sábado, febrero 23, 2008

Vulgaridad


Escaleras que se derriten mientras corro hundiendome en la pasta amarillenta que fueron los esaclones, miro el reloj que está adentro de una burbuja, no puedo ver la hora con claridad porque no hay horas en ese reloj, sino herramientas, cortinas que se abren y se cierran, medias de nylon que se desvanecen al mirarlas, perfumes que se hacen materia cuando comenzamos a querer olerlos, todo menos horas. Porque han dicho que las horas están trucadas como los turcos trucan la yarda de percal. Pero de una manera infinitamente más delirante y profunda, metiendose totalmente inadmitida y sin pedir permiso, en nuestras chozas, cortando con amoníaco las sombras de los alientos. Afuera llueven zapatos de mujer y lapices de labio, pero ella no está. Un viento de triste aroma concentrado viene por la costa dejando sus grasosas huellas en la gris acera del teatro de nuestra percepción. Intento quitarme la telaraña que como un denso vapor se pega a la boveda de mi paladar mientras mis alas se vuelven largas y pesadas y mis ojos arden en una alianza secreta con el azar, en un pacto implicito con el devenir de los naipes. Aquella escalera, por donde pisaron las obejas de nuestros sueños, son ya casi agua en el suelo mientras tomamos asiento nuevamente y con insuperable labor logramos que se evapore y se vuelva un negro nubarron sobre nuestras cabezas.

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