sábado, septiembre 17, 2016

XLVI

   Ese lunes fue de una lluvia animal que persistió desde las primeras horas del día hasta entrada la madrugada. Como dije, llevaba casi dos semanas de apenas hablar con V, así que que a eso de las 5 de la tarde le escribí a Facebook, poco menos que avisando que estaría en su casa a las 20:30. Se negó desde un principio, pero yo tenía tomada la determinación de verla y con franqueza, no iba a doblegar está voluntad a su insistente negativa.     una vez que me apresté para salir, el cielo se caía a pedazos y la lluvia era incontenible y atemorizante. Igual salí. No demoré ni cuatro minutos en estar totalmente empapado y todavía restaban 7 de las 11 cuadras que hay entre la casa y la terminal. 
   Cuando llegué por fin a la terminal, la lluvia me había convertido en un verdadero despojo andante. Mi única campera de abrigo tenía roto el cierre. Me ubiqué en el sector de la terminal dónde paran los interdepartamentales y enseguida vino uno. Me apresuré a tomarlo y una vez arriba, cuando fui a pedir el boleto, sin un rastro de amabilidad o empatía, el conductor me gruñó que ese bus iba hacia las Piedras y no hacía el centro, donde yo quería ir. Se detuvo en el codo más lejano de la terminal para que me bajara. Cuando bajé, me distanciaban unos 120 metros de regreso la parada y tuve que hacer el trayecto extra sobre el renovado clamor de la densa precipitación. Una parte de mí iba a las puteadas limpias, mientras la otra, más altruista, se confesaba la alegría de hacer todo aquel periplo con el único fin de ver a la esquiva y emocionalmente inestable V.
    Finalmente volví al punto donde se abordaban los buses, el wifi de la terminal se conectó automáticamente en mi teléfono y de inmediato el aparato vibró tres veces consecutivas. Era ella, decía: no vengas Fer, enserio. Estoy cansada y no tengo ganas de ver a nadie.
     Venía el bus. Subí y tome asiento absolutamente mojado. Para nada me importó el serio petitorio de ella. Sabía que si yo no propiciaba una movida de esta índole, iban a seguir pasando los días en aquella lamentable abstinencia. 
     Hecho por demás curioso fue que una vez que el ómnibus tomó avenida Garzón, la lluvia mermó su intensidad hasta convertirse en una fina capa de llovizna. 
    Unos 40 minutos más tarde me estaba bajando y poniendo rumbo a la calle Trueba. Eran unas 22 o 23 cuadras pero por fortuna ya casi no llovía. Cuando llegué a su puerta, toqué timbre y ella se apareció en la ventana del primer piso. Su expresión fue muy rígida y no se veía demasiado feliz por mi osada desobediencia a su tajante negativa de vernos. 
    Abrió la ventana y asomandose un poco me atacó con un copioso y estridente reproche, yo sonreía aparentando pena y arrepentimiento. Finalmente arrojó las llaves. Abrí y subí las escaleras hasta la puerta de su apartamento, que ella dejo abierta para que yo entrase. Cuando lo hice, su seria mirada indicaba que está vez no se trataba de una de sus falsas negativas, una de sus típicas rabietas dónde intentando alejarme, en verdad suplicaba mi cercanía, así que volvió a espetar una sarta de intensificados reproches que se extendieron por tiempo de unos dos o tres eternos minutos. Cuando finalizó y se desahogó, aún sin estar del todo complacida se dirigió a la cocina, donde se hallaba cortando vegetales para hacer un puchero. Tome asiento a sus espaldas como solía hacerlo cuando estábamos ambos en la cocina. Yo adoraba verla así, concentrada en sus que haceres y disfrutar la bella forma de su culo cuando se agachaba a usar el horno o buscaba algo en la alacena bajo la pileta. Era cruelmente sensual, sus piernas macizas y muy bien torneadas me aceleraban el corazón y su pelo... Sobrepasaba los confines de mi poesía, su exactitud, su palpitante nerviosismo recogido bajo un grueso manto de genuino enfado. Toda ella más hermosa que mil veces la miserable capacidad de descripción que pudiese yo poseer en un día de gran inspiración. El universo diminuto de la cocina dónde V picaba pereji era tormenta de aromas y sensaciones removedoras. Se hizo un vasto silencio. 
