viernes, julio 08, 2016

H. Ch. XI

    amanecer limpio en montevideo. sol gerente de medio horario. oblicuo guardian lejano. sol de manana entre las zanjas inundadas y los arboles castigados por lluvia y por mas lluvia y por silencios y por gritos y nada de estrellas y la luna que antes era   objeto de constante fascinacion era ahora polvo en las repisas de irrecuperable puntada en el pecho. sol limon sol curacion barata. sol poco tiempo sol al reves sol al final despes de v.
   limosnas de sol al verde de la fria manana y tarde cortita. no habia mas alternativa que dejarlo entrar. invasivo huesped en medio de una horda de dias lluviosos que habian generado moho en cada superficie de la casa y del alma.
    hacia unos anhos por la misma fecha y ahora con la imagen fresca del borracho del piropo en mi cabeza recordaba otro cumpleanhos de mi primo en el pasado. lo habia celebrado en un club donde ademas de una muy utilizada mesa de ping pong habia uno de esos tanques de metal de doscientos litros lleno de hielo y de botellas de cerveza. la noche que era cruelmente helada transcurrio entre suicidas competencias de fondos blancos campeonatos de ping pong jugados con alma de final del mundo y saladitos calientes de varias formas y colores.  Unos que sabian a los cayos de la ivonne. eran de queso.
       ahora el gol de cambiar de teclado facilitaria la tarea enormemente y podria disfrutar por algun momento la delicia de escribir bajo la comodidad convencional del idioma del quijote y del poeta en nueva york. porque garcia lorca encontraba con la poesia viva en los espejos del guadalquivir y en las sierpes que son sombra y el fuego que se transparenta detras de las nubes formadas por la arena de los toros. repetir almidonado en escombros  y acá está, lo prometido. 
    En aquel cumpleaños tomamos la primera a las 20:30 y eran la 1 y poco y estábamos lejos de tomar la última, aun cuando la familia en su totalidad se había retirado del club y bajaban las luces y solo quedábamos los más jóvenes y yo y mi compadre y otro amigo que ahora hace tiempo no vive en el país. Por supuesto mi primo, mi hermano lideraba, estrenando su mayoría de edad, a la tropa de borrachos. Salimos. La calle se veía totalmente amarillo cansado en la noche. Algunos dibujaban con sus pasos, cortas eses sobre el pavimento. Caminamos cuestión de una cuadra y poco. 
- Te quedó un casillero adentro - le dije a mi primo en un inusual ataque de borracho contador. 
- No vieja, ya nos tomamos todo, cuánto hace que estamos tomando - afirmó él mientras con una sonrisa hecha piedra en su cabeza, seguía su rumbo hacia nuestra casa que estaba a pocas cuadras de distancias. 
- Que te quedó un casillero adentro hacéme caso. - insistí.
- Pero que pesado por favor.
    A los cuarenta segundos mi primo, mi hermano, salía de nuevo del club con otro de sus beodos compañeros sosteniendo, uno de cada asa, el condenado casillero de cerveza que faltaba. Primo venía destapando con un encendedor bic rojo de los chicos y entregaba un litro a cada no de los presentes. 
    Por suerte estábamos cerca de casa. La noche era limpia y fría y le dije a mi compadre que deberíamos irnos de putas. El dijo que sí y mi primo también. El que no quería ir era nuestro otro amigo, que vive ahora en los Estados Unidos. Pero fue igual. El que no fue, que sí se quedó en la casa fue mi primo, mi hermano, quien una vez que puso en contacto su culo con el acolchonado de la cama y la textura rosada del cobertor, no pudo dar un paso más y puso fin a su propia celebración, comiendo algo dulce y tapándose por sobre el hombro para dormir calentito. 
     Yo ahora saludaba los taxis vacíos que pasan como amorfos avatares de entidades secretas de la noche. Los saludaba con la mano abierta mientras los veía perderse en la madrugada de la calle Rodó. Otros, por 18 de julio, también se hacían eco de mi saludo y doblaban a la derecha o a la izquierda con total indiferencia. 
