sábado, marzo 14, 2009

Crónicas desiertas # pst 9 - Desfile

La sangre iba y venía lentamente por su cuerpo, la respiración era ligera y entrecortada por los múltiples dolores, la vida estaba ahí, segura pero resbaladiza para la mano de un Xavier que en éstos momentos se maneja con lo poco que le queda de integridad. Por momentos que no sabe si son cortos o largos los laberintos de horas por los que transita casi a ciegas, siente que el tiempo es una sustancia viscosa que envuelve toda la sala y que él es el corazón-reloj de esa aguaviva gigante que se arrastra sin emitir sonido alguno por las paredes de lo que a Xavier se le antoja como una sala de hospital militar exclusivo. Él, desde su tan precaria condición presume que está ahí, al menos cree que le correspondería la atención medica secreta y segura que le garantizaba la asociación a los jóvenes valientes que como Xavier se ponen en medio de las balas y ponen las balas en medio de los enemigos, con la simple y gloriosa finalidad de servirle a la patria carajo, qué más honor. La plata, por supuesto, era mayor honor que la patria para el joven Xavier quien siempre se ha considerado y se considerará a si mismo como un despatriado, que no tiene otra patria que la muerte, de la cual es un momentáneo exiliado. Pero ahora parece que no, que si bien habría estado bastante jodido (deduce esto por la nula respuesta de sus músculos que adjudica a un prolongado reposo). La noche de paños fríos pasa como una locomotora lenta sobre el mar de la quietud que se esparce al rededor de Xavier postrado en la cama, su conciencia es endeble y parpadea teniendo incluso intervalos de días, entre una y otra atención al mundo de las cosas cotidianas, mundo al que por obligación desatiende tanto como puede. De todas formas sabía que no se iba a morir en ese momento, sabía que iba a zafar. Ya una vez, antes, en el Brasil había sido baleado por un comando de una de las favelas de Río. Esa tarde, intentaba negociar un alto al fuego en medio de una sangrienta guerra de bandas en una reunión de líderes a la que estaba prohibido ir con armas de fuego. El penoso incidente tuvo lugar también durante una emboscada, en la que una tercera fuerza pensó que aquel era el momento ideal de deshacerse de sus más caros enemigos y decidió asaltar por sorpresa el gimnasio donde se reunían los "diplomáticos" de ambos bandos. Fue la última vez que Xavier asistió un evento totalmente desarmado, aprendió duramente la lección cuando las AK-47 abrieron fuego sobre los presentes. Xavier fue encontrado apenas con vida a la noche siguiente cuando los familiares de los difuntos hurgaban las bolsas negras que habían dejado los asesinos en un lugar por fuera de su jurisdicción, fue el único que se salvó, tenía solo 17 años, pero ya era todo un experto en las finas y mortales artes de la guerra. Aquella vez había permanecido más de un mes en cama en un estado muy similar al que se encontraba ahora, sanando de varios impactos de proyectil de gran calibre.
En su mente todo es una masa sin pies ni cabeza, las escenas de su vida se van mezclando en su memoria sin seguir un orden especifico. Todo parece ser lo mismo. Es entonces, en un momento indefinido durante el amanecer de otro día inmóvil, que Xavier se da cuenta, con lo que queda de su conciencia, que no ha podido identificar a nadie más dentro de la sala durante los incontables días que se encuentra callado y casi inmóvil en una cama confortable, conectado a una gran variedad de aparatos médicos. Sin embargo no estaba solo, no, pero no podía determinar a ciencia cierta quien lo acompañaba. Aveces escuchaba voces, voces familiares y de apoyo que sonaban como una luz en los lapsos que se hundían entre la oscuridad y el ensueño. No estaba solo, pero quién estaba... mastica lentamente ésta idea hasta que vuelve a dormirse, envuelto en una penumbra silenciosa y que lo hacía pensar en un lugar muy lejano a la ciudad donde hacía casi un año ya, se desataba una guerrilla interna, silenciosa y terriblemente sangrienta en la que él era uno de los principales protagonistas... al menos podía sentir eso, el peso de todas las muertes que había sembrado hasta el momento, la hinchazón que produce el orgullo de saberse el mejor de su especie y sobre todo el orgullo inefable de no haber muerto... todavía.

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