- Por qué viniste, Fer?. - Dijo, todavía de espaldas. 
- Te puedo enumerar los motivos por los que vine. 
- Ah si?
- Sí, uno: tenía muchas ganas de verte. Dos,  si no venía me ibas a seguir ignorado.
- Claro! - Interrumpió. - Era la idea.
- Dos: sino venía yo, la  ibas a seguir esquivando. Tres: Te extrañaba mucho y tenía muchas ganas de verte.
- El tres es lo mismo que el uno. - tratando de contener una divertida sonrisa bajo su grave maquillaje de disconformidad. 
- No, el tres dije que era: te extrañaba mucho y tenía ganas de verte, abarca toda otra área.
- Idiota. - me empujó suavemente, ahora sí sonriendo un poquito y abriéndose paso junto a la mesada dónde yo estaba acodado.
   Fue hasta el secaplatos, depositó algo en él y se dio vuelta. Di un paso al frente y nuestros cuerpos se detuvieron amortiguadamente en un silencio repentino y tan hondo que, muy lentamente, nos fuimos abrazando como de recogimiento. Su tensión se esfumó, y sus manos sobre mí espalda presionaban con un leve pero profundo significado. Una vez más, puse mi nariz en su cuello y me deje arrastrar a la irracional cordura de su esencia, tan íntima e inexplicablemente ligada a la mía que no pareciera haber una combinación de palabras capaz de traducir esa dolorosa conexión, esa inmensidad de espejos en la tiniebla del infinito. 
- Estas todo mojado - gruňó entre un suspiro, al alejarse de mí, dando medio paso atrás. 
- Seguro que vos también - pensé yo pero no me atreví a darle voz a la frase.
  Guardé silencio y volví a mi asiento, dando a entender que era libre de proseguir con su tarea.
- No te pienses que voy a dejar de hacer cosas porque se te ocurrió venir.
- Para nada. Sabes que me encanta verte cocinar. 
- Y mirarme el culo - supongo que habrá pensado ella. No lo dijo.
- Y mirarte el culo. - dije yo, era merecido y necesario. - No, fuera de toda joda, lo que sucede es que... - Me interrumpí  en un sutil fade out mientras V ponía los vegetales en la cacerola. 
- Qué es lo que sucede? -Preguntó al final.
     Me puse nervioso, para ser honesto sentía ganas de putearla pero debería ser en extremo cauto, necesitaba mantener la situación en el cauce más natural y armónico posible e intentar exponer mis sentimientos con orden y disciplina a pesar que me sintiera exasperado e irritado. 
 Increíblemente estas impresiones negativas se desvanecieron y me sentí en paz y capaz de hablar. 
    - Vos no podes una noche decirme una cosa, después al otro día reafirmarlo y al tercer día negarlo por completo y actuar como si nada hubiera pasado. 
    - Viste, yo sabía que esto iba a pasar.
- Qué es lo que sabias que iba a pasar? Qué es lo que pasa?
- Que yo no me iba a hacer cargo...
- Cargo de qué, mi vida? 
-...- titubeó. 
- Una pelotudez de esas de Facebook el otro día decía: no quiero alguien que me arregle sino alguien que me quiera mientras yo me arreglo. - La cita era una forrada de cuarta, pero el sentido último de la misma era altamente sintetizador de lo que yo quería decir.
    Me paré y la abracé gentilmente por detrás, su respiración se aceleraba. La fragancia de su ser era implacable para mí, lograba hacerme sentir cosas cuya existencia no recordaba como ciertas.
- Espero que esté tu hermana para que te deje dormir porque acá no te vas a quedar. - lo decía en serio.
-Tranquila, en un rato ya me voy. - Eran las 21.
