viernes, agosto 12, 2016

XXXII

  pero ahora pasaron dos meses desde la última noche con V y el invierno de aquel viernes era un espejismo de la primavera. Hasta ahora no logré sacarmela de la cabeza, del corazón y convaleciente por su ausencia decidí escribirle un sentido mensaje dónde le recordaba que la amaba aún y que en los últimos 60 días no había logrado superar el certero golpe de su retirada. Me costaba creerlo, asumir que no volvería a ababrazarla. Es que fueron tantas las falsas despedidas, que está última y al parecer definitiva, no terminaba de cuajar en mi alma. Padecía una brutal abstinencia de la dura falopa de su mirada, del olor de su cuello, pero su abrazo... La falta de su abrazo era lo que más erosionaba la escaza estabilidad de mis emociones. Verdaderamente ya no sabía que más hacer para que me hablara,  leyó el mensaje que le puse en Facebook casi de inmediato,  pero no respondió y eso me aniliquilaba irreversiblemente. La desesperación comenzaba a tornarse una masa abrasiva y fulminante que me recorría y me enredada en ahogos y suspiros e. cíclica procesión. Tanta era la carga emocional que tenía que en verdad ya dudaba profundamente de mis propios móviles y no hallaba en el mundo un argumento que avalara mi desesperado deseo. No estaba seguro de querer volver a estar con ella, tenía pánico a volver a sentir el desamparo de su alejamiento y sin embargo hubiese hecho cualquier cosa con tal de tenerla en mis brazos,  dejarla entrar en mis ojos,  tomar su mano en la madrugada y cantar murgas a su lado en la secreta intimidad de un vino y uno de sus cigarrillos Nevada. Se esfumaba todo rastro de certeza y no podía detener el impulso suicida de invitarla esta noche al festival en Requena y Amezaga dónde iba a cantar ese mismo viernes con la murga,  ese 12, a la 1 am. Me complacía imaginaria entre el público y a la vez me moría de angustia al saber que no, que nunca más estaría a mi lado. De a ratos pensaba que era la mejor situación. Que de este modo estaba yo libre para desarrollar la seducción a mis anchas y tenía  la convicción de resultar exitoso, pero simple y llanamente no quería. Mi caprichoso corazón anhelaba su roce, su voz en mi cara, el salvaje bambolear de sus pechos desnudos sobre mi, la desesperada diatriba de su enojo al montarme como a un viejo caballo indomable,  necesitaba su aprobación y esto haría mi orgullo más allá de cualquier antecedente. La esperaba... Día y noche,  dos meses sin tregua y sin esperanza. Dos meses sin nada y aún la queria igual o más que el día 0

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