sábado, julio 02, 2016

Herencia chinawski VI

   Hasta que al fin podía escribir en un teclado decente. En parte tenía un poco de miedo a que esto distorsionara la tónica grotesca de la ortografía utilizada en anteriores entregas, pero pronto ese miedo, como tantos otros miedos que habían pululado a lo largo y ancho de mi existencia, sencillamente se había esfumado. 
  La noche del robo había sido un tanto macabra y radicalmente salvaje, no solo por el infeliz incidente sino porque el resto de la misma se desarrolló de una forma imprevisible. 
   Se llevan la mochila y el iPhone y apuntándome vuelven a hundirse en la niebla de la temprana noche del barrio Ideal. Volví hacia adelante mi cabeza y lo que había allí, era únicamente más niebla. Todo aquello parecía un sueño, uno muy malo, muy berreta, muy que si lo veo en una película uruguaya, dudo mucho en decidir si me parece creíble o no.  De todos modos, debía proseguir, David me esperaba a unas 25 cuadras. Emergí de esa nefasta escena, como irrumpiendo en la calle Cambay en busca de respirar, en Cambay hay más luces y pasan autos. Comencé a hiperventilar. Intentaba prender un pucho y las manos me temblaban de tal modo que fue imposible, al cabo de un minuto o dos pude encender el cigarro y me senté a fumarlo en un murito. Tome el ómnibus 10 minutos después y ahora apenas casi ni puedo recordar el viaje. Me bajé en Smidel y 8 de octubre, David esperaba en la esquina, mojándose en la fina llovizna con su atenta mirada de portuario que me buscaba. Nos encontramos, le conté lo acontecido. Me había ido a buscar para que lo ayudase a comprar drogas, pero el delivery, con quien yo previamente había acordado encuentro, se había atrasado.
  Cruzamos a un bar y David tomó grapa miel y yo grapa común. El tipo demoraba tanto que mi amigo decidió ir en un taxi hasta la casa, minutos después estábamos en un paraje de lo más marginal. Bajo del taxi para hacer la transacción y había varios pibes de aspecto muy turbio parados en ronda. Hicimos el negocio y en el mismo taxi fuimos a tres cruces. 
  Entramos en ese famoso pool que esta saliendo del túnel y jugamos tres partidos mientras tomábamos whisky. Cada tanto salíamos a la puerta a fumar y hablábamos más de la cuenta. Más tarde proseguimos nuestro tour por diversos centros de esparcimiento nocturno, siempre deteniéndonos poco tiempo en cada uno y tomando un litro de cerveza en cada uno. Así llegamos hasta Finisterre, donde otros jóvenes decían algo sobre las hogueras de San Juan. Averiguamos donde eran y allá fuimos. 
  En el camino yo tenía la firme intención de comprar un marcador indeleble y escribir un mensaje a mano sobre la pared de la casa de V, finalmente desistí y enseguida llegamos a la rambla portuaria, cerca de las bóvedas donde un innumerable cúmulo de gente iba y venía ocupando mucho del espacio disponible. Las caras estaban embobadas y con muecas dibujadas por el alcohol, casi todo el mundo sonreía y paseaba con una botella de cerveza artesanal o de grapamiel en la mano, otros, muy pocos tomaban vino o no tomaban nada. El inconfundible olor de los cogollos aparecía en ráfagas. 
   En Tractatus sonaba una banda que tocaba música de algún sitio de Europa del este. Las largas llamas en honor al Santo flameaban vivamente en la noche de la Ciudad Vieja y había una cantidad impresionante de mujeres muy bellas, no todas dispuestas a enroscarse con un extraño, pero seguro que alguna sí. 
  Cuando llegó el momento en que vinieron los bomberos para acabar con las llamas de manera segura, en actitud relajada y muy de a poco, estos se fueron aproximando al enorme fuego que latía contra el pulso del invierno, en medio de la calle Ituzaingó, decidí que ese era el momento de atacar, sino no habría chance. Di una larga ronda al rededor de la hoguera buscando una mujer linda, no una ahí, una que fuera realmente cegadora, dos serían todavía mejor. 
  Viejas, gordas, feas, bonitas pero no hermosas, todas iba secretamente evaluando en mi recorrido circular hasta que ahí estaban. Dos jóvenes de unos veinticuatro o veinticinco años con gorros de lana que cubrían sus dorados cabellos, la palidez natural de sus rostros estaba sonrojada por la exposición al fuego, se hallaban tomadas del brazo, con sus enormes ojos azules posados en la luz amarilla zigzagueante. 