- Bueno..  no deberías hacer ni decir cosas de las cuales, al otro día no estés dispuesta a hacerte cargo. - Mi tono no poseía casi recriminaciones. Solo un honesto deseo de que todo saliera bien. 
- Vos deberías ser abogado - siempre lo decia- serías asquerosamente bueno.
- No tiene nada que ver V, estoy tratando de que lleguemos a un acuerdo. 
- Te dije que era sexo con amor ocasional. 
- Para ocasional dos semanas está más que bien, demasiado te diría. - Dije, pensando que el amor jamás, por definición, podía ser ocasional. - Y si me querés tratar como a un garche, aclará los tantos y no te vayas de boca.
- Estaba borracha - casi que se le escapó entre dientes, pero era justo lo que yo quería escuchar.
- Ta, se ve que la resaca también te hace decir cosas. - Me afirmé - las cosas que yo te digo, las digo en pedo y te las digo fresco como un tomate, el día que necesite tomar una para decirle a alguien lo que siento, voy a estar en un gran problema. Y si estando en pedo siento que amo a alguien, es porque sobrio lo amo mas todavía y probablemente no me da el valor para decirlo o asumirlo, pero ese soy yo. Vos se ve que no.
- Ta Fer, me confundís. - Dijo V con el rostro algo desfigurado por la verdad que acababa de reconocer. Volvió a darme la espalda y de nuevo yo regresé a mi asiento. 
- No amor, vos me confundís a mi. No seas mala. 
      El mundo se había reducido al sonido de nuestras voces y al intenso ir y venir de tan íntimas emociones. Afuera se oía que el tiempo era hostil. 
- además, decime la verdad, cuantos tiempo podemos estar sin hablar?
- 60 días.
- Ah hermosos sí, divinos 60 días.
- Para mí sí.
- La cosa es que volvemos, está empíricamente demostrado. - Aproximando mi cuerpo al suyo y muy despacio, jugando con el bretel de su sujetador. Su respiración se volvió inmediatamente pesada y nos besamos. La empuje con dulzura hacia mí para que pudiera sentir la incipiente erección. Cuando lo hizo, su cuerpo se estremeció y yo pude sentir que la urgencia de la vida misma hervía en mi interior. Nos acariciamos con fuerza y algo como un cálido chorro de luz amarilla se apoderó de mi mente. Ella se soltó de pronto y aún estremecía y con los labios muy colorados, se apartó un cuarto paso de aquel paraíso. Lo suficiente como para que la magia se viese interrumpida.
- Lo que pasa es que tenes miedo, yo te entiendo. Por favor no lo hagas. Qué puede uno engendrar cuando se mueve a favor del miedo. Cuánto mejor es, con la fuerza de ese miedo, moverse a favor de algo tan lindo como lo que tenemos vos y yo. Necesitaba evitar la referencia directa al amor indudable que nos unía.
- Es que vos y yo nunca vamos a estar juntos. - dijo V
- Pará nena, que es esto de que todo sabes como va a pasar y qué es lo que va a pasar. Pará un poquito Cassandra. Vos no sabes un carajo lo que va a pasar, nadie lo sabe V. No determines con esa liviandad los destinos de los demás ni el tuyo. 
- Por qué insistís?
- Porque te quiero. Porque si fuera por vos a los 15 dias de haber empezado a hablar  hubieses dejado de verme. 
- Sí.
- Pero por eso insisto, porque a pesar de los muy pocos malos momentos que pudimos causarnos, no podes negar que cada noche juntos no fue algo transcendental. 
- Es verdad - Dijo ella con la mirada, sin emitir más que un leve y apagado gemido. 
- Entonces no sientas culpa por sentirte tan bien. Que a vos te cueste pensar en estar comprometida conmigo porque soy un penal, está bárbaro, pero no lo lleves al nivel de hacerte la nunca vista después de dos noches seguidas tan putamente divinas.
