jueves, septiembre 22, 2016

XLVII

  Inmensa cantidad de sucesos tuvieron lugar en lo subsiguiente. Muchas conclusiones psicológicas acaecieron sobre mí, de la mano de grotescos acontecimientos que disiparon en mi interior, angustias y represiones resecas que el tiempo había dejado pudrir dentro mío. Es menester que narre acá los detalles de esta transformación y sus múltiples consecuencias, sin embargo lo haré en otro capítulo, dado no sólo su extensión sino que, los hechos y su sustancia significante, aún se encuentran decantado en mi interior, macerando en la marinada ácida de mis tripas.
    La mañana de ese sábado amanecí en la casa de V. Yo la había invitado al ensayo del viernes en el recoveco y ella no me dijo que no, solo que se iba a bañar y decidiría qué hacer, hasta me preguntó el número de puerta del local donde ejercitaba la murga. El ensayo fue muy rendidor, fueron varios amigos a vernos, inclusive S, a quien después de la fiesta de la Muñeca en el museo del carnaval, no había vuelto a ver. Como siempre, la Ternera se hacía fuerte en el recoveco y en aquella instancia no hubo excepción, puedo decir que dejamos todo para intentar complacer a la íntima concurrencia. Al terminar, la murga y sus allegados se dirigieron, cuándo no, a la esquina de Ramón del Valle y Garibaldi, donde el Piropo, con sus veredas colmadas de gente recibía a la barra con el calor y la alegría de siempre. Llegó la murga. Tomó su lugar y como una balacera, las chapitas metálicas de las botellas comenzaron a saltar en la noche del viernes. Le pedí al Cabe que me habilitara datos móviles para poder continuar las negociaciones con V. Finalmente ella me escribió diciendo que su cabeza deseaba ir, pero que el cansancio letal en su cuerpo saboteaba su deseo y finalmente se quedaría en su casa. Todavía no pude desvestirme, dijo. Cuando le ofrecí mi ayuda, ella decía que mejor me quedara con mis amigos disfrutando el bar y la hermosísima noche de septiembre, de dramática luna llena.    Por supuesto era todo una mascarada, y esa era su forma de decirme que le gustaría que estuviésemos juntos. Aunque insistía en tener mucho sueño y que de ahí a que llegase a su casa, se iba a a quedar dormida. 
    Con gran fortuna, pasó un 187 con destino ciudad vieja, que vi con el rabillo del ojo pasar de izquierda a derecha por Garibaldi. Sin pensarlo un segundo corrí tan rápido como pude y gracias a que una persona también lo abordó en esa parada, pude yo, haciendo gala de un inesperado estado físico, tomarlo también y llegar a la casa de V apenas pasadas la una de las madrugada. 
    Estaba en verdad muy muy cansada, se la veía agotada y eso que la había visto, la noche 0, viajar desde Jaiffa a Montevideo y al llegar, hacer un tour por la casa de sus familiares y parientes y en lugar de verse si quiera levemente empañada, V se veía absolutamente radiante y el recuerdo de esa noche, aún en este preciso instante logra conmover a los inertes espantapájaros de mi memoria. 
     Esta vez sí se la veía fatigada así que aprovechamos para dedicar la mutua compañía a la actividad mimosa que tan bien se nos daba, esos abrazos y caricias de compleja genialidad en la angosta intimidad de la alfombra. No tomamos vino, al menos no juntos en ese momento. Nos fuimos a la cama para nada tarde y dormimos profundamente.
    Al día siguiente, después de algunos desajustes emocionales de primera hora y tras un rico desayuno, una ducha y un espectacular polvo de reconciliación. Era el momento de irme. 
      Durante ese último polvo, disputado en un campo de inusitada intensidad, en el que verdaderamente los dos comprendimos la magnitud insondable de nuestro vínculo, durante una fase de transe en la alocada relación, ella me sujeto del brazo con mucha fuerza, creo que fue durante uno de los orgasmos que tuvo, sentí un fuerte ardor, que en ese momento solo sirvió para catapultarme a la cima de la locura y del placer metafísico que ambos soportamos.
