lunes, marzo 26, 2018

Las Ánimas -22-

 Comimos con un inusual silencio,  pude sentir la ola de común estremecimiento, romper casi como una ola en el seno de mi familia. Tal vez no exista una manera, (o yo sea incapaz de imaginarla) de calificar el plato que habíamos logrado con la tía. Nadie se atrevió a hacer un solo comentario, ni siquiera padrino, que era de todos el más hábil y suelto de lengua. Mamá comía rápio siempre, apenas surgían en ella mínimos gestos de placer. Papá deglutía en un repetivo y absorto gesto de decir que sí con la cabeza. Rolo seguía distante, como presa de oscuras cavilaciones. Sin embargo, era evidente que llegaba, a través de aquel alimento, a una especie de amparo, desde donde era capaz de soportar el temporal que a todas luces, se batía sobre él.
 Yo me di cuenta que en lo que iba de la jornada no armó ninguno de sus famosos tronchos y apenas si habíamos intercambiado un par de miradas desde que desperté a la mañana.
 Beatríz y la Tía comían en silencio también, la energía de su goce era algo tangible para mí, podía sentir como si fuese una sustancia, todo el amor por la vida que ambas emanaban desde el simple acto de compartir los alimentos elaborados para la familia. Fue un almuerzo memorable durante el cual, apenas se hicieron comentaios y donde la unión de las personas se velaba como algo primitivo y lleno de un significado inexplicable.
Después, el ruido casi al unísono de los cubiertos chocando con la vajilla, marcó el final del ritual y toda la energía acumulada, fue liberada de golpe, cuando mi padrino se quejó, simulando gran sorpresa, al advertir que no se hicieron postres.
 Entonces la expresión de la tía atrajo la atención de todos. Su vejez, su afinación, todos los poderes de su secreto formaban una línea estética única, en el horizonte de su ceño. Silencio. 
- Dejáte de postres, con lo gordo que estás. Hoy es un día en que todos tenemos cosas para hacer y yo, que ayer cumplí 80 años, te puedo decir con toda claridad, que el tiempo es demasiado corto para gastarlo todo en postres, como haces vos, gordo. -dijo la tía y todos rompimos en risas de complicidad y buena gana. Sin embargo estoy seguro que a ninguno de ellos los conmovió tanto el breve discurso de la vieja como a mí, y a Rolo, quien al tornar yo mi mirada hacia él, lo vi algo pálido y hasta tembloroso. Lo busqué con la mirada temerosa, provocada por la sospecha que, sin dudas, nos vinculaba desde instancias análogas. 
 Tras unos segundos de reflexivo silencio, en grupos de a dos, los familiares se fueron levantando. En un momento todos se perdieron fuera de la amarilla pantalla de calor que había tomado la sierra de rehén. Solo quedamos Rolo, Beatríz, la Tití y yo. 
 Beatríz sonreía de forma tenebrosa. La tía no. Rolo y yo nos cagábamos del miedo. 
  Sonó en el aire quebrado un grito que me derritió la sangre. 
- Dipacce!!
  La tía me miró mortalmente seria y me dijo sin lugar a cuestionamiento: - Andá. Andá y volvé.

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