martes, marzo 27, 2018

Las Ánimas -23-

Salí a atender aquel llamado. Al llegar a la puerta, parado como un antiguo mojón de la existencia, un anciano monumental, vestido con su bombacha y su chaleco sobre una camisa color crudo. La boina, la tez curtida, las botas de montar hechas con un cuero visiblemente noble. En la mano una rienda y al final de ésta, una robusta y musculosa yegua criolla blanca. Avancé hasta ella en un trote de ensoñación, el parecido con Ladiana, mi yegua muerta, era aterrador. Puse mi mano sobre su costillar, mi mejilla derecha en el cuello ancho. Los ojos altos e inexpresivos del viejo se clavaron como facones, en medio de los míos.
  - Se llama Frontera.- Me dijo. - monte y vaya por ahí. Vuelva cuando se ponga el sol.
  No pude responder, estaba fraccionado, una parte de mí entendía que Ladiana estaba muerta hace años, mientras que la otra, la más predominante, me indicaba que aquel animal que tanto amé y que había perdido una tarde en la Sierra, de cuyo fatal recuerdo hasta ahora, venía pudiendo escapar.
 Monté, y al hacerlo, pude darme cuenta que mi cuerpo se deshacía de un peso definitivo. Se amplificó el cielo en mi percepción acrecentada por el significado de aquel momento. Ningún pensamiento agredía con sus demandas, la claridad de mi corazón y de mi mente. Serían las 4 de la tarde. Tomé las riendas, elasticé mi espalda, ajuste los pies en los estribos y eché a paso apurado, subiendo la loma que muere directamente en el pasto abierto de la sierra. Al traspasar éste limite, recordé de un tirón todo el millón de otras veces que hice el mismo gesto a caballo. Prendiéndome del nacimiento de la crin, con un grito de mando y un golpe con los estribos en el costado del animal, me lancé a cabalgar a toda velocidad. Frontera respondió instintivamente y me llevó a máxima velocidad por el descenso de la loma hacia una pradera ancha y de unos dos kilómetros limpios hasta abrirse, para un lado en un pequeño monte y al otro con un arroyo y las estribaciones rocosas de un cerro bajo, que llamábamos cerro Enano. El animal y yo, mientras el calor del verano se volvía brisa fresca por causa de la aceleración, trazamos un acuerdo mutuo en el que el cerro Enano era nuestro primer objetivo. Frontera cabalgaba y el romper de sus cascos era en mis oídos, la música de un evento que largo tiempo reprimí y hasta olvidé. 

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