martes, septiembre 13, 2016

XLV

    En adición a todo esto, finalmente la murga fue a cantar a las duranas en el marco de los ensayos abiertos de los que he hablado en algún capítulo anterior. 
     El sábado, previo al campeonato de truco, amaneció despejado y una temperatura agradable volcaba sobre la tierra, un anticipo de real clima primaveral. Le di unas caladas a un cogollo que mi primo me regaló unos días antes. Abordé un 148 en la terminal colón y unos 25 minutos después, descendí en millán, cerca del puente sobre el arroyo. Tuve que realizar una extensa caminata bajo el sol de septiembre para llegar al recinto en cuestión. Las 14:00 era la hora de la convocatoria. Y cuarto estaba encontrándome con mi primo, el director, que pasaba arreglos a los tres componentes de la batería junto a la puerta de las Duranas. Calentamos las gargantas y en dos minutos cayó el resto de la murga, que al parecer venían todos juntos de un mismo lugar. Faltaban únicamente Horacio, la Maga y Camilo. Nos retiramos un poco de la entrada, ocupando un lugar en la alejada acera y ahí hicimos un par de canciones para templar las voces y meternos de lleno en la cosa. 
     Pocos minutos más tarde subimos al escenario. La murga ya había pasado por ahí durante la anterior edición del encuentro Murga Joven, cosechando una gran felicidad y una experiencia imborrable pero con un desempeño coral desagradable, muy bajo en verdad. En esta oportunidad, con el grupo parcialmente renovado, la Ternera volvía a cantar sobre las tablas de las Duranas, nos subimos con una tranquilidad totalmente armónica y nos posicionamos para cantar. Hicimos dos pasadas de lo que teníamos ya arreglado, solo las canciones, exceptuando las partes habladas. Si bien en algunos pasajes, la batería, por falta de trabajo con el coro, se hubo desfasado, el desempeño general de la murga fue bastante bueno y las escasas 70 u 80 personas que estaban en las gradas (casi todas integrantes de las demás agrupaciones que también ensayaban ese sábado) nos aplaudieron con franca alegria y al bajar, una vez que nos dispusimos a tomar asiento, totalmente sudoroso y muy satisfechos, recibimos una nueva y espontánea ovación de los presentes. Fue muy reconfortante, sobre todo teniendo en cuenta que la última vez que estuve delante de un micrófono, antes de ese sábado, fue durante aquel festi en el chulo, en el cual nuestro desempeño fue de poco a muy poco. Ahora las chicas nos miraban con ojos de admiración, curiosidad y temeroso deseo. Recuerdo particularmente a una de las integrantes de otra murga que esperaba para actuar, una pelirroja jovencita, de tez muy blanca y ojos claros, con un cuerpo muy agraciado que aplaudía y me miraba mucho. Igualmente no estaba en esa sintonía y si bien hacía casi dos semanas que no la ponía, no iba a intentar nada, prefería evitar los entuertos de esa índole, me había prometido mantenerme dentro de la vaina en asuntos de polleras ya que estaba concentrado y abocado a mi dedicación hacia V. 
    Luego de ver al Limón Fraterno y a la Gata Prais (murga pandense de muy buena propuesta)  nosotros nos fuimos a disfrutar los últimos rayos de sol, sentados en ronda sobre el verde césped de una plazoleta cercana. Se escuchába el griterío de una cancha de baby fútbol y charlabamos complacidos aunque a la vez conscientes del poco tiempo que faltaba para la muestra, en relación con la parte  del espectáculo todavía pendiente de creación, arreglos y ensayos. Se pactó realizar una fecha adicional de ensayo mientras los pájaros del crepúsculo se hacían más intensos y la temperatura era perfecta para andar de manga corta.
     Solo tres días después de eso, el viento soplaba con fuerza inusitada en colón y papá andaba medio jodido, se había aspirado el vómito durante la noche pero afortunadamente despertó para controlar el ahogo. Miraba un maratón de los fabulosos Les Luthiers y Marcos Mundstock derrochaba su grave voz por los húmedos aposentos, con un recitado dr aquel famoso libro de poesías llamado Atardecer de un Ocaso Crepuscular. Recién se iba la doctora. Fui hasta el supermercado y el viento inclemente me hacía tambalear y la bolsa que traía con la compra se sacudía furiosa a mi costado. Una paloma d monté venía caminado por el barroso sendero del jardín. El auto del viejo yacía roto a un costado del parrillero y se lo podía ver algo abandonado bajo las tantas hojas verdes y las pequeñas ramas que el viento descolgó de las altas copas que se sarandeaban con locura. Al parecer ésta sí era la primavera de Montevideo. 

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