Justificación de la Demencia

Te lo tuve que secuestrar, no tuve opción. Solo imaginarme que alguien más llegara a. . . ay! no puedo. No sé que voy hacer ahora con el precioso tesoro que me he triado entre la rareza de ésta noche de luna total, de ésta sensación macabra que me apabulla, siento orgullo, un estúpido y pendejo orgullo de haberte quitado esa faceta superficial de tu infinita belleza. Haberlo hecho de una vez y para siempre. Un acto tan sencillo, algo con tan poca relevancia para el resto de los mortales que nadie, nadie nadie en todo el universo se dio cuenta de mi patética y pueril maniobra . Ahora me río entre las lagrimas amargas que trae aparejado el sentido esencial de mi hazaña, que es la ausencia de esos tiempos para siempre, la necesidad de eliminarlos de la faz de la tierra si no han de repetirse, de no dejarlos reproducirse o intentar clonarse en un mundo paralelo en el cual yo no existo más que como una remota sombra en las deliciosas y horribles horas de tu insomnio de reina. Me lo tuve que traer, no tuve oportunidad de negarme, tenia que arrebatarte esa posibilidad de hacer maravillosamente feliz a alguien a costa de mi antiguo ser, ese que te llenaba hasta el desaliento, ese que te sacaba las mejores y las únicas miradas de noche estrellada y que te alimentaba con el fruto de su piel en una odisea inacabable donde no importaba nada, ni el aire ni el mar ni los planetas ni el sol, nada. Por eso no voy a seguir permitiendo que uno de esos... pobres aspirantes a ser yo se inunden de felicidad y le agradezcan al cielo por haber nacido. Al menos enfréntate sin mis disfraces al escrutinio libidinoso de unos ojos que no son los míos, enredarte sin mi madeja de telas de arañas de colores, sin mi permiso y sin mi sumisión total.

Para D.