Centenares de ojos, esparcidos en largas tiras de a miles, puntos de fuego infinitos en la oscuridad de los cuerpos que no brillan. Una alma llena de almas. Un racimo de fuegos secretos que lamen los rincones del espacio que arde. Viejas ladronas gimen hartas de descoloridos sentimientos, bajo sus largas sotanas, pieles adornadas de verdes cristales como solidas escamas o escudos. La luna de yeso congelada en sonrisas los mira, desde un complejo e insalvable altar invisible, como una dama imposible de profundidad infinita y palido deseo insoportable. Todo se posesionaba de si mismo a la vez que se dejaba ir. Todo se comprimia en un signo infalible de totales certezas. Todo se correspondía en un abrir y cerrar de suaves relojes. Centenares de ojos, esparcidos en una poderosa masa en forma de monstruo de ciento veinte mil cabezas. Deseo de orillas, de arena mojada, deseo en forma de delantal, o de gorro, o de sabana, o de lanza o de cigarro o de nube o de cereza o de acido limon. Deseos que cambian de forma en el lento zaguan del tiempo. Viejas ladronas que gimen en sus retorceres diarios, olvidados monagillos que siguen la linea que corta la regadera de desechos que escupen los motores, sin que nadie los note o sospeche de ellos o se dejen despertar, sin que nadie se imagine sus nombres...
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