    Me había dejado una monumental, ancha y de un color púrpura profundo, herida con la misma forma que la letra V. Seguía yo embistiendola con delicioso y hondo pulsar cuando le enseñé la herida. Ella me pidió perdón, la lamió, la besó y acarició y mirándo esa tremenda signatura , levantaba la vista a mí, con una mirada apenada que cargaba por todos lados, la convulsión doblegadora del placer. Juro por todos los dioses, antiguos y modernos que era la sensación física más limpia, más amplia, más placentera y relajante y vinculante que haya experimentado jamás. 
- La V del zorro. - Dijo ella una vez acabados y abrazados por la pampa sin sábanas de su somier. Nos reímos como niños felices un momento y luego sí, después de fumar juntos un cigarrillo, me tuve que ir. 
       Cuando salí de su casa, mi estado anímico era tan bello, tan dorado por las nubes de postal que en el cielo de la tarde, corrían a favor de los vientos, que no es exagerado decir que era prácticamente un hombre nuevo. Me sentía tan completo, tan amado, me iba por Trueba y me traía conmigo la luz de su energía vital, el perfume sin adulterar de su esencia magnífica. Baleado por el manantial de fervorosas hormonas, arremolinado por su entrega tan completa. " Y con el sol la despedida, la libertad del alma volveré a encontrar. Voy perfumando los jardines..." cantaba la Trasnochada y yo lo sentía por completo de ese mismo modo, sin la necesidad de palabras, aunque le fuera cantando al cielo de las 17:30 del sábado. Aunque que tuviese ganas de bailar en la vereda entre pelusas y los restos de ese amor imponente. 
      Por el inicio del ocaso iba yo, pateando las sucias baldosas de la calle Rodó, me había quedado totalmente ajeno al transcurrir de la vida humana y mi cuerpo se hallaba embebido en las líquidas reminiscencias se aquel amor extraordinario, sin comparación, tan intrincado y complejo que simplemente me pasaba por arriba. 
      La calle Rodó me llevó a la puerta de la casa de mi hermana, me preguntaba si estarían ahí, no había hablado con ellos desde el día anterior. Sin embargo cuando me iba aproximando a la puerta del edificio, distinguí el auto del Cabeza, estacionado en la calle.
    Toqué timbre y en un segundo bajó mi cuñado, mi amigo Juan. Me abrió con una sonrisa de genuina simpatia que delataba el consumo abundante de marihuana. Subimos y era mi primo con su novia el que guitarreaba y no el Cabeza, cuyo vehículo manejaba mi primo desde que le habían robado el auto, casi un mes atras. Pasamos una tarde espléndida a un margen del colosal ocaso que se distribuía entre los gruesos cúmulos coloridos de un celeste grisáceo. Fumamos los poderosos cogollos de mi primo en el balcón del estudio de Juan, mientras mi sobrinita se daba una sabatina dosis de Pepa Pig.    
      A la noche, mi hermana me ofreció que la acompañara a la fiesta de cumpleaños de su amigo Willy. En un principio yo pasé de ir, pero más llegada la hora, Carla hizo notar algunas ventajas comparativas que ponían la opción de asistir muy por delante de la de quedarme. Willy vivía en una especie de residencia para jóvenes que en su gran parte eran extranjeros, estudiantes en nuestro país, de modo que iba a haber una gran variedad de nacionalidades presentes y eso, sumado al hecho de que los amigos heterosexuales de Willy eran más bien pocos en comparación con la cantidad de amigas heterosexuales, sembró en mi cabeza la idea de que en verdad podría ser muy divertido asistir a la fiesta.
