anfitriones eran los Eternos Delirantes y hacían su evento en la sede sindical Foemya, donde ensayaba la Falta y Resto. La grilla era interesante, la compartíamos con la Samsamsam, murga a la que tras conocer algunos de sus componentes en el encuentro de Referentes, le tomamos un gran cariño, tocaba Cachalote que con su rock dieron al medio del festival, un aire de distorsión y bajo-bateria que sumó muchísimo. El Limón Fraterno en una noche encendida cantó también de forma admirable. Los Demonios de corbata, que darían prueba de admisión para mayor, La Fugada, De la Galera y una banda llamada los Salados cerraba el programa cerca de las 2:30 am. 
     Fui caminando desde Rodó hasta Agraciada, unas 25 cuadras, tal vez 30. Al ir llegando fui testigo de una violenta riña callejera. Una vez en la puerta del festival me di cuenta que fui el primero de mi murga en llegar. No tenía más hojillas asi que aproveche a fraternizar con un joven que armaba tabaco justo en la puerta. Fumé, el ambiente en avenida Agraciada permanecía tenso y algunos personajes de aspecto tenebroso se bamboleaban en la vereda de enfrente. Se escuchaban sus vociferaciones  mezcladas con risas y otros sonidos guturales. Se me hizo relativamente agradable la espera ya que me incluí con suceso en el grupo de una banda musical que esperaba para actuar en el festival. El Negro Andrade, redoblante y socio fundador de Se Mamó la Ternera fue el segundo en el llegar, lo divisé en su bici pasar de largo frente a la entrada y doblar por Fraga hacía la parte de la proa donde nace la calle Arequita, rumbo a la puerta de la casa del Masi. Crucé trotando la calle y con un silbido lo llamé, se dio vuelta y nos saludamos. Me contó que se demoró porque quisieron robarle la casa. Sí. Según contaba le habían roto la puerta delantera de su casa en Cerro Largo y República a patadas limpias pero no lograron ingresar pues fueron disuadidos por algunos vecinos que llamaron a la policía. 
    No pasaron 10 minutos entre que mi compañero me hacía este relato y que el grupo a pleno de la murga se hallase reunido en la esquina del festival para calentar las gargantas. El repertorio nuevo para los festivales sería la presentación, canción de la ensalada y la retirada desde la parte de Flight. Por primera vez ante un público externo íbamos a cantarla con su bajada y todo. La expectativa reinaba así como la manija pero por sobre todo la alegría, el limpio disfrute del cuerpo, de la emisión, de la comunión de las voces y las almas en un acto artístico frontal, abiertamente popular y tan tradicional y ancestral como lo es la murga. Hicimos las tres canciones en la vereda para entrar en tono y salió con muchísimo entusiasmo y contundencia. Mi amiga Vanesa que hacía tiempo no concurría más a los ensayos escuchó de afuera la retirada y nos dijo que le gustó muchísimo, está que explota fue su expresión. 
     Momentos después nos invitaron a subir. El pequeño teatro a cielo abierto albergaría unas 120 personas a lo sumo pero adentro cabían bastantes más y sin estar lleno, habría unas 40 más. Hicimos una canción fuera del repertorio para probar los micrófonos, vista en retrospectiva no fue una buena decisión pero la audiencia se mostró complacida. Después de eso nos presentó Camilo y ahí sí la Ternera se lanzó de lleno a cantar su presentación. Al momento de ejecutar mi solo me invadió una alegre tranquilidad sumada a una concentración absoluta que tubo como resultado una ejecución correcta y sentida tras la cual el resto de la murga sonó pareja y con fuerza. Desde arriba los rostros del público ofrecían ojos brillantes que delataban total atención. Seguidamente cantamos la canción de la ensalada. Una canción introductoria a la temática del espectáculo en la que valiéndose de varios singles publicitarios bien conocidos, la murga iba presentando a sus componentes y les otorgaba a cada uno una etiqueta diferente, la gente río y aplaudió y se aflojó y pasó muy bien. Estábamos entreteniendo. Esa era la meta última del colectivo artístico y por el momento la estábamos cumpliendo. En e proceso se gozaba inmensamente. Luego el momento culmine, de mayor expectativa para el grupo: la retirada. Un fragmento de ella en realidad. Comenzabamos desde la mitad final, el director daba la cuenta y el redoblante llamaba la entrada de la murga, sin embargo muchos compañeros entraron tras la cuenta, sin respetar el llamado y esto ocasionó un breve desajuste que el grupo pudo re empastar por fortuna al siguiente compás. Es de orden decir que inmediatamente después de eso la retirada era una locomotora y que la gente vibró junto con nosotros a cada nota. El llamado final del bombo para dar inicio a la bajada fue un aporte de último momento de Esteban que le daba al tramo final del repertorio un inicio polentoso y casi de corte combativo y tribal. Una canción de amor a la luna y al carnaval, de la alegría de ser la voz del pueblo y de una leve oscuridad danzante que con misticos contracantos daba paso a un cierre en un acorde sólido y uniforme. Hubo un malentendido entre algunos compañeros que se olvidaron del procedimiento de bajada y remataron la canción sobre las tablas mientras otros nos disponíamos a dar la vuelta para bajar. Resultado: cerramos sobre el escenario y bajamos entre aplausos abundantes pero sin cantar y la reacción del director, un enojo amargo y profundo al percibir que el grupo carecía de la picardía necesaria para no incurrir en tales errores. Puede decirse que mi primo fue el único que no se fue del Foemya totalmente feliz, de hecho según sus propias palabras se fue de ahí "tapado de odio" 
   Fuera de esto pudimos sentir el calor de los presentes y cometer los errores que fuesen necesarios para llegar al 23 de noviembre habiendo ya gastado el mayor número posible. El balance fue positivo, las repercusiones de amigos y allegados aseguraban que la murga gustó y eso valía mucho al fin de cuentas. 