     Pero en esta misma fecha por aquellos días mi compadre, mi amigo que ahora vive en USA y yo recién estábamos volviendo al centro, desde el cumpleaños y fuimos a parar al peor burdel... olía muy mal, las caras demacradas acentuaban la ya grotesca soledad y aburrimiento imperante. Al salir, finalmente, abrumados por tan terrible imitación de una casa de putas. En la puerta un hombre de edad mediana, alto y de profundos ojos celestes aguardaba como perdido. Parloteó algo en inglés y ahí estaba yo, ocho años antes de la escena recién relatada con rafa, el tatuador brasileño, llevando a John, el pescador de crill noruego, al mismo putero, en el mismo mes, de la misma ciudad sin ella, porque por aquellos años V era tan solo una imagen transparente en un recuerdo cachondo. La única diferencia eran apenas esos ocho años y la presencia de mi compadre y de este amigo, que luego que entablamos diálogo con John, se desvaneció de la historia como por arte de magia. Iba a contraer matrimonio en pocos meses y no sentía ganas de estropear la magia prenupcial con aventuras de meretrices y borracheras de otro planeta. 
    Subimos la escalera. Arriba había luz azul, poca, mal distribuida y los culos se contoneaban con un poco más de ánima, también proyectaban una porno en los televisores de adentro. Esta vez una de jovencitas. Había yo ya perdido la cuenta de la cantidad de cerveza que ingerí hasta el momento. Luego, sacando la cuenta, calculé que hasta ese instante llevaba unos 8 o 9 litros, yo solito. 
   John compró dos más y bebió recatadamente, hablábamos en inglés, que en aquellos días manejaba yo con más fluidez debido a mis labores como redactor en este idioma. Mi compadre la venía siguiendo un poco de atrás al no conocer el idioma anglo-sajón pero se refugiaba en los intervalos de traducción que yo mechaba y más que nada se refugiaba en la cerveza helada, la llevaba él bastante bien para haber ingerido tanta como yo. 
    Teníamos dinero, yo cobraba por ese entonces un sueldo más que digno por hacer, como he mencionado, trabajos de redacción para el exterior del país, pero el extranjero, dada nuestra hospitalidad insistía en agradecernos comprando tragos. En un punto él no aguantó más, era casado, decía y si iba a engañar a su mujer con una puta, no sería con una puta fea como aquellas que trabajaban en 1414, sin embargo no podía discutir que como club nocturno este era infinitamente superior al primero, donde nos encontramos. Me pidió que lo ayudase a conseguir un taxi y eso hice, deje a mi compadre en la mesa y bajé con John hasta la misma acera donde recientemente casi sucumbí a un acceso de agresividad y violencia física contra mis pares y paré un taxi. John se subió e insistió que tomara yo los quinientos pesos que me ofrecía a través de la ventanilla del taxi. Me rehusé, tenía dinero. John los soltó de su mano cuando el taxi emrpendió la marcha y los recogí, por supuesto. Volví arriba y cuando vi que la expresión de mi compadre menguaba con respecto a la que tenía antes de yo bajar a por el taxi, le solte directamente:
-Vamos a enfiestar a una, elegí.
-eh?- sus ojos chisporrotearon con renovado fulgor. -Te dió guita?
- Mirá. - Saqué el billete, los 500 de aquel año equivaldrían a unos 800 de hoy día si tenemos en cuenta una inflación de casi 10% anual. 
-La que quiera?
-Si, papá, dale!.
     Allá subimos los dos al segundo piso, donde se consuman los negocios de amor turbio, donde las luces rojas son escotillas por donde meterse cuando la noche es una constelación putrefacta de soledad sin súplica, cuando no hay pestillo seguro que no se derrita bajo la presión deforme de carnavales sin brillantina ni batería. Solo un putero, luces rojas, dos contra uno, mucha cerveza, valentía inflamada por irreal sensación de dominio y poder ilimitado. 
