martes, marzo 06, 2018

Las Ánimas -18-

  El desayuno estaba en manos de la familia. Solo surcaba el aire, apenas, el murmullo de la muchedumbre masticando. Los niños fueron los primeros en pegotearse todos, pero enseguida todos teníamos un poco de naranja en las manos o en las comisuras de los labios. 
 La consistencia del pan era solo comparable a su delicioso sabor, todos los ojos en el fondo de la casona, se querían dar vuelta del gusto, algunos, como el de mi primo Rolo, de hecho lo hacían y acompañaban con graves mugidos, la sabrosísima ingesta.   Entonces empezaron las charlas con la boca llena, y los mates volvieron a girar, y el cielo de la tarde recobró su movimiento, y la mañana se animó de júbilo y de verano.
  Tiempo después, de regreso en Serrana, comenzamos a servir Brusquetas de naranja a la plancha, le adicioné un toque de chocolate blanco fundido y sobre el mismo, un dado de mango y un detalle de menta fresca para decorar. El resultado fue un verdadero éxito, aunque Miguel tuvo que hacer instalar en la cocina, una pequeña plancha exclusiva para elaboraciones dulces.  En la misma tónica y gracias a aquel regero hermoso a Lavalleja, a aquella mañana de enero, agregué a la nueva carta una Focaccia de uvas, que no fue tan popular en las meriendas como lo fue la brusqueta, pero que yo adoraba elaborar y también comer. 
  Mientras degustaba la blanda miga, la crocante y suave corteza, mezclada con dulce y ácido sabor ahumado de la naranja; mientras todos comían el resultado de la fusión de mi amor y de la magia de Beatriz, yo pensé en qué expresión pondría Valeria de haber probado aquel manjar. Me sorprendió y hasta me extrañó la irrupción de su rostro en mi imaginación, hacía tiempo que la cocina me devolvía paisajes, momentos, historias, pero jamás mujeres. De hecho le había pedido a Miguel que retirase del menu el Filet mignon con puré de batata blanca demi-glacé, porque no podía evitar el sabor de la boca de Lara, de su sonrisa de placer al comerla, de sus palabras de elogio, de su insistente voluntad de pedirle a Miguel que se la preparase una tarde muy próxima a su inesperada partida. No podía ni verla de refilón en la carta... Y Miguel, sin objeciones ni cuestionamientos, entendiendo sin preguntar nada, el motivo de mi extraña petición, la retiró de la carta y jamás la volvió a preparar en mi presencia.
  Esa mañana y sin ninguna explicación ni deseo previo de mi parte, el sabor de la Brusqueta de naranja a la plancha, me quedó asociado a la expresión imaginaria de los labios de Valeria, de por vida. 

  1.   Cerca del mediodía, pocos minutos después de las 12, solo quedaban del pan, sus migas; y de la naranja a la plancha, los cuatro pequeños bowls vacíos y el grande, con las marcas de la espátula apretadas contra unos restos insignificantes. Yo seguía pensando en Valeria. Por un instante, la evocación de su voz y de su perfume fue tan intensa que me quedé mirando al vacio. Cuando recobré la linealidad de mi consciencia, sentí la mirada de mi tía como un punzón en mi pecho. Levanté la cabeza y ahí estaba, parada en la puerta de la cocina que da al amplio fondo, mirândome fijamente y sonriendo como de soslayo. Me hizo un gesto con la pera, como para que fuese donde ella estaba. En un principio, su capacidad de leerme me hizo sentir vulnerable y hasta algo avergonzado, pero enseguida cedí, engatusado por mi eterno afán de su contención, me puse de pie y caminé hasta ella. El sol caía recto, rodeando con incipiente intensidad la fresca sombra bajo la cual, casi todos hallaban reposo.

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