   Prosiguió la grilla dando paso al Limón Fraterno, que casualmente también tocó después de nosotros en aquel ensayo abierto en las Duranas. Luego otra banda, los Salados, haciendo una música de pachanga y fiesta que puso a los ahora sí mayormente ebrios concurrentes, en un estado de exaltación total. Varios covers de los Decadentes fueron su punto más alto hasta que comenzó el último tema cuyo estribillo radicalmente fiestero, se cantó una y otra vez sumándose la gente de forma masiva y generando bailes y demás. En un momento a mitad de Vení Raquel se arma un trencito, me subí a él y marche con los otro vagones de la juerga por todo el recinto atiborrado de enardecido público. Cuando bajé y volví al grupo me percaté que había perdido el tabaco, un golpe durísimo para mi más que precaria situación económica. Sin embargo el ambiente festivo era tan pujante que me alivió por el momento. Cuando los Salados terminan su bis, la barra pidió otro. Los músicos muy complacidos por la energía de la noche convocaron de entre el público a aquel que quisiera subirse a ayudar, subió un redoblante y un bombo de murga y el cantante pidió un primo que se animase a subir al escenario. Mis compañeros me miraron y quisieron insistir con que me subiera, no los dejé ya que antes de formular su primer petición yo ya estaba arriba del escenario dispuesto a cantar junto a la banda el estribillo que reclamaba que siga la fiesta. Abajo el centenar de personas bailaban y coreaban la canción con ánimo e insistencia. Se extendió la canción por unos 6 minutos de los cuales 4 se fueron en repeticiones del pegadizo estribo.
     Cuando bajé mis compañeros me felicitaron, muertos de risa y ya bastante entrados en copas. Marcelo, Sol, el Mati y el Negro bebían cerveza y fernet a un ritmo desaforado y hablaban y se reían mientras la fiesta se trasladaba al interior del Foemya. En minutos la organización se encargó de levantar el escenario y de hacer el baile puertas adentro. Alas 3 ya no quedaba nadie en el bello patio, sin embargo el interior estaba hacinado por una multitud danzante que se retorcía de gusto a pura plena. Yo bailé, bailé y bailé más aún, más allá del punto en que me dolían los músculos de las piernas, más allá del punto en que comenzaron a dolerme seriamente las nalgas. Cabeza y Maru estaban mimosos y bailaban y sonreían y chuponeaban bajo las luces de colores. 
     En ese momento comencé a percatarme de los efectos resultantes de la ingesta continuada de alcohol. Fui a mear y me paré en el patio casi vacío que hacía las veces de gran sala para fumadores. A mi costado un pibe armaba un tabaco. Lo había visto un rato antes en la puerta cantado junto a David, el sobreprimo de las Cabras al que paré a saludar. Le pedí un tabaco y me lo convidó, mientras armaba le conté que perdí el mío durante el frenesí del trencito. Vos perdiste un paquete de tabaco en el trencito me preguntó. Ya te lo consigo, dijo y se dio media vuelta. Volvió a los 2 minutos con mi paquete de tabaco en la mano, lo festejé como un gol de Suárez en un mundial. Le agradecí al muchacho con efusión y mis compañeros que recién se habían sumado al aire libre de patio, también celebraron y Marcelo, muy contento me dijo: bien!! Ahora convidame uno. Eso hice y después de fumar cayó Mati con dos latas gigantes de cerveza helada. Volvimos adentro y con la alegría renovada seguimos bailando. Hoy canta y baila la Ternera decíamos unos y otros mientras el grupo en su tradicional ronda movía los piecitos sin descanso. 
     Creo que me acalambré y volví a salir, esta vez a la puerta sobre avenida Agraciada, armé uno de mis propios tabacos y lo fumé pensando en V. Serían ya las 5 de la madrugada cuando pensaba tanto en su boca, su abrazo y me dejaba arrastrar a los confines de su ausencia mientras veía el humo de mi pecho  emanar y deshacerse en la vereda bajo el primer resplandor del alba. 

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