lunes, septiembre 12, 2016

XLIV

    Siempre estaba la vuelta a colón, era largo el viaje y el 526 daba infinitas vueltas. La antesala de aquella medianoche venía cargada de una bella fatiga, producto de la gran actividad llevada q cabo por la murga en el recoveco. Mi domingo arrancó en casa de mi primo y del cabe, en donde pernocté para valerme, junto a ellos, en la manufactura de algunos productos comestibles para vender a la concurrencia. 
   La peña y gran campeonato de truco, tuvieron lugar ese día en recoveco y el grupo en verdad se soldificó, volviéndose muy compacto y eficiente y con asombrosa energía se puso a cargo de todas las tareas que exigían ser realizadas en aquel contexto. El día brillaba límpido y radiante, los alérgicos comenzabamos a padecer la primavera y las aves eran diminutas pero múltiples fanfarrias, bajando desde los árboles. 
  Se apuntaron 20 parejas, eso ya aseguraba 40 personas, afortunadamente se volcó gran número de familiares al evento y el clima mierdoso que es muy frecuente durante la primavera en Montevideo, encontró un hueco en su tradicional viento para que el truco se pudiese jugar puertas afuera. El sol trazó una amplia parábola en el cielo sumando una agradable sensación térmica de más de 25 grados, hecho que además, colaboró para que la venta de alcohol, Refresco y jugo de naranja exprimido por la maga, fuese abundante y para que durante el tramo final, Masi y el Cabe tuviesen que ir a buscar un casillero de cerveza más, que también se vendió y para cuando la noche cayó y los últimos invitados acabaron de retirarse, la murga solo quedó con botellas de refrescos y los fríos fondos de su contenido. 
 Temprano, antes que llegará la asistencia, se montó un pequeño escenario con dos micros y equipo para bajo y guitarra. Me saqué las ganas de tocar pasajera con mi primo y el mati, con el Negro, Esteban y el Masi en chico repique y piano respectivamente. Junto a los tambores surgió para amenizar la primera fase del campeonato, con mati al bajo y yo a la guitarra, una larga y picada improvisación de candombe que al finalizar despertó calurosos aplausos y vítores de complacida aprobación. Mientras empujaba y tiraba de las cuerdas, mientras las rascaba en frenesí o asordinaba sus gemidos, una parte lejana de mi corazón, parecía querer ver a V bailar con aquel ritmo. Por suerte su visita en mi mentemente fue bastante breve y recién en ese momento, después de tocar, se me ocurrió invitarla, pero me tenía mega podrido que todas y cada una de las veces que yo proponía una actividad, ella se negara con sistemática terquedad y eso sucedió, tenía ella su propia jornada de fascinación musícal de grupi treintona y bailarina. 
   Sol y Mariana cantaron también sobre aquel escenario, haciendo una memorable versión de La Calle Llupes, que combinó mejor de lo previsto con Polvo de Estrellas y un par más de canciones que las hermanas interpretaban con elegancia y soltura, siempre sugiriendo entre ellas una tierna rivalidad y una insinuación constante de reproches intensos o hirientes. En verdad se veían muy buen y por momentos lo hacían emanado una seguridad y una armonía que las hacia francamente atractivas. 
    Hubo mucho chupe y la gente se mamó, los precios fueron decididamente accesibles y como hoy decía, la temperatura del día fue relativamente alta. 
    La murga hizo una pasadita de la parte que teníamos pronta del repertorio y nuevamente la recepción de los presentes fue espectacular. Caía entonces la noche en Montevideo y con las escasas nubes que patinaban en el poniente, yo cantaba con los muchachos y miraba el cielo, que se arrebolaba y rápidamente iba ahogadose en la noche. Algunos presentes celebraron con gritos y fuertes risas mi breve incursión como cupletero, sin llegar a estar borracho, había bebido tanta cerveza que mis intestinos denunciaron durante dos días la cantidad de agua carbonatada que cargaban, así que se me hizo más sencillo y por supuesto, los presentes estaban mucho más en pedo que yo.
     Campeonato culminó en una gran final entre las parejas compuestas por el padre de mi primo (mi tío politico Daniel) que jugaba con un amigo en común de todos y la hermana de mi tío (tía paterna de mi primo) con su marido, el tío Sergio. El padre de mi primo y el tío Sergio fueron de los primeros en llegar y a quienes yo, desde la barra que ocupé durante todo el evento, mejor atendí, sirviéndoles sendas medidas de escocés importado. 
      Resultado, a pesar de estar totalmente behodos y de ejecutar una conducta algo extravagante, se las ingeniaron para abrirse paso entre las otras 13 parejas y disputar una gran final, que además se daba entre hermanos, en verdad minusculamente épico. Tío Sergio y tía Fátima derrotaron a Daniel y Daría en la gran final, que tuvimos la sutileza de jugar puertas adentro, en uno de los múltiples y tan acogedores ambientes del Recoveco. Allí mismo tuvo lugar la ceremonia de entrega de premios. Una botella de Johnny rojo y unos bellos trofeos en vidrio grueso con el logotipo de la murga arenado, la fecha y el título de campeón también grabado junto a la fecha. 11 de septiembre. 
       Totalmente extenuados pero con una inmensa alegría la murga culminó su jornada frente a una fogata que el Cabe y yo preparamos con antelación y ese momento fue en verdad hermoso. El grupo vivía, estaba fuerte, capaz, comprometido, tenaz y con una bellísima capacidad de generar y contagiar alegría. La esencia de la murga evolucionaba en cada esfuerzo hecho con ímpetu, pasión y algarabía, eso era la posta, el arte de sentir todas esas cosas. Por supuesto restaba el viaje a colón, siempre eterno y casi nunca del todo sobrio, bajar caminando Victoriano, la oscuridad de la entrada y el larguísimo jardín. 

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