     Antes de partir conversábamos con mi hermana. Ella sostenía que yo no poseía la directa obligación de seducir a todas las mujeres y mucho menos ahora que mi energía amatoria estaba enfocada 100% en V. Era cierto, su observación iba en la misma línea de mis pensamientos y deseos, sin embargo esto no me impedía en lo absoluto, flirtear y coquetear con alguna joven y sensual extranjera, en el caso que hubiese alguna. Carla me dijo, así que ya sabes, vos tranquilo, no te mandes a ninguna a no ser que sea la mujer de tus sueños y sientas que si no haces nada, algo terrible va a suceder. Totalmente, repuse yo más desde la convicción propia que cualquier otra cosa. Nada iba a suceder. Si bien toda la vida me fascinó que una bella mujer me mostrara su sonrisa, una vez que hube pasado por mi segundo matrimonio, dejé de considerar al sexo casual como algo de un altísimo valor, no me atraía más la idea de voltear con una desconocida que el hecho de darme cuenta que ella estaría dispuesta a hacerlo. Para mí y por aquellos días, notar que una mujer se mostraba dispuesta a tener sexo conmigo me complacía mucho más que efectivamente llevarla a la cama. 
     Partimos a la medianoche bajo la luna demasiado cercana y en su primera fase de menguación. Caminamos del brazo con Carla, hablando de gran variedad de temas superficiales y algún que otro de mayor profundidad. En unos 15 o tal vez 20 minutos, habíamos realizado a pie las 18 o 19 cuadras que iban desde uno a otro destino. Cuando llegamos a la cuadra dónde estaba la casa, se escuchaba desde la vereda, la música y por las altas ventanas de la segunda planta se veían los rebotes de las luces robóticas por los techos. En uno de los balcones, que daba a la calle Canelones, se amontonaba un grupo de jóvenes con Willy a la cabeza, vestido con una gorra blanca de capitán de barco y un saco azul oscuro con dorados en los puños y botones también dorados. Su saludo gesticulante y vociferante era augurio de nuestra suerte. Nos aproximamos a la puerta y nos abrió la puerta una mujer extraordinariamente bella, de unos rasgos muy bien delineados, precioso cabello y un cuerpo asombroso. Nos recibió con gran amabilidad y recostó en mis ojos su muy sensual y amplia sonrisa. Subimos la larga escalera con peldaños de mármol y el lugar era algo en verdad excepcional, se trataba una de esas viejas casonas con techos altísimos y largas puertas de dos hojas con vidrios, con un patio central bajo la infaltablde claraboya de la que bajaban, amarrados con alambre, grandes animales inflables: una tortuga, un cocodrilo, un delfín y otro más que de momento olvido. Fuimos recibidos por Willy (con quienes fuimos compañeros de clase en el liceo) con una efusivad y un cariño gesticulante tan sincero y bullicioso que prácticamente todos los presentes notaron nuestra llegada. Mi hermana depositó la bebida que había comprado para la fiesta en nombre de ambos sobre una mesa totalmente colmada de bebidas alcohólicas y una o dos cocas que eran más bien para el fernet. Willy estaba bastante borracho pero se lo veía realmente muy feliz y nos instó a seguir su ejemplo y ponernos hasta el cuello. Carla y yo decidimos ir por el vino y en la mesa encontré una botella de trapiche malbec que me hizo recordar a aquella ida a Villa Serrana con L en la que ambos nos hicimos recurrentes consumidores del mismo. También recordé que era el vino favorito de V, o eso me había dicho cuando compré uno para compartir con ella, aquella ocasión que fuimos juntos a ver a la Gran Muñeca en el teatro de verano.
     La fiesta para mí arrancó con cierta cuota de desconcierto ya que la mayoría de los invitados ya estaban bastante entrados en copas. La predicción acerca de bajo porcentaje de varones heterosexuales era más marcada de lo que yo había llegado a soñar y no tardé en descubrir que varias de las mujeres se estaban fijando en mí de un modo para nada casual. Tomamos un par de vasos de este vino y dimos una vuelta por la casa, el lugar era encantador, bien cuidado, muy amplio y aunque bohemio, bastante limpio y arreglado con un gusto admirable. Durante el recorrido, en lo que hacía las veces de pista de baile, estaba la chica que nos abrió la puerta, con quien está vez me permití intercambiar vastas sonrisas al pasar. Noté además que tenía un marcado acento extranjero. Subimos a conocer el área de fumadores, donde habían 4 pibes fumando porro y con quienes nos saludamos con total naturalidad, uno de ellos era exageradamente parecido a Pity Alvarez. 