   Necesitaba una jugada impecable para atraer honestamente su atención, me acercaba sin un plan definido. Finalmente quedé cara a cara con ellas, sonreí y les dije:
- Hola, les puedo pedir un favor?
- Sí - se las notaba de excelente ánimo y dispuestas a colaborar.
- Podrías sacarme una foto con tu teléfono, perdí el mío hace un rato y no me quiero ir sin fotos del fuego, esta buenísimo.
- Y cómo..?
- Me la mandás por whatsapp - dije mientras me felicitaba para mis adentros por lo ocurrente de la improvisación.
  Ellas me examinaron como dos curiosos insectos con hermosas piernas y bocas de lo más carnosas, parecían primas. También sonrieron, con interés pero con cautela, los cuatro ojazos azules se chocaron con los míos y una de ellas dijo que sí, que sí dale.
   Había algo en el acento de la que habló conmigo, era indefinido. En cambio la otra, tal vez aun más interesante se había mantenido en silencio apenas asintiendo con sonrisitas. De dónde serían, me preguntaba yo mientras posaba para la foto, entonces veo que David me mira desde el medio de la pequeña multitud que aun quedaba rodeando la gran hoguera moribunda. El flash del iPhone de ella golpea en la noche del puerto, vuelvo a acercarme y les presento a David. Día, la que hablaba, era de un pequeño pueblo de California, "nosequé" County. Katherina o Kate, era su amiga en aquel pueblo e hizo el viaje a Uruguay solo para pasar un par de semanas con Día. Día estudiaba ciencias políticas y había que decir que su acento en español era excelente, admás de infinitamente cachondo. 
  Ni un minuto después habíamos entablado una agradable conversación, David hablaba con Día, se sacaba cartel, con toda humildad acerca de su influencia política como dirigente del sindicato portuario de uno de los puertos más transitados del departamento de Colonia. Kate no hablaba español así que yo hablaba con ella en un ingles fluido, solo adornado por la cantidad de alcohol que yo traía en sangre. Habíamos bebido bastante en aquel punto de la noche, de modo que tuve que dirigirme a uno de los tantos baños químicos que estaban dispuestos para la ocasión, pedí excusas y fui. 
     Cuando volví no estaban más. Solo David con su mirada de operador de grúa junto a la hoguera apagada me esperaba. 
-¿Te pasó la foto?- pregunté con un dejo de decepción.
- No se la pedí. 
    Nos fuimos de ahí y en un parpadeo habíamos ocupado una mesa en uno de los pequeños bares de la calle Bartolomé Mitre, cuando David venía a Montevideo siempre agarraba a uno o dos de nosotros para salir a romperse fuerte e invitaba todo, pagaba lo que fuera y donde fuera con tal de pasar un buen rato con sus amigos de la adolescencia, de modo que el hecho de que yo estuviera desplumado, significó para él una agradable oportunidad para ejercer esa faceta de fiestero solidario que tan bien se le daba y de la cual él realmente disfrutaba. Tomamos más cerveza. 
     Al mirar a la izquierda por sobre mi hombro veo que sale un grandote del Pony Pisador efectuándole una llave a un flaco, lo tenía sujeto por el cuello de una forma que dolía simplemente de verlo. La presa no se resistía en absoluto. No podía. Su agresor le gritaba todo tipo de improperios en el oído, a los dos segundos sale un nuevo predador con otro pinta prendido del cogote, ambos fueron reducidos en el suelo y la escena se dispersó rápidamente. 
      Una vez que matamos las dos botellas de litro, David dijo que ya era suficiente para el y que iba a dirigirse rumbo al hotel a pasar la noche, tenía una reunión sindical importante al otro día por la mañana. Nos tomamos un taxi y yo le dije que me bajaría en la plaza Cagancha, donde tenía mejor oportunidad de agarrar un ómnibus interdepartamental para Colón. David se bajó conmigo diciendo, me bajo con vos como buen borracho y me voy caminando hasta tres cruces. Caminamos un poco. Cuando decidí que ya estaba lejos de donde quería estar, lo abracé, le agradecí por su generosidad y le dije que me daría la vuelta, nos abrazamos profusamente y antes de irse me dio 200 pesos.
       - No sé... -, dijo, - fijáte que es lo que te pinta. 
