sábado, septiembre 24, 2016

XLVIII

   Después de las intensas lluvias, vino el viento, un viento siniestro, ominoso, y aterrador que oscureció el día, amenazando con voltearlo del revés. Había ensayo, era martes y no era momento para inasistencias ya que el grupo venía en un punto bisagra de su desarrollo y de su proceso de apronte para el cada vez más próximo encuentro de murga Joven. Antes de salir, me di una ducha bien caliente, tras la cual las ganas de aventurarme al hostil paisaje afuera, eran todavía menores. Armé un cigarrillo y lo fumé en el sillón. 
     Papá estuvo en el cuarto casi todo el día, no se sentía bien. Durante la noche anterior lo había asaltado un vómito mientras dormía, se atoró, se ahogó pero afortunadamente logró despertarse y acabar de vomitar en el baño. Ese incidente le ocasionó gran malestar y un poco de miedo también. De todos modos, durante aquel martes permanecí en la casa junto a él hasta las 19:40 cuando partí para el Recoveco. 
     Salí a la calle a riesgo de verme lanzado en una de las violentas rachas que por entonces soplaban furibundos. En lugar de ir a la terminal, la cautela me indicó tomar un camino más corto para tomar el 526 pero desde donde parte, sobre un costado del complejo América. 
     A las 20:20 estaba ya en el recoveco y la vereda de la cale Garibaldi se hallaba repleta de ramas que debido al viento, se desprendieron de los altos árboles que bordean la calle. En verdad tenía muy pocas expectativas de concurrencia, sin embargo a las 21 estábamos casi todos, faltaban solo dos componentes. Ese martes, puedo decir que comenzó la recta final de los preparativos para el concurso. 
     A penas pasadas las 23 horas la murga dejó el Recoveco para tomar una cortita en el Piropo.  Cuando íbamos llegando a la esquina, Picofino estaba cerrando las persianas del bar y la Maga cantó con estruendosa voz, aquella frase "te cerraré la puerta en la cara, te cerraré la puerta para que aprendas, a lo que el bajito y agradable cantinero respondió con un amable saludo y una invitación a meternos para adentro. No se van a quedar acá afuera chiquilines, dijo, metansé y fuman adentro, no rompan las pelotas. Tal cual, era un viento muy fuerte y aterrador el que soplaba en la noche montevideana. 
   Me senté a escribir esto en una banca frente al comando del ejército, donde una vez, hace ya más de 5 años, me había sentado con L a conversar la posibilidad de vivir juntos. 
    Cuando estábamos por ingresar al bar que nos invitaba a ponernos al resguardo de la impresionante ventolera, voló desde una de las azoteas, la tapa de dolmenir de un tanque de agua, el gigante objeto se estrelló contra la vereda a unos escasos 10 o 15 metros de donde estábamos parados, nos asustamos. La Maga a mi lado saltó y gritó como un gemido apagado de repentino pánico. Todos pensamos que la tapa había caído sobre el auto del Cabeza, pero no fue así. Cuando el propietario se aproximó para corroborar esto, el Cabe exclamó con alivio: ay tatita! Le cayó al lado. Era cierto, el impacto tuvo lugar a unos increíbles 40 centímetros del espolón del Citroën. 
    Entramos al Piropo y tomamos un para para relajarnos, le pedí a Sol que me compartiera datos para chequear el horario del ómnibus a Colón, lo hizo y apenas conectó me cayo al messenger un mensaje de mi padre, decía: no vengas tarde que mañana me tenes que ir a buscar los remedios. El 526 pasaba frente al bar a las 0:25, de modo que a la 1:10 estaba yo llegando a la casa, estremecido por la furia del viento que no amainó. 
    El despertador hizo su malicioso truco a las 8 y media de la mañana, desperté en el sillón, tapado con 2 acolchados,  y el viento, rompe bolas e insistente, seguía rugiendo. Salí, con la estúpida campera sin cierre, fui hasta la terminal y me tome un bus a casa de mi padrino, quien le iba a prestar a mi padre, dinero para comprar los medicamentos de la presión y antiacidos. 
     Todo se desató cuando una vez en el bus, ya casi llegando a sayago, me percaté que había olvidado las recetas en la mesa de la casa. Tenía el dinero más que justo para un solo bus, asi que tome la decisión de continuar en el bus, levanté la plata en lo de mi padrino y volví a Colón, por supuesto puteando como un enfermo.
    El clamor de los vientos persistía haciéndome sentir un frío espeluznante, temblaba. Temblaba y puteaba mientras volvía sobre mis pasos a buscar las condenadas recetas.
      Finalmente entré a la casa, por la ventana vi a mi padre lavando la cocina con una camiseta amarilla de cuello. Tomé las recetas y me disponía a volver a salir cuando en son de broma le pregunté al viejo por qué no me había hecho acordar cuando al levantarme, nos cruzamos previamente a mi salida.
- Me estas hablando enserio?- preguntó con un tono que revelaba el profundo enojo que estaba sintiendo.
- No, era joda... Me re olvidé. Ya voy saliendo. 
-Idiota! Imbécil! - profirió el, desatando su ira contenida sobre mí.
