lunes, febrero 26, 2018

Las Ánimas -14-


 Cuando salí al sol de la mañana el cielo colgaba celeste y limpio. Los chiquilines, con sus energías a pleno, habían vuelto a las andanzas. Corrían vociferando y en su movimiento, como de cardúmen, iban iluminando el fondo, dejando como un rastro su alegría. 
 Los adultos usaban shorts y chancletas. El pasto era verde y por supuesto, un humo perfumado recorría la brisa que andaba en el patio. Saludando, pasé por una mesa donde un tupper de cinco litros de helado, reposaba bajo un paño blanco a rayas rojas. Lo levanté y vi debajo, una masa grande, leudando bajo la sombra fresca de un paraíso. Beatriz lo había amasado. Llevaría unos 45 minutos de buen leudado. La masa se veía lisa y bien gasificada. 
  De inmediato busqué la proximidad de mi tía, que con un atizador en la mano, estaba parada junto al horno de barro. Cuando me acercaba la tía alza el atizador y con gran alegría grita: 
- Vení Bea, ensenále al nene cómo haces el pan de campo. 
- Buen día, tití. Ya andas entreverando. Era yo que le iba a enseñar a Beatríz a hacer el pan de campo. Me dormí y me ganó de mano. 
- Pero yo te voy a dar, atrevido.- Gritó Beatriz entre una risa y me azotó con el repasador que cubría el bollo. 
 El horno de barro estaba en la temperatura ideal para cocinar un pan. No hacía ni 10 minutos que estaba en pié y ya me encontraba prendido en otra aventura gastronómica. Junto al horno de barro, a unos 3 metros, la Tía se hizo construir un fogón; una excavación en la tierra de unos 60 centímetros de profunidad por acaso un metro de ancho, rodeado con piedra de granito. Tenía una pequeña parrilla rectangular hecha con varilla de 8 y sobre ella, la misma chapa con la que, la noche anterior, la Tía hizo sus peculiares y tan sabrosos panes. Las lenguas de fuego serpenteaban a los lados, dando la viva impresión de la más alta temperatura. 
- Andá adentro Hernancito y de la cocina, de arriba del aparador, traete un bowl grande que hay. El que tiene naranjas peladas. 
 Fui y volví tan rápido como pude, en la cocina me encontré con mamá que me dio los buenos días y al ver las naranjas preguntó:
- Naranjas? Que van a hacer?
- Ah! Ya vas a ver.
  Al volver al fogón la Tía me encomendó la tarea para poder chismorrear con beatriz junto al horno de barro. El olor de los cítricos mezclado con el del pasto pisado, flotaba junto al humo en el aire seco y lavado. Primero retiré un poco la plancha del fuego con la ayuda de un poco de diario. La traje hacia mí, apoyando uno de sus bordes en la tierra.  Estaba muy caliente. Me desentendí a un lado para dejarla enfriar y mi padre, siempre de los primeros en levantarse , me extendió un mate y esa media sonrisa suya que yo tanto había extrañado, sin terminar de darme cuenta del todo, hasta ese momento. 
-  Mermelada de naranjas no es verdad.- dijo papá. 
- Usted lo ha dicho, Señor Barbero. Goza de muy buena intuición, como siempre. 
- Bueno, apurá a estas viejas un poco que estamos todos locos de hambre. 
- Che, vieja. -  intervino mi padrino. - Manda a los chiquilines a lo de Gladys a comprar un par de flautas que tengo a los muchachos acá con el estómago lavado de tanto mate. 
- Dejá, padrino. Yo me pongo el cuadro al hombro y antes que le des otra vuelta a ese amargo, estamos todos llenos de pan hasta la gorra. 
 La temperatura de la chapa debería haber bajado un poco. Reventé las naranjas peladas sobre un buen chorro de aceite de oliva y una marejada de perfume me abrió el apetito de inmediato. 

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