     Por fortuna tenían sobre la mesa una segunda da botella del malbec argento cuya ceremonia de descorchamiento, presidió mi hermana eb una maniobra veloz y de una elegancia práctica que le mereció mi franca felicitación. Recargamos los vasos y en eso llegó una pareja gay de amigos de Carla, también amistades de Willy, que yo en lo personal adoraba. Su presencia en cualquier recinto, aseguraba una suba directa en el índice de diversión per cápita. Los abrazos y las estruendosa risas los rodeaban y cuando todo se asentó, mi hermana me encomendó la tarea de armar el delicioso cogollo que había traído, no teníamos hojillas así que debía gestionarlo. Momentos antes distinguí entre la pequeña multitud, a una muchacha rubia, sencillamente bonita y bastante interesante, de corto cabello ondulado que me había fijado la mirada. Fui a encararla. Tenés hojillas, pregunté con mi sonrisa más tiernamente diabólica. Tengo todo menos hojillas, me respondió con fingida inocencia. Todo?. Si, todo. Un uniciclo por ejemplo?. Claro,  cómo no tener uno. Si, pero hojillas no tenés. No, justo, pero te consigo.
    Se dio media vuelta y en 40 segundos volvió con una hojilla en la pequeña y delgada mano blanca. Lo armé en el aire y procedimos al balcón dónde antes nos había saludado Willy, en su faceta de Eva Pezón del Crucero del amor y lo prendimos bajo una luna que trepaba el nublado cielo de mitad de septiembre. 
     Carla no fumó, se distrajo hablando con todos los conocidos que habían en su entorno, saludando y riendo con fuerza. De modo que lo terminé fumando con Juan Diego y Angelo (la pareja gay de amigos nuestros) y con la simpática y seductora F, quien apenas terminamos de fumar dijo, con gran seguridad: en 15 minutos de voy q dar de probar el mejor porro de tu vida. Sus afirmaciones me daban un poco de gracia, en verdad yo había fundado variedades muy potentes, pero muy potentes y creía ya no poder sorprenderme. Le pregunté a qué respondía la medida de 15 minutos por la espera. No sé, me parece una medida justa. Pero te lo tienen que traer o algo?. No, lo tengo guardado en el bolso, ahí. Bueno entonces para que vanos a andar esperando, le diste buena publicidad y lograste generarme una necesidad, ahora lo quiero probar. Bueno, aguanta.
     F volvió con un desmorrugador verde y me pidió que me encargara de armarlo, restaba de nuevo el asunto con las hojillas. En medio de este particular, alguien me toca el hombro desde atrás, desde adentro de la casa. Se trataba de una pareja heterosexual conformada por una elegante rubia de unos 34 años con un pibe porteño, que oportunamente nos proporcionó. Ella, uruguaya, al parecer nos había visto manipular el desmorrugador y deseaban dar unas pitadas. Explicó ademas sin que nadie se lo preguntase, que el era de Buenos Aires y que no quiso venir de allá con faso, menos sabiendo que acá en esta época hay y hay mucho y muy rico. Mientras conversábamos esto el cogollo de F estaba listo y circulando. Juan Diego y Angelo estaban con Carla en otro aposento de la animada fiesta. 
     Intercambié un breve pero efusivo diálogo con el hermano bonaerense, el citaba a Galeno diciendo que lo de los porteños era un amor no correspondido por los orientales. Me permití discrepar y le confesé mi opinión al respecto. Creo que acá tenemos un poco eso del hermano menor, que guarda un extraño resentimiento por el hogar paterno y a la vez padecía casi en secreto, una especie de fascinación incondicional por su hermano mayor. Le dije además que en lo personal amaba lo poco de la ciudad de Buenos Aires que conocía y que mi experiencia con sus habitantes fue siempre la más satisfactoria. F miraba con sonriente admiración mi despliegue verbal y asentía a casi todos mis puntos.
