sábado, marzo 10, 2018

Las Ánimas -20-

Entonces la mirada de mi tía se posó en algo indeterminado sobre mi hombro izquierdo. Sentí un inesperado estremecimiento cuando la voz de Beatríz sonó justo detrás de mi oído. La sangre se me volvió cayena en las arterias a la vez que ella me dijo:
- Se te nota que allá en la ciudad no tenes caballo.
  Toda una cadena de sucesos olvidados, llovieron sobre la inmediatez de aquel momento, convirtiendo la placidez de la mañana en un enigma. Me sentí descolocado. Era verdad. Tal vez hubiesen pasado algo más de 6 años desde la última vez que monté a caballo en la sierra. 
  El nombre Ladiana fue una patada en el pecho. Mi yegua blanca, mi compañera de toda la juventud. La había olvidado, o tal vez bloqueado. Sí, tenía toda la tristísima historia bloqueada en la memoria. 
  - Hoy vas a salir a dar una vuelta. El vecino de don Claudio te la va a traer esta tarde, se llama Polka. - dijo mi tía.
 - Este está como el chocolate cuando lo estas templando. Solo algunas de sus cristalizaciones son estables. Pero si se hace bien, los cristales terminan siendo contagiados por la estabilidad y fuah!! Preciosos te quedan.
 No me entusiasmó demasiado la idea, de hecho sucumbí ante una ansiedad que aceleró todavía más a mi corazón y me desconocí al darme cuenta a qué tipo de represiones me estuve sometiendo al escapar a Buenos Aires y creí entender por qué lo hice. El nombre Ladiana fue una patada en restosel pecho. 
 Por primera vez en un largo tiempo, similar a la eternidad, volvía a evocar a mi amada yegua criolla, a recordar los pulsos de su sangre caliente, la frugalidad de su espíritu serrano, su mirada brava, su paseo alegre y certero. Sentí en las manos el áspero cariño de su gris pelaje, de su crin blanca gastada. 
 - Bueno, tampoco andes mariconeando. Ahora vamos a cocinar el almuerzo, vos y yo y ya está. - dijo mi tía, arreando de a 6, 2 docenas de berenjenas pequeñas pero muy frescas, de excelente color. Tan pronto las terminó de depositar me instó a que pusiera manos a la obra sin hacer demasiadas preguntas. Mi aprensión se desnavaneció.
  Seleccioné un ajo de la ristra que eternamente alejaba a los vampiros de la cocina. Dos grandes morrones rojos. Abrí la heladera, la abundancia de colores y de productos me produjo una sensación de sosiego y de felicidad ante la cual las posibilidades se dispararon. 
Beatríz nos miraba ahora con aire curioso y benevolente. 
- Usa la mozzarella de Búfala que trajo tu madre, si la trajo para vos, no se la llegas a usar y le viene algo pobre. 
 Una genia, mamá. Sabía que era uno de mis productos favoritos del mundo y tuvo el silencioso detalle de traerlo. Así que tomé el paquete cerrado al vacío y disfrutando tanto ese acto, lo puse entre los demás ingredientes sobre la mesada. 
  Crema de leche. Un buen trozo de panceta, se ve que su existencia era desconocida para mi padrino, quien de haber sabido la hubiese asado en su parrilla sin dudarlo. Un bollón con aceitunas negras. Un paquete de manteca. 
 Tití puso zapallitos, un cebollas de verdeo, dos grandes trozos de queso, uno cuartirolo y otro más pequeño de queso parmesano. En un momento la cocina estaba llena otra vez de aromas y de colores que anunciaban el comienzo del ritual de nuestra total predilección. 
 - Hay una bolsa negra en la heladera con un pedazo de pulpa, la escondí de tu padrino porque viste cómo es, no?
 - Sí.
 - Bueno, agarrála y en un momentito la pasas por la procesadora. 

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