viernes, febrero 23, 2018

Las Ánimas -13-


  Cuando volví a entrar a la casa de mi tía, el aire tibio daba vueltas en un silencio igual al silencio que habita en cada final de fiesta. Definitivamente ahora sí me sentía borracho. Casi todos dormían. La casa era una construcción antigua de dos plantas bastante amplias. Tenía 6 habitaciones en total. La tía vivía sola, pero por una cosa o por otra siempre había gente en su casa, alguna mujer separada, algún pariente de pasada, niños que iban por el fin de semana. Esta vez la casona rebosaba de vida durmiente. Pensé en mis hermanas, Martita y Flor, que en un gesto adolescente, aún con la meada pertinente de papá y mamá, se daban la gran vida en Santa Teresa, prefiriendo el océano, la blanca arena y su barra de amigos antes que el verdor de la sierra, el cordero y la casa de la tía. No las podía culpar, por un momento, antes de caer desplomado en un sofá cama ubicado en el amplio living, también yo hubiese preferido el inmenso parque nacional, antes que aquella proximidad del alba, en la que la brisa casi estática del aroma de Valeria, me dejó doblado en un desamparo inusitado. A la buena de dios en medio de su tormenta de sonrisas bajo infinitas estrellas. Estaba exhausto, el regreso, los abrazos y la infinita cantidad de comida, el vino, los ojos azules de mi tía Olga cargados de amor y de tiernos reproches, viaje en barco, la peatonal Pérez Castellano, el viaje en bondi hasta la sierra y los deliciosos cogollos, no fueron más que un preámbulo para el golpe de gracia que me asestó la aparición de esta figura olvidada de la adolescencia, que venía con inocencia pero también con evidente determinación, a quebrar con aquella etapa de mi vida. Me dormí sumergiéndome en el vapor de su joven recuerdo. 
  Como era costumbre no pude dormir mucho, a las 9 de la mañana empezaron los primeros movimientos y con ellos mi instintiva reacción de tirarme de la cama. Ésta vez desperté creyendo estar en mi apartamento de la calle Boulogne Sur Mere, a dos cuadras de avenida Córdoba, donde el tránsito aflojaba un poco en medio del constante enjambre de motores que es Buenos Aires. Si será arrolladora la fuerza de la costumbre que mi primer pensamiento al despertar, incluso antes de darme cuenta que estaba en la sierra, fue hacer el pedido para cocina. Una risa aguda, más allá del fino telón de mi entresueño fue lo que me devolvió a la realidad que habitaba. la risa de mi primo Rolo. Me tiré de la cama, me puse los mocasines y la remera (dormí con la bermuda) y me levanté rumbo al baño mientras la risa de la tía le respondía ahora a Rolo y la mañana era una flor celeste inmensa. Ni imaginaba yo lo que me deparaba aquel día de verano. 

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