       Entramos al cuarto, la trola era una jovencita flaca pero estilizada de lencería negra y cabello de cuidadoso brushing y reflejos rubios asquerosamente terrajas. Me desbolé y comencé la faena, ella me puso un forro y comenzó a chupar bajo el gotero de luz volcánica que se mecía dentro del cuarto a causa del mareo alcohólico. Yo ya había conseguido levantarla y me la estaba pasando de maravilla, esperaba que mi compadre se uniera a la acción, lo busqué con los ojos y lo hallé sentado en un banquito patético a un lado de la cama, haciendo una visera con la mano para no verme en el acto. 
     -Dale negro, no ibas a venir!?
     - ... - con su mano como un teloncito para no ver aquella escena
     - No te creo, mirá que ya le pagué, nabo. 
En medio de la discusión yo ya la había penetrado y ella estaba en cuatro patas con su cabeza aburrida mirando la cabecera de la cama y su culito bien formado pero demasiado flaco, levantado, como hacen las buenas putas, pero sin demasiado cariño. Simplemente utilizaba la técnica, pero no había alma, no había esencia, era un trámite aburrido y penoso para ella. Comenzó a sentirse incómoda a medida que yo, en mis delirios de jinete del far west, arengaba a mi compadre para que se uniera al jolgorio y su actitud apenada e imbécil de sonso timorato acabó por ponerla de mal humor. De un segundo al otro nadie gozaba ahí dentro, salvo yo que la estaba montando también de mala gana. Le toqué sin querer o a proposito tu arregladito cabello llovido y negro. Ella se sobresaltó sobremanera y me hizo una advertencia grandilocuente acerca de que estaba prohibido que le tocara el pelo. 
     Seguí mandandole bola, esta vez de mal humor y deseoso por encontrar el ritmo que me hiciera liquidar mi negocio para irme de una vez por todas
     -Se ve que estas acostumbrado a coger vacas- Dijo ella, ahora sí ostensiblemente molesta. 
       Bombee para liquidarlo todo, pero en un arrebato de perversión irrefrebable, cuando estuve a punto de correrme le tome del cabello y lo cinché con fuerza, sin un ápice de noción de las consecuencias que me traería. Fue un gesto Hardcore de manual, nada del otro mundo, cualquier mujer se hubiese sentido digna si estuviese en aquel lugar, evidentemente no en ese contexto. 
        Ella gritó un nombre y en menos de una fracción de segundo, un hombre grande y fuerte irrumpió en la habitación. Me vestí mientras intentaba darme  caza al rededor de la cama abominable. Pude, cuando me puse el pantalón me capturó y me sacó de allí sin tocar el suelo escalera abajo hasta el remanso de la puerta. En ese instante me sentí con el máximo de mi bravura y mirándolo a los ojos con total fijeza le dije cuánto había pagado y cuánto había podido hacer. Me comprendió, lo vi en su mirada, no obstante en lugar de aflojar la presión que ejercía sobre mí, la incrementó y en una suerte de llave, elevó mi muñeca, por detrás de mi espalda hasta la altura de la oreja izquierda. Sentí mi brazo a punto de romperse y en ese mismo gesto me lanzó por el tramo de escaleras que quedaban para abajo. Cuando aterricé ya no poseía fuerza alguna en mi cuerpo. Mi compadre estaba ya en la puerta y citando a Homero Simpson, miró hacia la puerta y gritó "yo traía un sombrero". Perdí la conciencia. 
      El mundo atronador descendió sobre mi con una fuerza devastadora, un resplandor difuso se colaba tras mis párpados sin misericordia. Siento una mano que me toca el hombro. Abro con gran esfuerzo los ojos y veo un viejo recortado contra el brillo del sol.
     -Son las doce del medio día flaco. Estamos en Pando. Llegaste como a las nueve, yo te vi, te bajaste de un COPSA y te tiraste a dormir acá, te dejé porque desde donde estoy yo te veía y te llamo porque esta por venir el dueño.
     Contextualicé. Estaba en el fondo de una pick up azul todo sucio y reventado. No podía recordar nada, salvo la comodida de mi cama y que yo no estaba ahí, era mediodía. Busqué en mis ropas y no tenía un céntimo. Afortunadamente el conductor del proximo COPSA que me dejaba en 8 de Octubre y Smidel, era un alma comprensiva y me llevó sin cobrarme...

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