     No puedo describir con exactitud cuál fue el sentimiento que me invadió entonces, solo decir que sentí que algo adentro de mí reaccionó ante aquellas palabras como una represa dinamitada de forma imprevista. Un manantial salvaje de violencia, agresividad y locura me asaltó por completo. Yo no era un idiota, no era un imbécil, son embargo durante mi crianza mi padre me lo repitió tanto, generalmente acompañado por dosis inapropiadas de agresividad que llegué a creerlo.
     Me fui sobre el a gritarle, mi voz emanaba rasposa e iracunda, con un volumen exagerado, rugí. No recuerdo con exactitud cuales fueron mis palabras.
- Me a pegar? - Dijo el viejo, visiblemente atónito por mi sublevación repentina. Nos empujados mutuamente mientras los gritos se hacían aún más intensos que el viento que reventaba. Siguió insultandome, con aquellas palabras que tanto habían hecho mella en mí durante todo mi desarrollo y que en ese momento, en medio de la furia enloquecida que me reclamaba, creí comprender cuánto de lo que yo era en ese entonces respondía a ese relagionamiento inclemente.
    Absolutamente sacado, poseído por la rebelión escandalosa de mi más íntima.a oscuridad, lo tomé de cuello con una fuerza despiadada mientras que con mi puño derecho levantado a la altura de mi oreja, media su nariz para rompersela, quería verlo sangrar, quería devolverle algunas de las que me había dado el de chico, cuándo el se po ia furioso porque yo no entendía matemáticas, porque faltaba al liceo, porque fumaba porro, porque nunca fui lo que el deseaba. Quise partirle los dientes, golpearlo hasta adormecer su conciencia, hasta borrar de mi alma los "burro" los "inútil", "inservible" y sobre todo los "idiota" que tan ingenuamente llegué a tomar como ciertos durante 31 años de mi vida. Miré sus ojos viejos con una desorbitada vehemencia, era yo una especie de entidad redentora de la violencia que me habían infligido, cuya lenguaje primordial, era esa misma violencia. Mientras lo tomaba del cuello y me debatía entre pegarle o no, lo empujé con fuerza sobrehumana contra el lavarropas, el intentaba liberarse de mi tenaz fijación y yo veía en sus ojos el serio temor hacia mi puño alzado que lo medía. Finalmente desisití, no podía pegarle. No obstante lejos de hallarme más calmado, mi imposibilidad de darle una, se transformó en un caótico remolino, lo empujé por el cuello hacia atrás y emprendí a puños y patadas sobre todo el mobiliario de la cocina, en 3 segundos di vuelta todo. En una atiné a tirarle encima el alto mueble dónde guardabamos los platos y los vasos, con sorprendentes reflejos, el viejo atinó a atajarlo e impedir que se desmoronase sobre el. Qué haces mongolico, exclamaba el, voy a romper todo, la concha de tu madre, aullaba yo. Le di una patada demencial a una garrafa de 13kg vacía que me ocasionó una lesión dolorosa en el dedo gordo. La vociferante locura me llegó a la parte del cerebro dónde está el habla y emprendí un eufórico monólogo de alaridos.
- Nos enloqueciste a los cuatro - dije en referencia a mis tres hermanas menores, hijas de él. Era cierto, los cuatro padecíamos cuadros de alguna afectación psicológica, sobre todo trastornos de la ansiedad y depresión. 
     Y creo que hasta ahí es prudente que cuente sobre aquellos diálogos tan oscuros y gritados que acontecieron ese día de intenso viento gris, ya que ahondar en ellos sería tan solo para satisfacer el morbo del lector y en este caso prefiero no.
     Mi padre evidentemente me echó de la casa, la destrucción voraz del viento se había logrado meter puertas adentro y voltear los frágiles árboles de nuestra precaria convivencia, en un desbarajuste tan monstruo que su sola imaginación me hubiese parecido antes , el producto de una reprimida fantasía inconsciente, que tanto tiempo tomó en mí la máscara de una grotesca negación.
    Me fui llorando de angustia. De rabia y un poco de espanto ante las acciones realizadas. Gruñía y gemía, a la vez sentía a como una antigua y miserable opresión en mi pecho se disolvía entre el llanto de putrefacción volcada por Victoriano Álvarez rumbo a la terminal.
     Tal vez por un vicio tragicómico del propio guionista de dios, antes de alcanzar la primera esquina, en un breve intervalo del iracundo llanto, tanteé en mis bolsillos en busca del celular, lo había olvidado arriba de la mesa donde arrojé con fuerza los billetes de la medicación, las recetas y varias otras cosas que se fueron arrastradas en el huracán de mi demencial catarsis. 
    Tuve que volver a buscarlo y lo hice portazo mediante y más rabia y más locura y volví al final a la terminal, donde me senté a contemplar la devastación que se había suscitado. 
    Lo primero que atiné a hacer fue a correr a los brazos de mi hermana Carla, quien con un amor totalmente incondicional, fraternal y de una calidez en verdad más allá de lo que usualmente se cataloga como humano, me recibió y me albergó, ofreciéndome su casa, su comida y el amor de su familia para que pudiese yo salir de aquel transe tan imponente y complejo. El viento recién amainó hacia la noche, faltaban muchos hechos por sucederse aún. 

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