sábado, septiembre 03, 2016

XL

      Un resplandor tibio que se debatía entre dos filos de cristal. El vuelo de un escarabajo que se esfuma por falta de práctica. Su mano dejaba la mía de a ratos, después de haber tenido dos noches seguidas en las que sufrimos una apertura desmedida, después de embriagarnos y cantar Charly García y Somebody that I used to know y The bottom line y Creo de Fito, en las alas fangosas y deliciosas de un vino chileno más exquisito de lo que jamás haya probado en mi vida, hicimos nuestra la noche. Hicimos la noche. Dos noches que fueron como una sola, por su intensidad, por su sintonía casi exacta, por su frenesí untado por los cariños reprimidos de dos amantes separados por distintas dimensiones.  Después que hizo de comer unos foratti con tuco tan ricos, tan profundamente reales y cargados de un amor retráctil pero con total capacidad para degollar, que mientras los comía, mi cabeza se diluía en los vapores de una imaginación fantástica y sobrecogedora. Sentíamos las imbatibles ganas de que todo aquello no terminase. El sexo tan desesperadamente armónico, tan totalmente recreativo, tan divertido. Todo su cuerpo vibraba y se aproximaba a las lágrimas. El sordo estertor de su hueso sacro, la tremenda conjunción de todos nuestros perfumes por aquel revoltijo de cuerpos que parecían luz y rodaban por la cama, entre palabras irreproducibles y ladridos y chillidos y resoplidos y un castañetear de dientes, sudor del invierno con la veladora encendida para poder ver los latigazos del goce, las lamidas y mordidas, la carne cediendo ante la fuerza dejando huellas que son ahora moretones, lanzando zarpazos que son ahora leves cicatrices en mi antebrazo y en mi esternón. Ella besando las heridas, ella con su cabello perfectamente ondulado, exhalando un místico vapor malsano aunque hondamente curativo, mordiendo las sábanas, despachando las almohadas por la borda de su somier hacia las desconocidas profundidades del suelo de su habitación. Después de las dos mañanas grises, últimas de agosto que vivimos como si fuésemos una pareja consumada hace años, después de besarnos y confesarnos amor, después de tantos abrazos, hondos como abismos, después de mirarnos con una promesa informulada de decirnos más que sí, después de todo aquel oleaje de éxtasis y sin decir palabra, la cosa se aplacó, bajó, se retrajo a su mínima expresión y apenas si intercambiamos uno o dos mensajes por Facebook, donde seguíamos sin ser amigos. Nada.. Espera como cuando la noche mira a una araña hacer su labor, le extendí la invitación a la casa de colón para compartir juntos un fin de semana de soledad ya que mi familia no estaría presente, pero no aceptó, declinó a la ocasión de compartir el fuego de la estufa a leña en esta casa, donde solo el hecho de imaginarla presente se vuelve un instantáneo remolino en mi pecho, alegando que necesitaba estar en su barrio durante el fin de semana, así que desistí a más. 
      Era posible, según me imaginaba bajo el influjo de temerosas teorías conspirativas, que V tuviese una amiga que la desestimulase a intentar prosperar en nuestra relación. Imaginaba esto, porque pude percibir en esta instancia y vagamente en instancias anteriores, que luego de juntarse con ella, V volvía con una actitud cambiada hacia mí y dejaba, donde días atrás hubo un sincero y temeroso "te amo", un silencio intrigante y prolongado, por el que yo nadaba mordiéndome los labios. Cambiaba su estrategia sin previo anuncio y ponía en donde estaban sus ojos, unos puntos suspensivos que me hacían poner por demás ansioso, consternado y sospechoso. Me estaba dando la eternidad de su desdén, las horas equilibristas en las que no decía palabra alguna, después de tantas palabras, después de tantos silencios cargados de significado por los que transitamos tomados de la mano, apenas una semana atrás, después de la vasta extensión de sus piernas, estaba este antojo de niebla, este sábado en el que no hablé más que conmigo mismo y donde no encontraba respuesta para la pregunta que ensombrecía mis cavilaciones al borde mismo de la madrugada. 
       Resonaban por los laberintos de mi oído, sus palabras en la cama, después del amor, cuando todo fue lecho de nubes y vendaval de hormonas del vinculo flotando en la noche: Si tuvieses un trabajo, seríamos pareja hace 8 meses. Jaque Mate, de nuevo. Ese argumento era la dislocación total de mi intensa fijación en un camino para los dos, era cierto, me estaba costando tremendamente poder reformular ese aspecto de mi vida y cada día estaba más convencido del hecho de que este particular era un asunto que requería la más pronta solución, de lo contrario, este y todos los demás escasos intereses que apremiaban a mi espiritu, se verían irremediablemente comprometidos. Era hora de salir a conquistar ese resistente y tenaz cantón, en la provincia de mi ser. Aniquilar a las entidades del ocio que proclamaban la más grotesca aversión hacia el sistema preestablecido y gobernar mis actos para hacerlos funcionales a lo que me era tan caro y necesario.
       Mientras tanto, entre los ladridos devoradores de la noche, yo seguía acostado en el sillón, combatiendo al silencio de las dos de la mañana, con el teclear frenético de la computadora de mi padre y la soledad empañada por el fantasma de saber que ella pudo haber estado aquí y que esta friolera del silencio, pudo haber tenido la sustancia reparadora de su piel sobre la mía y el bálsamo indescriptible de sus besos en catarata sobre la necedad de mis labios.  

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