      Yo sostenía que algo más iba a ocurrir antes de que me fuera a mi casa, no sabía lo qué. 
    David se perdió por 18 de Julio hacia arriba y de regreso a la Cagancha entré al casino de Maroñas a apostar los 200 pesos en la máquina más cercana de la puerta. Yo estaba puesto hasta arriba y los dos primeros tiros del slot no me dieron nada, al tercero gané 700 pesos e inmediatamente retiré la ganancia, la cobre y me fui. Eran un montón de Jotas. De no haber sido por uno o dos cuadritos coloridos que quedaron en pantalla, francamente no sé lo que hubiese pasado. 
     No sentía alegría, no sentía nada en verdad, solo que tenía de la nada, mil pesos que avalaban mi teoría acerca de que algo más le quedaba a la noche todavía. 
    Fui a los Girasoles, tan así era mi subterránea necesidad de acercarme a V. Ella solía ir, según me había contado. Pedí una grapa, el cantinero la sirvió muy bien y salí a la puerta a fumar con el dinero en el bolsillo y el trago gigantesco de grapa pura en un vasito pequeño de vidrio. Nunca nos habíamos visto ahí, pero solo con saber que tal vez ella se había emborrachado en ese mismo sitio varias veces, solo eso a mí me alcanzaba para satisfacer mi apremio por tener algún tipo de contacto con ella y con la ventaja adicional de no tener que tener ningún tipo de contacto con ella. 
     Después de eso caminé hasta de regreso a la Cagancha, compré cigarros y chicles y me senté a fumar y a mascar, mi mandíbula estaba un poco exigente. Poca gente circulaba ya a esa hora por la principal avenida. Eran las dos de la madrugada. Al instante pasa un flaquito de aspecto algo excéntrico pero de buena energía y al caminar junto a donde yo estaba sentado me dice - What's up, men?
     Se llamaba Rafael, era un joven tatuador de San Pablo con expansores en las orejas y quería ponerla a toda costa, me pedía que le recomendara un buen burdel donde poder hacerlo. Me pareció que esa era la oportunidad que yo estaba presintiendo de modo que con gran amabilidad producto del alcohol y la droga, lo encaminé hacia la calle Yaguarón. 
      Yo no tenía ningún interés en coger, estaba demasiado encajado, pero sí me apetecía ver unas atorrantas en tanga bambolearse por aquí y por allá acompañado de otra cerveza bien fría. Allá fuimos, le pedí a Rafa que me hablara en inglés porque para ser sincero no entendía una mierda de aquel portugués paulista de formula uno. 
      Subimos las escaleras del prostíbulo, dicho y hecho. Gran variedad de culos paseándose por el lugar, todo muy oscuro, casi perfecto. La lencería era lo que terminaba haciendo la noche, porque las mujeres en sí no eran que digamos una belleza. Los culos, atormentados por la vida disipada, tenían formas extrañas. Pasaban una película de porno interracial en uno de los televisores del quilombo. Rafa pidió dos botellas de cerveza y las bebimos en una mesita rodeados de prostitutas teñidas, veteranos sombríos y jóvenes alzados que parecían también estar duros. 
     En una fui al baño. El dinero que había ganado en el casino minutos antes ya comenzaba a extinguirse de a mucho y sin demasiada conciencia de mi parte. Alguien se acercó a conversar y entablamos un dialogo animado. Parecían todos dichosos de conocer a Rafa. No podían disimular el hecho de querer obtener del extranjero algún tipo de beneficio. Bajamos tres o cuatro a fumar porro a la puerta de la casa de putas. Abajo había más vino, vino horrible, rosado en caja. Sabía a vomito. En cuestión de minutos aquello se había tornado en una tertulia de desconocidos divagando en inglés, portugués y español. 
     Todo era vertiginoso, sentía yo una ansiedad devoradora, necesitaba seguir, quería más. En determinado momento sentí unas ganas tremendas de entablar un combate de puños y comencé a hacerme el listo con dos vagabundos que se habían arrimado a la ronda, atraídos por los idiomas mierdosos que se hablaban. El buen ambiente que reinaba hasta entonces empezó a ponerse pesado y Liber (un pibe medio musculoso y rubio de aspecto rudimentario y un lenguaje arrabalero que más hablaba de su falta de creatividad que otra cosa) se nos había unido ya definitivamente y propuso ir a otro putero, el de la calle Ejido, que según el ofrecía mejores meretrices y precios más baratos. Rafa seguía insistiendo en que quería coger. 
