lunes, marzo 05, 2018

Las Ánimas -17-

(capítulo anterior) 

Pasé cuestión de un minuto o tal vez dos, sumido en una honda parálisis. Nadie excepto yo había parecido notar lo sucedido. Tampoco pude hallar la energía necesaria para expresar mi incredulidad. La tarde proseguía mansa e inalterable. Mis oídos, como tapados por la fuerza de la magia de las dos viejas, no podían acusar ya el juego de loa niños, ni la conversación de mis tíos, sólo un sonido lejano y ensordecido, como una estática. Busqué a mi madre con la mirada por todo el lugar y no la encontré. 
- Mamá? - pregunté en vos alta mirando a Beatríz. 
- No mijo, soy Beatríz. Tu mamá tuvo que ir hasta minas con Angélica. 
- Ah...
- Mirá, Olga. Tu gurí nunca había visto cocinar tan ligero. Y eso que es el Gran Cheff, allá en Buenos Aires.  Se quedó pidiendo por la mamá, pobre. 
- Dejálo, chiquito. - dijo mi tía apareciendo, otra vez, de la nada. Me abrazó con ternura y en sus brazos, todo se sintió completamente natural. Ya no me importaba lo descabellado de la situación.
- Ustedes estan locas...
- No, mi amor, todos estamos locos. Vos el que más. - me abraza, sacudiéndome despacio, como a un bebé mimoso. 
- Alcahuete salió el guacho. - ladró mi padrino al ver mis ojitos chinos de amor.
- Vos porque sos re feo, padrino. No te abraza ni el oso Yogui.
  Ahí viene Beatríz con un viejo cuchillo para pan. Ahí la veo concentrada, mirando el legendario pan de campo, parado en la tabla como un gigantesco sapo dorado. Ella lo mira calculándolo, midiéndolo. Yo la estoy mirando totalmente hipnotizado. Primero quitó los dos cocos, sacando dos pequeñas piezas idénticas que reservó a un costado. Luego tocó la cara de la miga con el costado plano del cuchillo. Entonces comenzó a cortar rebanadas tan parejas y perfectas que volví a sentirme maravillado. Su gestión de corte era maravillosa. Me empiezo a preguntar cuánto estuve bloqueando mis propios recuerdos mientras estaba ausente. Veo sus manos, me parecen increíblemente jóvenes y vigorosas. Levanto la vista y la atención de la familia era tan grande como la expresión de fascinación en sus ojos, todos enfocados en las manos y en pan inmenso. 
  Llegando al sector medio del pan, cuando las rebanadas comenzaron a ser ya muy grandes como para mantener cierta estabilidad, empezó a cortar desde el lado opuesto. Cuando llegó al mismo punto del otro lado, cortó el corazón d pan a la mitad, por arriba y apoyándolo en la miga lo cortó en el sentido que le permitía sacar rebanadas parejas y similares al resto, pero con un borde menos. El tío Hugo al ver esas piezas se apresuró en decir: 
- Ah! Yo voy a querer de esas.
- Todo el mundo quiere esas, Hugo.
- Sí, pero yo canté. Tengo el uno amigos!!
- déjate de jorobar porque no te voy a dar nada. 
- Que vaya a la despensa, Beatríz, si quiere pan. 
- Che! Y las naranajas esas?
- El invento raro del banana este...
- Rolo va a comer el pan con caca del perro de la tía, me parece. 
  Me acerqué al bowl, otrora quemante. Su temperatura no era nada alta, había templado bastante. Se podría ir dejando untar. Se me ocurrió distribuirla en recipientes más pequeños, para bajar un poco más su temperatura y a la vez, multiplicar los puntos de acceso para los ansiosos comensales, que hacía rato venían haciendo patria a mate y pucho. 
  Los encontré enseguida dentro de la cocina y traje además unas palitas de madera. Antes que Beatríz terminase de emplatar las numerosas rebanadas de pan, yo dividí la mezcla de naranjas en cuatro pequeños bowls, los mismos que fueron usados la noche anterior para la ensalada de frutas. 

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