   Finalmente se fueron y F y yo terminamos de fumar la punta. Qué te parece, preguntó ella haciendo alusión al cogollo. Perejil, respondí y luego le aclaré que perejil era el término que había acuñado para referirme a la marihuana de alta calidad y exquisito sabor. 100% perejil. Se rió mostrando su bella dentadura, apoyada en el barandal, de espaldas a la noche de la calle Canelones. Yo quedé como para dar una vuelta en el uniciclo, le dije y ella respondió que sí, que tal cual. 
      Continuamos hablando y ella comenzó a contar que había vivido un año en República Checa. Qué el perejil lo había cultivado ella misma con esto, dijo, mostrándo la blanca palma de su mano. En verdad se me hacía muy interesante y entretenida su proximidad, su conversación y su intención seductora. De pronto a mi lado aparece el pibe que era igual a Pity Álvarez, se lo veía desfigurado, con una sonrisa animal en el rostro borroneado por alguna sustancia estupefaciente. De todos modos su energía era amigable y nos habló. Mejor dicho me pidió fuego y encendió un porro. Le dio una pitada y surgió un intenso olor acre, como de legumbres en remojo, de tierra negra con flores marchitas, un olor profundo y poderoso, vagamente antiguo, cuya vinculación con los cogollos regulares, me fue bastante difícil establecer. Me extendió el faso y me advirtió: ojo, despacito que es muy muy fuerte. Su cara era seria y tome la advertencia con respeto. Le dio una honda calada, luego otra y no pude contener el estallido de tos. El loco indicó con su pera que le pasase a F. Ella fumó con cautela y también tosió bastante, su semblante convulsionaba entre el pánico y la sorpresa, entre el derrumbe y el júbilo. Sentí que una marea de vivos colores me iba tomando de rehén desde mi vientre, arrastrándose veloz por mi cuerpo hasta tomar total control de mi cabeza. De pronto la cara del Pity se me antojo diabólica y perversa, un zumbido eléctrico presionaba mis terminales nerviosas y el sonido mismo de la noche saltó a mis oídos, la vibración de la luna, la sensación tridimensional de la triste luz de la calle, la vanal arrogancia de la hermosa fiesta, el lejano rumor del Río de la Plata, la boca de F, todo poseía su propio y único sonido y yo lo escuché todo de un golpe, como si un viento hubiese destapado mis oídos más allá de toda explicación. Mis procesos cognoscitivos estaban brutalmente exacerbados y la conversación tomó un cariz de surrealismo importante. 
     En esos momentos era cuando sentía por V un hostil resentimiento, cuándo en verdad me cansaba de sus idas y vueltas,  de sus pretensiones y sus estándares, sus casi constantes negativas y sus molestas negaciones, de su indecisión desconcertante. Era entonces que parte de mi corazón, ansiaba conocer una mujer que me anhelara sobre todas las cosas, con cuya compañía pudiese yo contar, a quien mi esencia enamore, alguien que en verdad estuviese dispuesta a atravesar la demencial aventura de compartir el tiempo de la vida junto o a mi. Pero enseguida me asaltaba el delicioso perfil, la voz dulcemente difónica, la impresión de esa chica de cardigan celeste con los ojos de piscina cuya tibia presencia, habitaba a toda hora en mi interior. Volvía a quererla con la misma facilidad con que la detesté dos minutos atrás. Quería que fuese ella y no F quien me insinuase su deseo de pasar juntos el resto de una de las últimas madrugadas del invierno.
         F se excusó, necesitaba mear. Se fue, yo quedé solo, acodado al antiguo barandal, asistiendo al silencioso escándalo de la calle Canelones. El bullicio vibratorio, los cercanos ecos de la fiesta. Confusa sensación de claridad experimental mientras otros jóvenes en el balcón hablaban distintos acentos de inglés. 
