domingo, febrero 11, 2018

Las Ánimas -2-

 A la mañana siguiente, ya de regreso en montevideo, embarqué en Tres Cruces rumbo a Colonia y de ahí a Buenos Aires en el Eladia Isabel, como tantos miles de uruguayos que se fueron a laburar allá, una tarde de marzo de nubes claras y bien altas. 
 No volvía en el mismo Eladia Isabel a Montevideo, ni un año después como había prometido, sino 6. El número redondo del cumpleaños de la tía Olga me trajó de regreso a los cabales de un corazón, que desbocado por el flujo de la noche bonaerense, perdió un poco el contacto con el día lejano de la Sierra y con los seres tan amados que ahí habitan. Hacía bastante tiempo que no tenía ningún contacto con mi família, dos años capaz, desde la última vez que mamá fue a Buenos Aires. Recuerdo haber suspendido el servicio de merienda de aquel jueves 15 de septiembre para compartir con ella un colorido, íntimo y gigante café para dos con motivo de habernos extrañado mucho. También tuve que atravesar un momento de justo cable a tierra, cuando mi vieja se cebó con la dialéctica de un reproche hacia mi desapego, que era claro que mamá me achacaba en mombre de todos, de mi padre, mis hermanas y sobre todo de la Tía, a quien, con estrategia de experimentada fémina, no mencionó hasta que la fui a despedir a puerto madero, me daba el gusto de invitarla a volver directo al puerto de Montevideo en el Francisco. Ahí me miró, luego de abrazarnos entre lágrimas, y me dijo: Andá a ver a tu tía. Que no se te haga tarde. Pelotudo.
 Desde eso pasaron dos años... Pero ese martes recordé la fecha como primer acto instintivo de la mañana. Compré el pasaje desde el celular, todavía en la cama. Me levanté y cuando quise acordar estaba en Montevideo. Salí a la aduana y el peso acumulado de todo el tiempo de mi ausencia cayó sobre mí. Paseé por la peatonal de Pérez Castellanos sin apuro y flotaba yo en el aire de mediados de enero. La frescura que tenía la aduana era para mí un bálsamo, habituado a pasar las horas de mi vida dentro de una cocina junto a quemadores y hornos y cuchillos, en un reducto ya de por si infernal, como es el verano constrictor de capital. El aire fresco venía de la escollera como una brisa de espuma de olas. Casi podía decir que estaba totalmente relajado y a gusto.
  Un lugar llamado La Fonda me llamó poderosamente la atención ya que estaba ubicado donde en mi infancia vivió una novia que yo tenía. Me senté y me invadió una ansiedad. Me preocupaba cómo iba a funcionar el Bar si yo no estaba. Serrana tenía 3 años y era el sueño de mi vida. Lo abrimos con Miguel y la imporante ayuda del viejo Alberti, que ofició como socio capitalista ya que creía ciegamente en nuestra pasión por la cocina y afirmaba jamás haber comido pastas caseras como las que yo hacía o el punto justo  ojo de bife que solo Miguel conocía y que era casi el mascarón de proa de Serrana. Se trataba de un corte Averdeen-Angus de feed lot que mi socio hacía personalmente a la plancha y cuyo punto bleu era la atracción de comensales cosmpolitas que no tenían reparo en gastar generosamente, y en épocas de recortes macristas, el alto precio que nosotros les cobrabamos por hacerlo con absoluto amor y de servirlo con elegancia y estilo en un mediano, pero bien arreglado bar de Palermo, de toda una esquina. Además hacía justo un mes que habíamos terminado de pagar a Alberti, los últimos 15.000 dólares. Serrana era completamente nuestro.
  Miguel había quedado a cargo y me obligué a relajarme, a soltar ese apego casi de madre y a disfrutar de las primeras vacaciones que me tomaba en 6 años. Una IPA y un cenicero. 
    Ahora una Scotish mientras esperaba los sorrentinos de calabacín, mozzarella y nueces en ragú de hongos frescos que no demoró en venir y que estaba muy bueno. Y agua. El barco me daba hambre. Terminé con una pinta de blonde y otro cigarrillo. Dormí durante todo el viaje a Minas en el ómnibus. Mi primo Rolo me esperaba en su auto, estacionado frente a la panadería, con un mate recién hecho y una bolsa de bizcochos. La tarde empezaba a robarle el cielo al día. 
 Con Rolo siempre hablábamos, estaba este grupo de whatsapp, junto a otros primos y padrinos, en el que había gran actividad. Pero hacía 3 años que no nos veíamos. Salió del auto a abrazarme. Gritamos un poco entre carcajadas y nos subimos. Lo puso en contacto y arrancó. 
- Está todo el mundo allá - dijo Rolo.
- Me imagino el despliegue.
- Nooo!!! - río, golpeando el volante con su palma. - No te imaginas. 

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