  No sabría decir en qué momento sucedió pero de pronto estábamos los dos tirados sobre la alfombra se su living, cara a cara, en medio de un llano charco de silencio . Ella tenía los ojos cerrados mientras yo le expresaba con pocas y apagadas palabras que la amaba, podía sentirla temblar de una forma casi imperceptible. Mi corazón volvió a romper su coraza y le expresé mi hondo sentimiento por ella sin la necesidad de más palabras. Algo emanaba de mí y llegaba a la yacente y hermosa V, con total libertad y seguridad. En un momento fue tan inmensa esa íntima conexión que ella abrió los ojos. Estaban enrojecidos y su mirada era tan descomunal, tan sencilla y a la vez tan compleja. Me miraba. Mi sonrisa era una flor. Afuera el viento y la lluvia eran parte de una realidad lejana y absurda.
    Volvió a cerrar los ojos y me comenzó a contar un sueño que tuvo en el que yo aparecía, era una viva proyección al miedo que le causaba el hecho de que yo pudiese desajustar su vida. En el sueño me imaginaba artero, aterrador, mortal. Esa gran mujer, esa belleza descomunal que conoció el mundo, sentía miedo de mí. Qué era yo? Qué tenía en mi minusvalía autoinducida, que pudiese sacudir  de esa manera a semejante reina? Qué mierda estaba pasando que el universo nos arrojaba a aquel abismo sin más herramientas que un querernos de forma tan apasionada?
- Te quiero. - Le dije en un susurro. Ella hacía un montón que no lo expresaba, más precisamente desde nuestro último encuentro, 13 días atrás. 
    V calló, mi percepción intensificada por la naturaleza de aquella instancia, tuvo la impresión que ella se convulsionaba bajo la tensión de su piel y esos dos segundos de silencio me parecieron muy largos.
- Yo también. - Respondió al final, con un hilo de voz que indicaba una ternura y una serenidad casi infinita.
    Respiré aliviado. Ella retomó después la conversación de los sueños y nos contamos el uno al otro varios de los más destacados, como la vez que yo soñé que Claudia Fernández me hacía una felación o la vez que ella soñó que Charly García se la garchaba en la escalera de un edificio y otros menos glamurosos. 
    Al ratito V había salido de su postura tendida y susurrante y estaba sentada en el sillón muy lúcida y charlabamos. Tomaba de a sorbos muy cortos, una copa de vino que se había servido sin que yo me percatase. Hablábamos de nuestros sueños y del valor real que estos podían llegar a poseer y las proezas que eran realizables a través de la ensoñación. 
     Se tumbó de lado en el sillón y yo podía ver las bandas elásticas de sus medias rodeando la mitad de sus muslos. A decir verdad, en un momento ya no recordaba nada de los sueños ni de nada que no fuera la carnosa silueta de aquellas hermosisimas piernas. Me acerqué a ella y apreté con ternura aquellos muslos. Le dije que apenas podía creer lo bien que se veía. Exagerás, me dijo ella. Con cuidado ocupé a su lado, la diminuta porción de sillón que ella dejaba libre, entonces nos besamos con ardor. De ojos cerrados, buscaba con mi mano izquierda llegar a la intimidad de sus nalgas. V respiraba agitada y yo deslicé mi cabeza hasta su vientre y retirando la media de la punta de su cadera, arrimé mi cara a ella y el abrumador aroma de su cuerpo me hizo perder la compostura. Besaba y lamía casi hasta la altura de su ingle. Creo que ella rezongaba entre dientes, víctima de un arrebato de placer. Nos acariciamos con fruición y todo era un entrevero de luces y exquisitos aromas, la suavidad de sus labios se confundía con el apremio de mi lengua.
- No. Pará - Dijo ella sacándome. 
- Qué? 
- Te tenés que ir- puta madre, carajo. Si tuviera 10 pesos cada vez que ella decía eso, tendría para ahora más de 23.800. 
- Tranquila, en un ratito me voy. No me voy a quedar. - Le dije yo para no levantar sus revoluciones, aunque turbado por aquella frase - Pero no me vas a dejar así... Quiero decir..  Así.