      Mís sentidos se hallaban extendidos más allá de los límites ordinarios, de modo que no fue difícil sentir que F se aproximaba detrás de mí. Di media vuelta y en efecto venía, pero no venía sola, traía de la mano a la hermosa chica que nos abrió la puerta al llegar, su sonrisa de madrugada se veía radiante y su cabello, más impresionante que nunca. Como la había visto conversando con un loco, en un rincón, momentos atrás, decidí ignorarla y centré mi atención y miradas en la bonita y simpática F. La otra chica igual intervenía muy sonriente en la conversación, con su bello acento cuya procedencia me fue imposible determinar, pero yo con un poco de divertida malicia, me las ingeniaba para desviar la atención que ella consitaba y buscarle conversación a F, que claramente captaba el juego y lo seguía a la perfección. Me percaté que ahora el balcón había cambiado su asistencia y me hallé siendo el centro de un grupúsculo compuesto por las 6 o 7 mujeres más lindas de la fiesta, hablábamos ordenada pero efusivamente de temas intrascendentes que pretendían denotar una cierta profundidad. Era el único varón en medio de aquella estupenda variedad de encantadoras y bellas jóvenes. No sentí ningún tipo de culpa al respecto, me conformaba pensar que todos mis ríos rendían tributo al vasto mar de otro abrazo. Además, conocía a V y hubiese jurado que habitualmente ella se expondría de igual o peor modo en sus cuantiosas noches de borrachera, en las decenas de boliches de moda y reuniones privadas que frecuentaba con dedicación y constancia. Además tenía la determinación de dejarla hacer su propio proceso, acompañándola cuando ella lo considerase pertinente o necesario o simplemente se le antojase. Por mi parte,  este tipo de situaciones me alcanzaba para dispersar cualquier atisbo de celos, este tipo de circunstancias, en las que dentro de un relativo control, me sentía deseado por bellas y/o nunerosas féminas. 
   Destacaba en este grupo, una muy jovencita de lentes, tal vez tuviese unos veinte años, tal vez uno menos. Su belleza era suave y esbelta, tenía un aire de incipiente intelectualidad, sus rasgos eran redondeados y daba la clara impresión que había leido algunos libros. Se presentó muy formalmente dándome la mano, me dio ternura, se acomodó con su dedo índice sus anteojos a la moda, ensillandolos en la cima de su pequeña nariz. F estaba ahora en el otro extremo del balcón, hablaba con otra de las más lindas de la noche. Cada tanto una u otra me enviaban miradas furtivas y se acomodaban el cabello, siempre sonriendo. Charlabamos con la más jovencita algo que no alcancé a retener, pero de lo que guardo una grata impresión. Siempre seguía yo puesto en aquel estado inducido por la inesperada gravedad de los cogollos del Pity. 
    En eso aparece tras esta muchacha, mi hermana Carla. El mensajes que enviaba su sonrisa era por demás claro para lo agudizados que estaban mis sentidos. Era hora de partir.   Me dispuse a hacerlo, pero antes se me ocurrió saludar a todas las chicas con las que intercambié miradas extraordinarias. Serían unas cinco o seis. Para ese momento, algunas de las que estaban en  balcón se habían dispersado. F no estaba, yo conversaba con la más joven y no me percaté de su partida., comencé con la de lentes y salí a por la del acento indeterminado. Me saludó con su sonrisa atronadora y un tibio beso amistoso. Una a una repeí el proceso, siempre con una frase similar, anunciando que me iba, fingiendo de forma casi convincente que a alguien le importaba un carajo. 
Finalmente, ella pista estaba bailando F. Me aproximé a ella y mirándola a los ojos le dije que me iba. Te vas con tu hermana   preguntó ella con un tono de caprichoso desafío y pronunciado casi de forma burlona la letra r de la palabra hermana. Le di un beso en la mejilla y di media vuelta para encarar la puerta de salida, en ese instante, entre la pequeña multitud de la parte donde la gente bailaba, sentí su mano, apretar la mía con una ternura delicada y un rastro indeterminado de dulzura. 
    Partimos, rumbo al fin de la madrugada con mi hermana, algo borrachos y yo totalmente re loco. Me iba a dormir asesorando la púrpura V que ardía dolorosamente en el interior de mi codo izquierdo. 

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