- Oh man, I want pussy.
- Easy Rafa. This other place is better. - Solté. 
- Let's go - dijo Liber y partimos. 
     Subimos las escaleras de este otro burdel y el ambiente adentro era decididamente turbio y tenso y había una sala donde estaba sentada una barra de patanes con aires de tipos rudos. Tomaban merca con total impunidad. Compré más cerveza, estaba deliciosa, eran cerca de las cuatro ya. Las putas eran feas aunque su aire de profesionales le daba al lugar un aire de lo más peculiar. Tomamos asiento y al escuchar que Rafa hablaba en inglés, las chicas se arremolinaron en torno nuestro como hienas. 
    Finalmente y después de mucho regateo, Rafa consiguió una trola que le aliviase el exceso de leche que traía. Yo me quedé escuchando los delirios que Liber balbuceaba en voz baja. 
-Como esta para entrar acá de caño.
-Lo dudo Liber, acá tiene que haber gente calzada.
-Quién esta calzado?
-Por ejemplo el patovica debería estarlo, sino seguro que esos imbéciles de ahí adentro, alguno tiene que estar calzado.
-Tas loco ñeri, acá entras de caño y tiene que estar todo bien pensado, te llevas 25 luquitas en un toque.
- ...
-Que no? entras con el fierro en la mano y se lo pones en la cabeza al cajero, tenes que tener uno que te espere afuera con una moto
-Odio las motos. 
     Al ratito, una vez que me hube cansado de ir a cada rato al baño a atenderme y más podrido aún de escuchar la pelotudeces de Liber y viendo además que Rafa demoraba y demoraba decidí bajar a fumar y lo hice. Le pedí al cuidacoche permiso para sentarme en su silla playera y me lo concedió, prendí un cigarro. Mierda, cuánto había fumado, ya casi no me quedaban. Conversé un par de palabras sueltas con el tipo y de pronto me di cuenta cabal de donde estaba ubicado. Varias veces habíamos pasado por ahí con V rumbo a la parada del ómnibus. Ella lo hacía a diario, no ahora que no estaba en el país. Ejido y Paysandú. La puta madre que me parió. Comencé a sentir de nuevo, hasta entonces había sido una perfecta maquina de oscuridad sin pulso. La esquina y el paso tardío de un Tala Pando me hicieron sacar el telefono con la intención de grabarle un audio de whatsapp de lo mas arrastrado a V. Tenía su chat archivado para no tener que ver su foto cada vez que abría. Fue ahí que noté que me había eliminado. Lo guardé aliviado y todos aquellos insoportables sentimientos que me habían acosado segundos atrás, se desvanecieron y retornó a mí ese abandono tan particular que me había perseguido toda la noche desde el robo. 
    Abandoné el lugar sin mirar atrás, subí por Ejido rumbo a 18 de Julio. Entonces escucho una voz detrás mío que grita "ñeri, pará, aguanta que me voy contigo". La concha de la madre. El espeso de Liber. Me alcanzó y prendió un porro gigante. Fumó casi solo mientras largaba incoherencias con total soltura. Creo que me puse un poco hostil. Deseaba estar solo, acabarme la bocha que tenía y perder la conciencia indefinidamente. 
   Nos sentamos en una banca de 18 con Liber a fumar.
   -Ves esta cicatriz? - preguntó el  - De tanto tomar porquerías me salió un tumor, no me cagué, pero me tuve que operar, ahora ya esta pronto.
    Antes de terminar su cigarro se quedó dormido en el banco, me paré y me fui a la mierda rumbo a la terminal de Rio Branco. Eran las cinco y media de la mañana y tuve que esperar hasta las seis para tomarme un omnibus con wifi. Lo hice y nuevamente me hallaba rumbo a Colón, cuando iba por el paso molino el cielo ya había sido iluminado por un sol frío e hijo de puta que cobardemente se escondería tras las nubes todo el puto día. 
    Llegué a mi casa acabado, abatido, muerto. Tenía el corazón vacío o mejor dicho, no tenía corazón, solo un hueco lleno de mierda y una foto de una chica con un cardigan celeste.  Había tomado tanto alcohol que finalmente me quedé dormido pasadas las nueve de la mañana. 
     Desperté a las 18 en mi casa vacía y silenciosa. Nuevamente estaba desplumado. 

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