miércoles, mayo 02, 2018

Las Ánimas -26-

 Aquella noche me fui a la cama con el dolor del golpazo y la indómita rebeldía de hacer de ese bicho arisco, mi medio de transporte viviente en las temporadas de verano en la Sierra. Me dolía bastante la palma de la mano, sabía sin siquiera haberlas visto, que tenía al menos 5 o 6 espinas gruesas clavadas ahí.
 A la mañana siguiente, cuando me desperté, la tía Olga me esperaba sentada a la mesa de su cocina. A pesar de mi joven edad, pude notar, por la forma en que un rayo de luz matinal la envolvía, que algo importante quería hacer o decirme. 
- Hernan.
- Tía.
- Vení mijo, sentáte acá con la tía, vení. 
 Golpeó una banqueta. Fui.
- Poné acá la manito.
- Uy!
- Sí, poné que Tití te va a sacar las espinas que te enterraste ayer. 
  De su delantal multiuso sacó una pinza de cejas viejísima y una aguja de coser clavada en un pequeño rollo de hilo. Quemó con su encendedor apenas la punta de la aguja y con precisión de cirugía me las retiró una a una con tanto amor y tanta técnica como utilizaba para cocinar. Casí ni sentía dolor cuando escuchaba a la piel circundante reventar como con un chasquido ante la dura frialdad del metal, que inquiriendo las capas mas superficiales de la piel, abría paso para que la pinza hiciese su trabajo. Fue una media hora de ininterrumpido silencio entre nosotros. No volaba ni una mosca. 
  Al terminar me dio un beso en la frente y me mandó a lavarme las manos. Cuando volví había puesto una suculenta y deliciosa mesa de desayuno. Quedé impresionado al ver los brioches y el jugo de naranja. La fuente de vidrio con uvas, las gruesas fetas de mortadella, el huevo revuelto, la tabla de quesos y  el termo de café negro que el Tata siempre prefería ante el eterno mate, solo después de bañarse y afeitarse a la mañana. Eran las 7.
- Fah, te pasaste. Cómo hiciste?
- Magia.- dijo la vieja.
 El abuelo Máximo bajó y trajo su brisa de colonia que siempre me hará acordar a antes del tiempo. Traía una toalla de mano doblada sobre la nuca. Se sentó sonriente y me miró. 
- Bueno, hoy sí, señor. 
- Usted dice, Tata?
- Por supuesto, desayune liviano y vaya a echársele encima a esa yegua, que ustedes dos son el uno para el otro. 
- Parece como si no me quisiera.
- Pero ya te va a querer, no tengas dudas. Y vos a ella. 
 Él y la tía se rieron. Me sentí algo confundido mientras me comía unos brioches rellenos de mortadella y tomaba jugo de naranja recién exprimido. 

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