Secuestrado por la mudanza de mis afectos, aterido como un viejo almendro polvoriento, pienso en vos y oigo la lluvia. Hasta puedo sentir, el roce tibio de tu piel de azucena, del licor delicioso de tu respiración de dama inamovible. Los recuerdos me juegan una mala pasada... otra vez y viene a pasearse por los áridos callejones y sanjas de mi mente, aquellas palabras que te dije, que si algún día no estábamos más juntos, siempre iba a tener mente y corazón y cuerpo para vos, y me río, por no llorar. Sabiéndote ahí, creciendo fuera de la sombra de mis brazos tibios, floreciendo de deseos que no logro adivinar desde esta prisión de cerezos perennes. Mierda! que me estoy reblandeciendo y echo por la borda las serias promesas que me había hecho de tratar de olvidarte... pobre iluso pobre ingenuo, pobre infante de tus horas de reposo y de tus tardes de relámpagos. No tengo una sola carta tuya. No tengo casi ya un solo cabello de tu cuerpo, no tengo casi ya una sola gota del almizcle floral de tus pétalos de rosa. Los busco por todos lados, en la caja de los doors, en los libros de antaño, en mis venas, en mi nariz y nada, solo me queda bajo el pellejo un dejo de deseos insatisfechos y una insufrible necesidad de más que viene a chocarse sin clemencia contra el paredón del insalvable presente. Bueno, solo te lo decía.
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