- No. Te tenés que ir - Repitió. Sus ojos se debatían en la puja de ceder ante su íntimo impulso o con tenacidad aferrarse a la racional certeza de creer saber que no existía un futuro posible para nosotros. - Además, no tenés forros.
- Tengo sí. 
      Apenas unos minutos después, desbarrancamos abrazados por las colinas de fuego, por las zanjas inmensas del barro, por los pantanos donde los cipreses y los sauces de aquella lujuria, cubrían con ardor el cielo de la medianoche. Al pasar mi mano por su cuerpo, ella exhalaba desde el fondo de sus entrañas, el vaporoso elixir de la total exaltación. Cuando era ella que me apretaba, eran mis vísceras las que conocían el silbido del aire antártico, una deflagración de la realidad, colmada de un incontenible sentido de estar presente. Todo aquello se me hacía la quintaesencia de la vida misma. Tejer con mis dedos el abundante cabello negro de su nuca, presionar, arrastrar, amasar, untar con la total dedicación de un espiral, cada uno de los rincones de su cuerpo. Ella sostenía la carroza de mi súpilca de perro, mientras yo la ponía de uno y de otro lado para llegar con más intensidad al fondo mismo de su ser. Para que las estrellas vomitaran su envidia más impersonal sobre la luz fosforescente que provenía desde nuestro propio temporal ultra-terreno. Manos presurosas iban y venían por todas partes en busca de más luz, de más lodo lacrimal, de más abundancia lubricada y de una pradera de ensueño, escondida punto a punto, justo detrás de cada célula. Por eso no era raro que tantas veces, mientras hacíamos el amor, ambos abordásemos zonas de la percepción en extremo ligadas al llanto y que en medio de esa otra fantasía de calamares, una emoción tan honda nos asaltara, y que el acto mismo de llorar de felicidad, fuese apenas cohibido por la fragorosa arenga del placer, que nos impedía desconcentrarnos ni siquiera una fracción de segundo del vuelco permanente de sustancias etéreas en nuestro flujo sanguíneo. La batalla era prolongada y osada entre palabras dichas a media lengua y miradas a matar, cargadas con sables y puñales, endulzadas con la magia de un sentir antiguo y desconocido para el resto de la humanidad. Aquello era nuestra gran invención, nuestro ritual único e irrepetible donde la angustia y la soledad y la vaga locura que nos acecha, se desintegraban bajo la fuerza una lejanía insondable. Era un torbellino de luz y de sensaciones místicas y puntadas abarrotadas de un placer indescriptible. Idas y vueltas de frenéticas locomotoras por desvencijados rieles, bombeando con presteza las agrietadas paredes de la incertidumbre, mientras el miedo por la muerte si bien era aterrador, parecía encontrar sobrada justificación de ser en el living de su casa, por las latitudes insomnes del sillón, a pesar de las fricciones abrasivas de la moquet, a pesar de la lluvia y el viento destructivo, ahí estábamos. Unidos por el más candoroso de todos los fuegos en una fábula de dementes, en un ciclo perpetuo de desamparados amantes, de eternos deudos, de aguardentosos vigías en la profunda noche, en espera de un sol invernal que demoraba demasiado en volver a levantarse.
     Finalmente se hicieron las doce y media. Aún yacientes en el suelo de la alfombra, nos mirábamos, satisfechos. Ahora sí me tenía que ir. V me acompañó hasta abajo y abrió la puerta, mirando con algo de aprensión, el hostil tiempo que imperaba e imaginándome a mí, en la interminable vuelta a Colón. Colocó las llaves en la cerradura de la puerta de calle y dio media vuelta. Yo la tomé por la cintura e intenté buscar la claridad de su mirada. La encontré bajo dos cejas arqueadas que delataban una total conmoción un velado halo de inconfeso arrepentimiento. 
-Espero haya servido nuestra charla.- le dije mirandola con grave ternura.
- No, para nada. - respondió con una media sonrisa que indicaba que decía una media verdad. 
- No dejes de hablarme. - Ella no respondió - Te quiero.
- Yo también, cuidate. 

No hay comentarios: